LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: «El Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo
que yo os he dicho»
«El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me
ama será amado por mi Padre y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él.
Judas, no el Iscariote, le dijo: Señor ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a
manifestar a nosotros y no al mundo? Jesús contestó y le dijo: Si alguno me ama,
guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en
él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es
mía sino del Padre que me ha enviado. Os he hablado de todo esto estando con
vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, él
os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho.» (Juan 14, 21-26)
1. Estando el mundo como está, nos preguntamos: Señor, por qué no
arreglas ese desbarajuste, de males por la malicia (quien sabe si por ignorancia)
como son tantos crímenes, males de la naturaleza como terremotos y ciclones…
«Señor, ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al
mundo?» ¿Por qué no te conoce toda la gente del mundo, y la creación sigue tus
normas? Pero no conocemos los designios del Padre… Jesús nos responde: “Si
alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y
haremos morada en él” . Jesús en nosotros, y con Él, el Padre... «Dios está
contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar
de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San
Josemaría). Señor, dame esta fe viva, de tu inhabitación divina en mi alma.
Dame la gracia de no saberme solo sino hijo de Dios en Ti, por el Espíritu Santo.
No has resuelto el problema del mal, pero nos consuela saber que has hecho
propios todos los males. Hay una bella imagen de la Crucifixión donde Jesús
tiene los bulbos de los leprosos, que en el hospital pueden sentirse consolados
por Él. Un día un nio me pregunt por qué Dios no “aniquilaba” o mejor
“dejaba de crear” los que fueran malvados, Él que está fuera del tiempo y lo
sabe todo. Intuimos, Señor, que si no pudiera haber mal, si estuviéramos
obligados a hacer el bien, ya no seríamos libres, y por tanto no podríamos ser
buenos. Que si tu presencia abrumadora nos impidiera equivocarnos, ya no
podríamos gozar de tu amor más que como esclavos. Ser hijos de Dios es seguir a
Jesús en libertad: «En esto consiste la perfección de la vida cristiana: en que,
hechos participes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos,
pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con
nuestro género de vida, la virtualidad de este nombre» (San Gregorio de Nisa).
De ahí viene el “querer” hacer la voluntad de Dios: «El que conoce mis
mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado
de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21). Señor, que no
pierda el tiempo con pensamientos que me alejen de esta verdad profunda,
siguiendo lo de san Gregorio Magno: «Que no nos seduzca el halago de la
prosperidad, porque es un caminante necio aquel que ve, durante su camino,
prados deliciosos y se olvida de allá donde quería ir».
Ahora es San Gregorio Magno que nos dice: «El Espíritu se llama también
Paráclito –defensor–, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al
1
tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de la
aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: ‘Él os enseñará
todas las cosas’. En efecto, si el Espíritu no actúa en el corazón de los oyentes,
resultan inútiles las palabras del que enseña”.
2. Vemos en la primera lectura que Pablo y Bernabé acaban su viaje. Ha
ido muy bien por Derbe. Han estado en Listra, donde Timoteo se convertiría a la
fe, y ante un hombre cojo de nacimiento le dijo: “amigo, levántate, ponte
derecho. Él dio un salto y echó a andar”... esto provocó una gran conmoción
religiosa entre el pueblo. Los habitantes de Listra toman a Bernabé y a Pablo por
Zeus y Hermes (Mercurio), dioses viajeros de una leyenda pagana que según una
leyenda habían visitado como caminantes aquella tierra y obrado prodigios a los
que los hospedaron. Piensan que han vuelto, y dicen: “dioses en figura de
hombres han bajado a visitarnos...” (Hechos 14, 1-17). Ayúdanos, Señor, en
apoyarnos slo en Ti... “Poder de hacer milagros!: a cuántas almas muertas, y
hasta podridas, resucitarás, si permites a Cristo que actúe en ti.
”En aquellos tiempos, narran los Evangelios, pasaba el Señor; y ellos, los
enfermos, le llamaban y le buscaban. También ahora pasa Cristo con tu vida
cristiana y, si le secundas, cuántos le conocerán, le llamarán, le pedirán ayuda y
se les abrirán los ojos a las luces maravillosas de la gracia” (san Josemaría, Forja
665). Señor, que sepa ser tu instrumento, escuchar lo que me pides, amar lo que
me mandas, y con tu fuerza hacerlo con ganas.
En el "cojo de nacimiento" vemos al otro «tullido de nacimiento» curado
por Pedro a la puerta del templo, y coinciden también en la gran agitación. “Así
como el hombre cojo curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo
prefigura la salvación de los judíos, también este tullido licaonio representa a los
pueblos gentiles alejados de la religión de la Ley y del Templo, pero recogidos
ahora por la predicacin del apstol Pablo” (San Beda).
Pablo, Pedro, como Jesús. La Iglesia también está débil, perseguida, y
también muestra el rostro de Jesús, que hace milagros y dice «¡levántate!». Señor,
que en mi vida ves tantos momentos de zozobra juntos a otros que por tu gracia
son de serenidad: hazme dispuesto a no perder la paz, el equilibrio interior, y ser
testimonio de mi fe en Ti, en nuestro tiempo. También ayúdame a no buscarme
a mí mismo: que no quiera «endiosarme» con mi narcisismo, sino mostrarte a Ti y
tu salvación con mi vida.
3. Como Juan Bautista: «conviene que yo mengüe y Él crezca en mí».
Como dice el salmo de hoy: «no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu
nombre da la gloria». Desde que hemos puesto al hombre como centro del
mundo y el pensamiento, hay el peligro de no saber que cuanto más grande es la
dignidad del hombre, es cuando lo vemos dependiente de Dios, como hijo suyo.
Que nunca es tan grande el hombre como cuando se arrodilla ante Dios,
adorándolo: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la
gloria. Por tu misericordia (bondad), por tu fidelidad (lealtad)… Nuestro Dios
está en el cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas. Benditos seáis del Señor que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres»”(Salmo
115/113b,1-4.15-16). Los ídolos caen, por efímeros.
Muchas peleas y amistades rotas, familias destrozadas, son por la cochina
soberbia, porque queremos que nos hagan caso, que nos pongan en un altarcillo,
2
y nos falta entendimiento con los demás. De un malentendido se pasa a una
enemistad. Que no se fijan en mí, que no me han agradecido esto, que han
hecho esta injusticia… Ten paz, toda la gloria a Dios, da gracias a Dios que te
conoce y al que tú conoces (“Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a
nosotros y no al mundo?”), y sigue trabajando, orando, entregándote, como la
Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre. María, con que tú
mires mis trabajos y desvelos y se los muestres a tu Hijo eso me basta, no quiero
más gloria humana (Noel Quesson).
Pedimos en la Colecta: «¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en
un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en
tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros
corazones estén firmes en la verdadera alegría». Que sepa estar en tu presencia,
Señor, vivir según tus mandatos, en mi día a día. “Toda la luz y el fuego de la
vida divina se volcarán sobre cada uno de los fieles que estén dispuestos a recibir
el don de la inhabitación. La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra
que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad” (Norbert
Estarriol).
Llucià Pou Sabaté
3