MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: permanecer como
sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y a la Iglesia en la unidad de Pedro.
En aquel tiempo, Jesús habló
así a sus discípulos: «Yo soy la vid
verdadera, y mi Padre es el viñador.
Todo sarmiento que en mí no da
fruto, lo corta, y todo el que da
fruto, lo limpia, para que dé más
fruto. Vosotros estáis ya limpios
gracias a la Palabra que os he
anunciado. Permaneced en mí,
como yo en vosotros. Lo mismo
que el sarmiento no puede dar fruto
por sí mismo, si no permanece en la
vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los
sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque
separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es
arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al
fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis
mucho fruto, y seáis mis discípulos» (Jn 15,1-8).
1. El Evangelio nos trae algo muy de la cultura hebrea, la imagen de la
viña, para expresar el desvelo amoroso de Dios para con su pueblo (la "viña"). Es
una de las parábolas más “ricas” y expresivas: “Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy
la verdadera vid y mi Padre es el labrador”. Ahora vemos que el pueblo es su
Cuerpo, todos estamos unidos a Jesús como Cabeza de este Cuerpo: «Yo soy la
vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho
fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada». Por un lado, somos otros
Cristos unidos a Él como cabeza de la Iglesia. De otro, nos identificamos con Él,
para ser Cristo, pues Dios slo tiene un Hijo. ¿Cmo compaginar ese ser “otros
Cristos” (alter Cristus) con ser al mismo tiempo “el mismo Cristo” (ipse Cristus)?
Son las dos líneas de nuestro pobre pensamiento: por un lado, somos Iglesia, y
con ella hijos de Dios en el Hijo, por el bautismo y ese “endiosamiento” por el
que Cristo es “primogénito entre muchos hermanos” (otros Cristos, con Él). Por
otro lado, el camino es la identificación con Él, pues ser cristiano no es seguir un
libro sino una Persona, que vive en nosotros y “gime dentro de nosotros: abbá,
Padre” (Gal 4,6). Él nos hace clamar también, en esa “sinergia” que es su
inhabitación, que podamos también “nosotros clamar: abbá, Padre” (Rom 8.15).
Es “el mayor” de los hermanos en la fe, y está en mí como “lo más íntimo de mi
interior”. Jesús, sé que si estoy unido a ti, alimentado de tu savia, creceré, daré
fruto. Si no, me pierdo (soy “cortado”).
San Ignacio de Antioquía nos anima: «Corred todos a una como a un solo
templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un
solo Padre». El medio de esta identificación, nos lo dice Santa María, Madre
nuestra: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).
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“A todo sarmiento que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto
lo poda, para que dé más fruto...” Seor, sé que si se poda, da más fruto pero
también sé que cuando se la poda, la via ‘llora’, dicen los viñadores... algunas
gotas de savia fluyen antes de que se cierre la cicatriz de mi alma. Y esto, Jesús,
me duele, no me gusta Jesús, tú poda en mí, limpia, purifica. Haz que lo
entienda bien, aunque me cueste, sintiendo lo que apuntaba san Josemaría:
“Hemos de decirle con sinceridad al Seor que estamos dispuestos a dejar que
arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del
carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos
humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos
decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más
fruto de santidad y de apostolado. El Señor nos limpia y purifica de muchas
maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... ¿No
has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? -
Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda para que
des más fruto. ¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en
los frutos, qué madurez en las obras!” Y sigue: «Yo soy la vid y vosotros los
sarmientos». Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos,
delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia.
Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así
se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista
y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el
suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos
también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad.
«Porque sin mino podéis hacer nada».
Todo depende de la unión contigo, Jesús: el "vino eucarístico" es tu Sangre
derramada, tu “poda”, el fruto de tu “vida”, de la “vid” que eres Tú. Nosotros
somos miembros de tu Cuerpo y queremos "permanecer" en Ti (nos dices esta
palabra ocho veces, en esta página). Sé que no "vivo" sino en la medida de mi
contigo, Señor. Ayúdame a entender tus palabras: “Si permanecéis en mí y mis
palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con
esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis
discípulos”. Sé que tengo en la Eucaristía el Camino: «el que come mi Carne y
bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el
que me coma vivirá por mí».
“Por tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra
Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada
(...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos
sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De
aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin
ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros
sin Él nada”.
2. Hoy vemos el primer «Concilio» de Jerusalén, sobre la permanencia de
las costumbres judías, o la “innovacin” del nuevo injerto. Ya no es una cuestión
física, biolgica, la pertenencia al nuevo pueblo de Dios: “no han nacido de la
carne, ni de la sangre, sino de Dios”, por la fe, dirá S. Juan. Desde entonces, hay
una evolución histórica, como el hombre es histórico. La Iglesia está asistida por
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el Espíritu Santo, y hay una renovación en la tradición, posturas en la Iglesia que
han de dialogarse, nunca buscar imponerse; y siempre en la unidad con el Papa.
San Efrén glosa así las palabras que Cristo dirigi a Pedro: “Simn, mi Apstol,
yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde
el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el
superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra... Tú eres el
manantial de la fuente, de la que emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis
Apóstoles... Yo te he dado las llaves de mi reino”.
3. Señor, quiero cantar con el salmo de hoy la peregrinación a Jerusalén,
donde vemos hoy que van los apóstoles, a la casa del Señor, a buscar la fortaleza
en la fe: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están
pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como
ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la
costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales
de justicia, en el palacio de David» (Salmo 122/121,1-2.3-5). Rezamos en la
Colecta, buscando esta luz, la Verdad: «¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la
devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para
que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas
del error».
Acabamos con este propósito de oración, pues «la tentación más
frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una
incredulidad declarada que en preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar,
se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más
urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar
preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado
todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer
nada» (Catecismo 2732).
Yo veo que quiero con mi vida ayudar a los demás Ayúdame, Jesús, a
dar fruto, y para eso no separarme nunca de Ti y así glorificar al Padre: «En esto
es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.» Llucià
Pou Sabaté
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