JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: por el amor de Jesús entramos
en el amor que tiene con el Padre, por la obediencia y la fe
En aquel tiempo, Jesús habló así
a sus discípulos: «Como el Padre
me amó, yo también os he
amado a vosotros; permaneced
en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis
en mi amor, como yo he
guardado los mandamientos de
mi Padre, y permanezco en su
amor. Os he dicho esto, para
que mi gozo esté en vosotros, y
vuestro gozo sea colmado» (Jn
15,9-11).
1. « Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: Permaneced en mi
amor…» ¡Es maravilloso saberme amado por ti, Señor, hasta el punto que pones
este amor en relación con el que os tenéis tú con el Padre”. «Como el Padre me
amó, así os he amado yo.» Jesús, tengo ganas de sondear el amor del Padre y
Tú, que imagino inmenso, tierno, entrañable. Me sirve para ello el libro de los
Proverbios, cuando contempla tu Sabiduría hablando del Padre, antes de la
creación: «yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia,
jugando en su presencia en todo tiempo» (Prov 8,30). Así nos amas también a
nosotros por eso quizá añades que «jugando por el orbe de su tierra, mis delicias
están con los hijos de los hombres» (Prov 8,31).
«Permaneced en mi amor.» Ayúdame, Jesús, a guardar tus mandamientos,
para permanecer en el amor: «Jesús resumió los deberes del hombre para con
Dios en estas palabras: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda
tu alma y con toda tu mente» (...). Dios nos amó primero. El amor del Dios
Único es recordado en la primera de «las diez palabras». Los mandamientos
explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar
a su Dios» (Catecismo 2083).
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”… Tengo que
guardar tus mandamientos, Jesús, como tú los del Padre; lo entiendo. Quiero
introducirme en esa lógica divina. Si te amo, comprendo todo. Me hablas de tu
amor al Padre y de a qué te lleva ese amor: «El que me ha enviado está
conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él»
(Jn 8,29). El Padre te proclamó bien alto en el Jordán como quien le complace:
«Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el
Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Tú has respondido,
«Abbá», ¡papá! Y ahora nos revelas que entramos en ese torrente de amor
divino: «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros».
Ayúdame, Señor, a mantenerme en su amor, a cumplir tus mandamientos, a
amar la Voluntad del Padre. Ya sé que en algún momento te costó, cuando dirás
al cabo de un rato: "Si es posible que se aleje de mí este cáliz", en el huerto de los
olivos. Y añadiste: "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres."
También diré yo en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad” (Lluís Raventós).
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“Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea
completo”. Tú nos das, Jesús, el secreto de la felicidad, del gozo. Una receta
tuya, y yo me fío pues “Tú eres el «inventor», y por ello sabes mejor que nadie
cómo funciono, y qué efectos tienen en mí mis propias acciones. Tú sabes bien lo
que, en el fondo, me perfecciona como persona o me envilece” (P. Cardona). Tu
gozo, Jesús, es ser amado y amar. Haz que como tú, Dios sea la fuente de mi
gozo.
La fuente de todo amor es el Padre, que ama a Jesús y Jesús al Padre. Ahí
es donde entramos, al amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus
mandamientos, entramos en la relación de Jesús que permanece en el amor al
Padre, cumpliendo su voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría
esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y
de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
Hay un himno litúrgico que tiene dos versiones: “Donde hay verdad y
amor allí está Dios”, pero se ha hecho quizá más famosa esta otra: "Donde hay
caridad y amor, allí está Dios", uniendo ambos amores –a Dios y al prójimo- que
es en lo que está nuestro gozo, al tener a Dios: los dos amores son inseparables,
y Jesús dijo también que Él está en medio de los que se reúnen en su Nombre.
No hay mayor gozo que saberse amado así, y por eso pedimos en la Colecta:
«Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has
hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus
dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya
hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en
ella».
«Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios» (J. Escrivá,
Camino 286). “Que me dé cuenta de una vez, Jesús.
No vale la pena nada que pueda apartarme de Ti.
En el fondo ya lo sé; lo que ocurre es que, a veces, me falta fortaleza para
guardar tus mandamientos en determinadas circunstancias o ambientes, o con
aquellos amigos, etc....; y pierdo la cabeza.
Ayúdame Tú, Jesús.
Yo, por mi parte, te prometo poner todos los medios a mi alcance:
-cuidar la vista;
-no ir a -o dejar de ver- ciertos espectáculos o películas;
-ser sobrio en las comidas; aprovechar bien el tiempo;
-trabajar con perfección;
-acudir con regularidad a los sacramentos;
-no dejar suelta la imaginación;
-aconsejarme sobre los libros que leo;
-ser sincero en la dirección espiritual;
-tener devoción a la Virgen, etc.
Si me ves empeñado en guardar tus mandamientos, te volcarás y me harás
saborear -ya en este mundo y, después, en la vida eterna- esa alegría profunda
que hoy me prometes” (P. Cardona).
2. Seguimos hoy con aquel primer Concilio; se proclama que “Dios no
hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como
nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. Pedro dirá que la Ley
antigua es irrelevante para la salvación. Como comentará S. Efrén: “todo lo que
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Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido Cristo a los gentiles
mediante la fe y sin la observancia de la Ley”. Pedro aparece como garante de la
fe de sus hermanos (Hechos 15,7-21).
3. El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección
universal, como cantamos en el Salmo (96/95): «Cantad al Señor un cántico
nuevo, cantad al Señor toda la tierra… bendecid su nombre. Proclamad día tras
día su victoria». La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es el “cántico
nuevo”: la llamada de todos a la salvación. Por este motivo, ya la Carta de
Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y el mártir san
Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía
invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor reinó desde el madero»
de la Cruz: «el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos,
que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su
vida como rescate por muchos».
Llucià Pou Sabaté
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