Domingo de la 6ª semana de Pascua-B: Jesús nos hace el regalo del Espíritu Santo, Amor y causa
de felicidad, para que lo demos a todos
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os
he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho
esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.
»Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida
por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo
que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo
os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto
permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os
mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,9-17).
1. «A vosotros os he llamado amigos», nos dices hoy, Jesús: en este último último domingo
antes de la de la Ascensión y Pentecostés, ya al final de la Pascua, nos abres tu corazón después de
que Te nos has manifestado como el Buen Pastor y la vid a quien hay que estar unido como los
sarmientos, para darnos hoy el amor, el misterio más profundo de Dios, el Amor que os une Padre
e Hijo. Todo lo que has hecho, desde la creación hasta la redención, es por amor. Todo lo que
esperas de nosotros como respuesta a Tu acción es amor. Por esto, tus palabras resuenan hoy:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor». Que sepa amar,
Jesús, con tu corazón, como nos lo recuerda san Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan
frecuentemente la caridad como el único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras
buenas cualidades no sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a
todas las otras virtudes que lo hacen bueno».
Te doy gracias, por tu amor inmenso: me amas hasta dar la vida. No quiero darte poco,
Jesús, sino como tú, entregarme por entero. Los enamorados se dicen: “daría la vida por ti”, y
esto hasta morir por amor; pero tú Jesús nos enseñas que tan importante o más que “morir” en un
momento es “vivir” toda la vida, cuidar el amor cada día: en el trabajo y en la familia, con los
amigos y en el descanso… Cuentan de dos hermanos, que como eran pobres sólo podían mandar
a uno de los dos a la escuela, mientras el otro trabajaba para colaborar en que el hermano pudiera
estudiar. Las manos del que trabajaba se ajaron, mientras las del estudiante se volvieron ágiles con
el pincel, pues el estudiante fue Durero, gran dibujante y pintor, que pintó las manos de su
hermano, agradecido de que por él, llegó a ser lo que era. Jesús, que yo también esté agradecido,
viendo el esfuerzo que hacen los demás por ayudarme, por sacar las cosas adelante.
Que no se pierda lo bueno por no cuidarlo, como el amor que se marchita por no atender
los detalles. Cuentan de un niño que tenía un periquito que sabía hablar muchos idiomas, pero en
su contento al que olvidó darle de comer, y el pobre pajarito se murió. Hemos de alimentar el
amor cada día, para que no crezca el odio y otras malas hierbas. También a otro niño se olvidaba
de echar de comer a los peces hasta que vio que uno se iba comiendo a todos los demás y vio que
lo que tenía era hambre… Así, Jesús, te pido que sepa hacer las cosas que debo, cumplir por amor.
Tú nos enseñas a dar la vida por amor, minuto a minuto, día a día. Que sepa atender las
necesidades de los demás, como visitar a los enfermos, no marginar a nadie…
Recuerdo también un cuento antiguo, de un abuelo que murió antes de dar la bendición
que tanto apreciaban los nietos, niño y niña, que vivían en un castillo pues eran nobles.
Recibieron una carta cada uno, y con alegría fueron a contarse uno al otro que tenían por
herencia un tesoro, y la carta decía dónde estaba lo que les tocaba y tenía una llave. Encontraron
el tesoro, que estaba en un cofre, en los sótanos del castillo. Abrieron las viejas cerraduras, la de
cada uno, y encontraron el tesoro, y también otra carta, una en cada compartimento, que decía,
dirigidos a él y ella: “si lees esto solo, recibe mi herencia; si estás con tu hermano-con tu hermana,
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recibe además mi bendición”… ellos se abrazaron al recibir –como premio a su amor, a su
confianza, a contarse las cosas- lo que más deseaban, la bendición del abuelo...
2. “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”. Los
Hechos de los Apóstoles nos hablan de Cornelio, que mandó llamar a Pedro, que se encontraba
en Joppe donde tuvo unos sueños de manjares, que no se atrevía a comer porque estaban
impuros, y Dios le dijo que comiera, pues para Él eran puros. Pedro fue a casa de Cornelio
“cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras”. Los que fueron con
Pedro “se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles”.
Pedro “mand bautizarlos en el nombre de Jesucristo”. Fue la gran alegría de que los no judíos
recibían el Espíritu Santo. Estamos contentos, Jesús, de que muchos sean llamados a tratar a Dios
como Padre que está en los cielos y nos quiere como hijos suyos. Y de que el Espíritu Santo haya
venido a nuestra alma, por eso hemos cantado este Salmo: “Cantad al Señor un cántico nuevo, /
porque ha hecho maravillas, / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo”. Queremos
cantarte, Señor, este cántico nuevo, porque Tú nos da la vida del alma, porque estábamos en la
tierra con frío y soledad, a oscuras… y nos llenas con la lluvia de tu misericordia, que es el mismo
Jesús, que ha nacido para que nosotros vayamos al cielo con Él.
3. La carta de San Juan nos insiste en este Amor de Dios: “Amémonos unos a otros, ya que
el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha
conocido a Dios, porque Dios es Amor”. Nos dice aquí también cómo es Dios. El que no ama no
conoce a Dios porque Dios es Amor. Y «el amor de Dios ha sido derramado sobre nosotros por el
Espíritu Santo que se nos ha dado». Se es cristiano en la medida en que se responde al amor de
Dios. "El que ama conoce a Dios". Y luego dice que todo lo hemos recibido en Jesús, la salvación,
y que así “vivamos por medio de Él”. Y añade algo muy especial: que podemos amar si nos ama
Dios primera; pues para poder amar con entusiasmo, hemos de recibir amor: “En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo,
para salvarnos de nuestros pecados”. Y la conclusin está clara: “Si Dios nos amó de esta manera,
también nosotros debemos amarnos unos a otros”. Sigue S. Juan continuando el tema central del
domingo pasado, estar en Cristo, dejarnos posesionar de Jesús, que ha venido del cielo a la tierra
para que la tierra pueda comenzar a ser un cielo: “A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos
unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud”.
Gracias, Jesús, por haber venido al mundo, por haber vivido por mí y haber muerto por mí, y
porque sigues viviendo por mí. Tu amor me da fuerza para vivir, para luchar cuando algo me
cuesta.
“¿Donde vive Jesús?” Lo pregunté el otro día a los nios de primera comunin, y me
contestó enseguida uno: -“En el cielo”. -“¿Y dnde más?” –“En la misa, en el sagrario”- “-Y…” –
“En nuestro corazn, al comulgar…”.
Una vez vi a un padre muy alto y un niño muy pequeño, muy bajito, el padre se fue
agachando hasta que se puso a su altura… hasta que se puso cara a cara y le mir a los ojos. Pensé
en ti, Señor, que te “agachas” y te haces pequeño, hasta ponerte a mi altura. Incluso te haces
comida, pan para que podamos comerle… has bajado del cielo, vienes a la misa, vienes a nuestro
corazón, en la comunión, y nos hablas del amor, de hacer lo que tú has
hecho por nosotros: dar la vida por amor. Nos dices que quien ama
conoce a Dios. Y nos mandas que nos amemos. Señor, ayúdame a
perdonar, para sentirme perdonado… ayúdame a ver que te pones a
nuestra altura para hacerte comida que nos dé fuerza y nos dices:
“toma, cmeme”. Quiero decirte que sí, tenerte dentro por tu Espíritu. “En esto conocemos que
permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto
y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, para ser Salvador del mundo. Quien confiese
que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”.
Llucià Pou Sabaté
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