DOMINGO VI DE PASCUA B
Hch 10, 25-27.34-35.44-48; Sal 97, 1; Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17
«Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi
amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho
esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el
mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie
tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo
que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a
mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo
os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que
vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.»
En la semana anterior, la Liturgia nos presentó la parábola de la vid y el sarmiento.
Este domingo continuamos dentro del mismo capítulo del Evangelio según San
Juan. En nuestros días, en los cuales nos encontramos en medio de una cultura
globalizante, la vida cristiana, según el mandamiento nuevo de Cristo, puede llevar
a los hombres a una verdadera unión y comunión. La comunión no es resultado
simplemente de acuerdos o coincidencias de intereses o de fines; sino que ésta
comunión y unión en los hombres se da como fruto del misterio de Cristo, como
dice San Pablo: "...Cristo ha destruido el muro de odio que separaba a los
hombres...", y esto es por medio de su muerte en la cruz y por su victoriosa
resurrección.
El presente domingo se centra en el amor, este tipo de amor que Cristo revela a
sus discípulos es un amor de obediencia a la voluntad de su Padre. Pues dice San
Pedro en su Primera Carta: "Cristo nos dejó sus huellas para que siguiéramos por
ellas.". El amor cristiano no tiene otro modelo sino aquel que le ha manifestado su
Buen Pastor. En un sentido común, el 'amor' y el 'mandamiento' parecen
contraponerse, sin embargo, Cristo hace presente en el Evangelio que entre el
'mandamiento' y el 'amor' no hay ningún sentido de contradicción. Más aun, tienen
una estrecha relación como la de causa-efecto; por eso, Él dice: "Este es el
mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado si
guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor...". Por consiguiente, en
esta íntima relación entre 'amor' y 'mandamiento' que Cristo pide a sus discípulos,
debe existir una actitud de obediencia por parte de los discípulos. Pues no podría
existir una dependencia entre 'mandamiento' y 'amor' si no se diera la obediencia al
mandato del Maestro.
El Papa Benedicto XVI nos dice: El mandamiento nuevo no consiste en una
norma nueva y difícil, que hasta entonces no existía. Lo nuevo es el don que nos
introduce en la mentalidad de Cristo. Si tenemos eso en cuenta, percibimos cuán
lejos estamos a menudo con nuestra vida de esta novedad del Nuevo Testamento,
y cuán poco damos a la humanidad el ejemplo de amar en comunión con su amor.
Así no le damos la prueba de credibilidad de la verdad cristiana, que se demuestra
con el amor. Precisamente por eso, queremos pedirle con más insistencia al Señor
que, mediante su purificación, nos haga maduros para el mandamiento nuevo.
(Benedicto XVI, Homilía, 20 de marzo de 2008).
Cristo nos ayuda a comprender que queda superada esta aparente contradicción
entre 'ley' (mandamiento) y 'amor'. Pues la 'ley' en el sentido cristiano no es una
carga sino un camino que nos conduce, preserva y ayuda a mantenernos en la vida
que Cristo nos ha revelado. El amor, en el sentido estricto de la palabra, visto de
una manera objetiva, es más exigente que la propia 'ley'. El amor cristiano significa
negarse a sí mismo, como dice San Pablo: "...todo lo conoce, todo lo espera, todo
lo excusa..." (1Corintios 13,7-8). Si el amor tiene esta dimensión ilimitada es
porque nace de Dios y termina en Dios, es decir, nace del infinito y tiende al
infinito. Por eso, Cristo dice en el Evangelio: "...como el Padre me ha amado así os
he amado yo...". No somos nosotros los que hemos amado a Dios, es Él quien nos
ha amado a nosotros primero.
Tenemos que decir que este amor tiene como medida el amor de Cristo. Porque
este amor se ha revelado como una donación de sí mismo, sin reserva, hasta el
extremo de dar la vida por nosotros. Este amor es capaz de cancelar todo tipo de
resentimiento y egoísmo, porque incluso lleva a amar y perdonar hasta a los
propios enemigos. El Papa Benedicto XVI nos dice: Ningún amor es más grande
que "dar la vida por los amigos". ¿Qué significa? Tampoco aquí se trata de un
moralismo. Se podría decir: "No es un mandamiento nuevo; el mandamiento de
amar al prójimo como a sí mismo ya existe en el Antiguo Testamento". Algunos
afirman: "Es preciso radicalizar todavía más este amor; este amor al otro debe
imitar a Cristo, que se ha entregado por nosotros; debe ser un amor heroico, hasta
el don de sí mismos". Pero en este caso el cristianismo sería un moralismo heroico.
Es verdad que debemos alcanzar esta radicalidad del amor, que Cristo nos ha
mostrado y donado, pero también aquí la verdadera novedad no es lo que hacemos
nosotros, la verdadera novedad es lo que hace él: el Señor nos ha donado su
persona, y el Señor nos ha dado la verdadera novedad de ser miembros suyos en
su cuerpo, de ser sarmientos de la vid que es él. Por lo tanto, la novedad es el don,
el gran don, y al don, a la novedad del don, sigue también, como he dicho, el
actuar nuevo (Benedicto XVI, Lectio divina» a los seminaristas del Seminario
Mayor de Roma, 12 de febrero de 2010)
Podemos decir que a través del amor brota la respuesta del hombre a una llamada,
a una vocación específica para la cual Dios lo ha creado y lo llama para una vida de
santidad. La vida del creyente está en Dios (vid-sarmiento/ pastor-oveja), y se
encamina hacia Dios; por eso somos peregrinos-discípulos de Cristo testigos de su
resurrección.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar