Comentario al evangelio del Viernes 18 de Mayo del 2012
Queridos amigos:
«Todo tiene su tiempo: tiempo de llorar, tiempo de reír»: es la sentencia del Eclesiastés que tantas
veces habremos recordado. En su primera parte, la del desconsuelo y llanto, la habremos vivido al
sufrir la pérdida de seres queridos. Hay, sí, un tiempo de aflicción, y no está bien rehuirlo. No es un
modelo el joven que se negó a acudir al entierro de su abuelo porque –decía él– «no soy un fanático de
los cementerios». De acuerdo en no ser fanáticos ni necrófilos, pero hacer duelo ahonda nuestra
humanidad, es un signo del amor y un modo de dar cauce al pesar por la pérdida sufrida.
Hay también un tiempo de alegrarse, de estar más contento que unas pascuas. Es otra expresión del
amor: se ha recobrado a la persona querida, la tenemos de nuevo con nosotros. No riman con la Pascua
las caras tristes. El Señor nos tendría que interpelar como a María Magdalena: «Mujer, ¿por qué
lloras?». Se han de cumplir más bien estos versos: «Hoy la cristiandad se quita / sus vestiduras de
duelo». Ese “hoy” no quiere ser efímero, tener las horas contadas; es el “hoy” que se repite en el
“Acuérdate, Señor” de toda la octava de Pascua. Ese hoy quiere ayudar a vivir bien el duelo: tal es
quizá uno de los motivos por los que los anuncios de la pasión y muerte de Jesús acaban siempre con el
anuncio de su resurrección. Se hace así para que no vivamos sin noticias de esperanza, para que
sepamos quitarnos en su momento las vestiduras de duelo.
A una religiosa que trabajaba en África le llegó la noticia de la muerte de su madre. Ella se lo
comunicó a las mujeres del poblado, que la acompañaron tres días enteros en el llanto y la oración.
Tiempo después una de ellas la vio apesadumbrada y le preguntó por la causa. Respondió que estaba
recordando a su madre. Esta fue la réplica de la interlocutora: “¿Por qué seguir triste? ¿Es que no
hemos llorado ya todas las lágrimas?”. Vivir el duelo, sí, y muy a fondo; pero no quedar atrapados por
él, como le pasaba a María Magdalena, que se había quedado aprisionada por el Viernes Santo cuando
ya había amanecido la luz pascual. El encuentro con Jesús le hizo poner el reloj biográfico en hora con
el Domingo, el Día del Señor.
Vuestro amigo
Pablo Largo
Pablo Largo, cmf