COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
13 de mayo de 2012 - 6º Domingo de Pascua
Evangelio según San Juan 15, 9-17 (ciclo B)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me
ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis
mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo
los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he
dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea
plena.
Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo
los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que
da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les
mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor no sabe lo
que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a
conocer todo lo que le he oído a mi Padre. No son ustedes los que
me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para
que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre
les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les
mando: que se amen los unos a los otros”.
Crecer y madurar en el amor
Nuestra fe y nuestra pertenencia a la Iglesia no es una naturaleza angélica
ni meramente espiritual, desencarnada ni meramente humana, es decir sólo
de lo terrenal, lo temporal; es una síntesis y la síntesis la trae Jesucristo, el
verdadero Dios y verdadero Hombre. Él con su presencia divina nos hace
participar, a la vez que nos enriquece en nuestra humanidad, nos fortalece
para que nuestros vínculos sean auténticos, serios, respetuosos y
responsables.
Como el Padre lo amó, Él nos ama a nosotros, pero nos pide que
permanezcamos en su amor. ¿De qué manera uno permanece en su amor?
En la medida que uno cumpla sus mandamientos. Él también fue obediente
al Padre y Él nos pide que seamos obedientes al Señor.
Esta realidad produce un gozo que no tiene precio; pero está concretada en
ese amor a Dios, concretada en ese amor a los hermanos: “¡ámense los
unos a los otros como yo los he amado!”, es decir amarnos entre nosotros
con el mismo amor de Dios. El amor de Dios no es un amor posesivo,
egoísta, mezquino, interesado, sino que el amor de Dios nos busca y busca
nuestro propio bien.
Como decía Santo Tomás “es un amor de benevolencia”, querer el bien del
otro y tomar al otro como persona, como sujeto y no como un mero objeto
a mi disposición. El amor interesado es parcialmente mezquino. El amor de
“porque a uno le falta algo” sigue tratando al otro como cosa. En cambio
cuando uno ama al otro por el otro mismo, uno ha llegado a la plenitud del
amor. En esto, todos nosotros tenemos que crecer y madurar.
No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. “Ustedes son mis
amigos”. El Señor es nuestro amigo. Pero tenemos una garantía, y la
garantía es que Él nos eligió, “Yo los elegí a ustedes, ustedes no me
eligieron a mí”; “y los elegí porque los amé”; “y los elegí para destinarlos,
para que den fruto y un fruto duradero”
La amistad y la pertenencia con Jesús nos ayudan, y nos invitan, a
continuar con sus pasos. De ahí tantas vocaciones distintas: laicales, al
sacerdocio ministerial, a la vida religiosa, a la consagración, donde de
alguna manera todos nosotros concretamos este amor de Dios. En esta
amistad con Jesús le podemos pedir todo, porque el Padre mismo nos lo va
a conceder.
Pero hay algo importante: permanecer, guardar los mandamientos, vivirlos,
hacerlos carne, toca tres aspectos de nuestro ser, de nuestra vida,
fundamentales. La inteligencia , que es el conocimiento de la fe; la
voluntad , que es poner todo de nuestra parte para poder ser fiel a lo que
Dios nos pide, porque la voluntad es lo más noble del ser humano -hoy la
sociedad no te ayuda a tener voluntad más bien te propone una voluntad
débil, frágil, inestable, inmediatista, mediática-; y luego algo que el mundo
manosea mucho, la libertad : porque soy libre quiero conocer a Dios,
porque soy libre quiero amarlo a Dios entrañablemente.
Dios no compromete estas tres realidades sino que las enaltece: la
inteligencia, para poder conocerlo; la voluntad, el bien; y la libertad, para
poder amarlo libremente. Pensémoslo, Dios se nos ha dado en lo más
profundo de nuestro ser, pero también pide de nosotros la seriedad y la
reciprocidad de nuestra respuesta. Que podamos responderle bien.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén