LUNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo
nos da la fortaleza para vivir en la Verdad y ser amigos de
Jesús en medio de las contradicciones del mundo
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que yo
os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio
de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he
dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la
hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han
conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho»
( Jn 15,26-16,4) .
1. Jesús habla del Paráclito, “el Espíritu de la Verdad, que procede del
Padre”. La verdad libera, es la única fuerza capaz de contrarrestarle el mal. En
sintonía con Benedicto XVI, que tiene como lema episcopal ser “colaborador de
la verdad”, podemos pedir hoy: Señor, hazme un hambriento de la verdad, para
ser, cada vez más, un testigo ("martyr" en griego) de la verdad, para que sepa yo
también dar testimonio de ti, Jesús.
Sigue Jesús: “Seréis expulsados de las sinagogas; aun más, llega la hora en
que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios”. San Pablo
glosará esta idea: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús,
sufrirán persecuciones" (2 Tm 3,12). Con el Consolador nada hemos de temer.
No entendemos esas persecuciones, pero la fe nos ayuda a esperar que de ahí
saldrá una cosa buena. San Agustín, ante el asedio de los godos a su ciudad,
sentía pena porque caería aquella provincia romana africana, una cultura
desaparecería, pero se sentía esperanzado de que aquellos agresores se
convertirían a la fe cristiana, nacería otra civilización.
¿Soy realmente testigo (mártir) de Dios?, ¿o defiendo mis ideas? Señor,
cuando llegue a tu presencia, me darás a entender tantas cosas… Concédeme, el
no tener nunca miedo, porque tu Espíritu es mi Defensor. Hazme servidor de tu
Palabra, como dijiste en la Ascensión: «seréis mis testigos en Jerusalén y en
Samaría y en toda la tierra, hasta el fin del mundo».
2. San Pablo se dedica con toda el alma a la causa del Evangelio. Hoy le
vemos con el empuje de su apostolado: Tróade, Samotracia, Neápolis, Filipos,
con predicación y conversiones. Y vemos a Lidia, la primera europea convertida
escuchando a S. Pablo a la orilla de un río. Comenta S. Juan Crisóstomo: «Qué
sabiduría la de Lidia! ¡Con qué humildad y dulzura habla a los apstoles: “Si
juzgáis que soy fiel al Seor”! Nada más eficaz para persuadirlos que estas
palabras, que hubiesen ablandado cualquier corazón. Más que suplicar y
comprometer a los apóstoles, para que vayan a su casa, les obliga con insistencia.
Ved cómo en ella la fe produce sus frutos y cómo su vocación le parece un bien
inapreciable».
La comunidad cristiana de Filipos recibió más tarde una de las cartas más
amables de Pablo. ¿Dónde nos toca evangelizar a nosotros? Pablo se adaptaba a
las circunstancias que iba encontrando, predicaba en cualquier sitio, y si le
echaban de un sitio, iba a otro. Si podía, se quedaba. También nosotros, nos dice
san Josemaría Escrivá: “que nos persuadamos de que nuestro caminar en la tierra
-en todas las circunstancias y en todas las temporadas- es para Dios, de que es un
tesoro de gloria, un trasunto celestial; de que es, en nuestras manos, una
maravilla que hemos de administrar, con sentido de responsabilidad y de cara a
los hombres y a Dios: sin que sea necesario cambiar de estado, en medio de la
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calle, santificando la propia profesión u oficio y la vida del hogar, las relaciones
sociales, toda la actividad que parece slo terrena”.
3. El salmo es optimista, como la entrada de la fe cristiana en Europa ha
sido esperanzadora: «el Señor ama a su pueblo... cantad al Señor un cántico
nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles, que se alegre Israel por
su Creador, los hijos de Sión por su Rey. // Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras, porque el Señor ama a su pueblo, y adorna con
la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en
filas con vítores a Dios en la boca» (149,1-6.9). El canto es nuevo, porque las
situaciones son nuevas, pero también porque el amor es nuevo y canta, como
dice S. Agustín: “cantar suele ser tarea de enamorados”. Además, proclamar las
cosas buenas, nos hace buenos; mientras que ser negativos en los comentarios,
nos hace también a nosotros negativos.
A veces nos sentimos pobres de amor: ¿amo a Dios?, nos preguntamos.
Quizá “hacemos todo lo que podemos”, pero la cosa está en que “podemos
poco”, porque nos quedamos llenos de nosotros mismos, y no cabe el Amor de
Dios. Nos puede servir el ejemplo de un vaso de agua, que si quiero llenarlo de
vino, primero tengo que quitar el agua. Señor, quiero trabajar juntos, tú y yo,
ese quitar de mi alma las malas hierbas para poder plantar las buenas, tu amor;
quitar lo que me sobra para llenarme de buenas obras; achicar como en los
barcos el agua que hace lastre, para poder ir más rápido. En el fondo, lo que nos
enseñó Juan Bautista: que tú crezcas en mí, Señor, y yo mengüe.
Este salmo canta con "los pobres, los humildes"… los oprimidos, los
pobres y perseguidos por la justicia, también los pacíficos, marginados por los
que escogen la violencia, la riqueza y la prepotencia. Este es el sentido de la
célebre primera bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos". Ya el profeta Sofonías se dirigía así a los
anawim (pobres-humildes): "Buscad al Señor, vosotros todos, humildes de la
tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá
encontréis cobijo el día de la clera del Seor"…
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