“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”
Mc 16, 15-20
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
NUESTROS OJOS DEBEN SABER MIRAR AL CIELO SIN ALEJARSE DE LA
TIERRA
Los verbos de la fiesta de la ascensión tienen todos, de una manera implícita o
explícita, el sentido de elevación y nos invitan de este modo a mirar a lo alto, a
elevar el corazón, a dirigir los ojos al cielo, a trasladar nuestro corazón al lugar
donde se encuentra Cristo a la derecha del Padre. Así, la solemnidad de la
ascensión nos revela nuestra pertenencia, ya desde ahora, a la Jerusalén celestial,
nuestro habitar en el cielo, “todavía no” con el cuerpo, pero sí “ya” con el espíritu y
el corazón.
Cristo, al ascender al cielo, se llevó consigo el trofeo de su victoria sobre la muerte:
su humanidad glorificada, la naturaleza que tiene en común con nosotros, con sus
hermanos de carne y de sangre. Nos ha hecho prisioneros, dice Pablo. ¿Cómo lo
ha hecho? Ha hecho prisionero nuestro corazón ligando a El nuestro deseo, nuestro
amor; en efecto, el corazón se encuentra allí donde se encuentra el objeto que ama.
“Si me amarais -afirma incesantemente Jesús-, os alegrarías de que suba al
Padre”.
En la medida en que nos humillemos y muramos con él, ascenderemos con él al
Padre, seremos liberados de la esclavitud y llegaremos a ser hombres cada vez
más libres. La espera del Cristo glorioso puede resultar difícil si sólo tenemos en
cuenta los acontecimientos dolorosos de la vida humana, de la historia; sin
embargo, es preciso cultivar, como lo hacían las primeras generaciones cristianas,
el sentido de la inminencia. Nuestros ojos deben saber mirar al cielo sin alejarse de
la tierra; más aún, recogiendo a los hermanos de sus dispersiones, para hacer
converger también sus miradas hacia lo alto. Nuestra manera de trabajar y de
cansarnos debería permitirnos también reposar ya con Cristo en el cielo. Nuestro
modo de vivir, de sufrir, de morir, debería manifestar con claridad que el misterio de
la redención se va cumpliendo en nosotros.
ORACION
Nosotros, viajeros por los senderos del mundo, suspiramos por revestirnos con esa
túnica de luz sin ocaso que tú mismo, Señor, nos has preparado en tu amor. Haz
que no se pierda nada de todo lo que, por gracia, has derramado como don en
nuestras pobres manos. Que la fuerza de tu Espíritu plasme en nosotros el hombre
nuevo revestido de mansedumbre y de humildad.
Te rogamos que no permitas que nos mostremos sordos a tus palabras de vida,
porque si no te seguimos a ti y no nos confiamos al poder de tu nombre, nadie más
podrá salvarnos. Que tu Espíritu triture todos los ídolos que todavía detienen y
obstaculizan nuestro camino. Que nada ni nadie pueda aprisionar nuestro corazón
en esta tierra. Haz que, dirigiendo la mirada a ti y a tu Reino, consigamos ojos para
ver por doquier los prodigios de tu amor.