EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la octava semana del tiempo ordinario
Epístola I de San Pedro 1,3-9.
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran
misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza
viva,
a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen
reservada en el cielo.
Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a
ser revelada en el momento final.
Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir
momentáneamente:
así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro
perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria
y de honor el día de la Revelación de Jesucristo.
Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se
alegran con un gozo indecible y lleno de gloria,
seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.
Salmo 111(110),1-2.5-6.9.10c.
¡Aleluya!
Doy gracias al Señor de todo corazón,
en la reunión y en la asamblea de los justos.
Grandes son las obras del Señor:
los que las aman desean comprenderlas.
Proveyó de alimento a sus fieles
y se acuerda eternamente de su alianza.
Manifestó a su pueblo el poder de sus obras,
dándole la herencia de las naciones.
El envió la redención a su pueblo,
promulgó su alianza para siempre:
su Nombre es santo y temible.
El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría:
son prudentes los que lo practican.
¡El Señor es digno de alabanza eternamente!
Evangelio según San Marcos 10,17-27.
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le
preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y
dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos
bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los
ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo:
"Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el
Reino de Dios".
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces,
¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no
para Dios, porque para él todo es posible".
Comentario del Evangelio por
San Juan Crisóstomo (hacia 345-407), presbítero de Antioquía más tarde
obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 63 sobre San Mateo; PG 58, 603s
«¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?»
No era una prisa mediocre la que el joven había demostrado; era como la de
un amante. Cuando los demás hombres se acercaban a Cristo para probarlo o para
hablarle de sus enfermedades, de las de sus padres o aún de otras personas, él se
acerca para conversar con Jesús sobre la vida eterna. El terreno era rico y fértil,
pero también lleno de espinas y abrojos para ahogar la simiente (Mt 13,7).
Considera cuán dispuesto está a obedecer los mandamientos: «¿Qué debo hacer
para heredar la vida eterna?»... Nunca ningún fariseo manifestó tales sentimientos;
éstos más bien estaban furiosos por verse reducidos al silencio. Nuestro joven, se
marchó triste y con los ojos bajos, que es signo nada despreciable de que no había
venido con malas disposiciones. Sólo era demasiado débil; tenía el deseo de la vida,
pero le retuvo una pasión muy difícil se superar...
«Si quieres ser perfecto, va, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y
tendrás un tesoro en el cielo; después ven, sígueme... al escuchar estas palabras,
el joven se marchó muy triste». El evangelista nos muestra la causa de la tristeza:
es que «tenía muchos bienes». Los que tienen poco y los que nadan en la
abundancia, no poseen los bienes de la misma manera. En los últimos la avaricia
puede llegar a ser una pasión violenta, tiránica. En ellos, cada nueva posesión les
enciende una llama más viva todavía, y los que están afectados por ellas son más
pobres que antes. Cada vez se les enciende más el deseo y, por tanto, sienten más
fuerte su, digamos, indigencia. Considera en todo caso como la pasión muestra su
fuerza... «¡Cuán difícil les será a los que poseen riquezas entrar en el reino de
Dios!» No es que Cristo condene las riquezas, sino más bien a los que las poseen.
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