“Padre, ha llegado la Hora : glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti”
Jn 17, 1-11ª
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
VIDA ETERNA
“La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, tu enviado” (Jn 17,3). Conocer al Dios de Jesucristo, conocer al Hijo y al Espíritu
Santo, conocerlos no sólo con la mente, sino también con el corazón, conocerlos estando
en comunión con ellos, conocerlos de modo que olvidemos todo lo demás: eso es la «vida
eterna». Lo demás pertenece a las cosas que pasan, a la infinita vanidad del todo, a lo que
carece de consistencia, a lo que tiene una vida efimera, a lo que no vale la pena aferrarse.
Mi vida ha de ser un continuo progreso en el conocimiento del Dios vivo y verdadero, un
progreso en la sublime ciencia de Cristo, un caminar según el Espíritu, porque esta vida es
ya vida eterna. Una vida, a veces, poco apetecible, porque la condición humana hay que
vivirla en la carne y en la sangre, porque el mundo me envuelve y me condiciona, porque mi
fe es todavía titubeante e insegura. Pero basta con que me detenga un poco a reflexionar
en las palabras del Señor, basta con que invoque su Espíritu, para que reemprenda el
camino hacia el inefable mundo de Dios y llegue a comprender la fortuna de haber
escuchado, también hoy, estas palabras que me unen al Padre y al Hijo, en el vínculo del
Espíritu, para pregustar algunas gotas del dulcísimo océano de la vida eterna.
ORACION
Infunde en mi corazón, Señor, los dones de la ciencia y de la sabiduría, para que pueda
conocerte cada vez mejor, para que pueda gustarte cada vez mejor, para que pueda amarte
cada vez mejor, para que pueda poseerte cada vez mejor. Si me abandonas a mí mismo
poco después de haber leído estas palabras tuyas, consideraré más importante algo
urgente que tenga que hacer y correré el riesgo de olvidarte.
Concédeme el don del consejo, para que te busque y te conozca incluso en medio de las
ocupaciones que me esperan dentro de poco. Concédeme el don del discernimiento, para
que pueda optar por ti en todas las cosas, según la enseñanza de tu Hijo. Concédeme ver
brillar la luz de tu rostro en todo rostro humano, para que siempre te busque a ti y sólo a ti.
Concédeme el instinto divino de buscar que seas glorificado y conocido, antes y más de lo
que pueda serlo yo.
Y perdóname desde ahora si te olvido, si persigo de una manera impropia las cosas de esta
tierra, si me lleno con frecuencia de nociones y sentimientos que no me unen a ti. No me
abandones a mí mismo, Señor, porque tú eres mi vida, tú eres la vida eterna.