Fiesta de Pentecostés
“Señor, envía tu Espíritu Santo y renueva toda la tierra”
La Iglesia fundada por Cristo para prolongar a través de los siglos su obra de salvación, está
animada por su mismo Espíritu. En efecto, la Iglesia emprendió el día mismo de Pentecostés la
misión en el mundo de anunciar el Evangelio. El Concilio nos enseña que “fue en Pentecostés
cuando empezaron los “Hechos de los Apstoles”. Cristo fue concebido cuando el Espíritu
Santo vino sobre la Virgen María y Cristo fue impulsado a la obra de su ministerio cuando el
mismo Espíritu Santo descendió sobre él mientras oraba. La Iglesia vive, crece y obra en el
mundo bajo el influjo y guía del Espíritu Santo, al que “Cristo envi de parte del Padre para que
llevara a cabo interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a si misma”.
Todo lo que la Iglesia ha realizado en estos milenios ha sido por obra del Espíritu Santo, que
nunca ha cesado de asistirla e infundirle el necesario vigor para el cumplimiento de su misión
(AG 4).
Sin embargo el Espíritu Santo no lleva a la Iglesia por un camino fácil, exento de dificultades y
de luchas, sino que más bien la sostiene para que avance a través de ellas con constancia,
serenidad y alegría de sufrir por Cristo. Los primeros Apóstoles se gozaban “porque habían
sido dignos de padecer ultrajes en nombre de Jesús” (Hech.5, 41). San Pablo, camino a
Jerusalén, decía: “ahora encadenado por el Espíritu voy a Jerusalén sin saber lo que allí me
sucederá, sino que en todas las ciudades el Espíritu me advierte, diciendo que me esperan
cadenas y tribulaciones” (Hech.20, 22-23). Pablo tenía conciencia de arriesgar la vida, pero no
retrocedía con tal “de anunciar el evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20, 24).
La fuerza de la Iglesia actual -como lo fue para la primitiva Iglesia- está en dejarse guiar por el
Espíritu Santo, sacando de él la fuerza para dar testimonio de Cristo y difundir el evangelio, no
obstante las contradicciones y las persecuciones que pueda sufrir. También en este caso debe
cumplirse la Palabra de Jesús: “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré de parte del
Padre … él dará testimonio de mí y ustedes darán también testimonio”(Jn.15, 26). El testimonio
que Jesús pide a su Iglesia es justamente testimonio de fe y de amor. En su oración sacerdotal
Jesús pide al Padre por los suyos: “conságralos en la verdad” (Jn.17,17). Es decir que se
consagren a la difusión de evangelio y que estén dispuestos a dar su vida y sacrificarla por él.
En esa misma oracin Jesús aade: “que sean perfectos en la unidad para que el mundo
conozca que Tú me enviaste”. El amor mutuo de los discípulos y la perfecta unin que de Él se
deriva, dará testimonio al mundo que el Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha venido para
traer el amor divino a los hombres; darán testimonio de la veracidad y del valor del cristianismo.
El Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad y de amor, va amalgamando a la Iglesia para
hacerla perfecta en la unidad “para que el mundo crea”. El Espíritu Santo -si los hombres no
ponen obstáculos a su acción- promueve siempre la unidad de los corazones y de las mentes,
despierta el verdadero sentido de fraternidad y continuamente produce y urge la caridad entre
los hombres.
La acción del Espíritu Santo es por demás poderosa y eficaz. Pero sin embargo, pero al ser
Espíritu de amor, no quiere violentar la libertad humana, sino que espera que el hombre acepte
libremente sus impulsos y le entregue por amor la propia voluntad. Si encuentra en él
resistencia, retira de él sus gracias y lo deja en la mediocridad. Por eso San Pablo exhorta a no
vivir “según la carne” que lleva al hombre a afirmar su propia independencia con respecto a
Dios sino a vivir “según el Espíritu” (Rom.8, 4), porque el apetito de la carne es muerte, pero el
del Espíritu es vida y paz” (Ib. 6). Esta es la paz y la vida de los hijos de Dios: dejarse guiar por
el Espíritu. Es además la lógica de quien desea vivir su propio bautismo: si vivimos del Espíritu,
andamos siempre según el Espíritu: somos constructores de paz, de fraternidad, del cuidado
de uno mismo y del prójimo, de una sociedad más justa y equitativa. Este es el mundo nuevo y
mejor que desea el Espíritu para todos los hombres de buena voluntad.
Que la Virgen María, que recibió el Espíritu Santo en el día de Pentecostés y conoció allí toda
la verdad que encerraba su fe, nos acompañe y nos ayude a abrir el corazón a la obra del
Espíritu.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo Puerto Iguazú