“ALEGRÍA DE LA FE”
Carta de Monseñor Juan Rubén Martínez,
Obispo de Posadas para la Solemnidad de “Pentecostés"
(27 de mayo de 2012)
En este domingo estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio
(Jn. 20,19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado enviando a sus Apstoles: “Como el
Padre me envi a mí, yo también los envío a ustedes” (Jn. 20,21). Y les otorga el poder para
ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el
Sacramento de la confesin. “Al decirles esto, sopl sobre ellos y aadi: Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonan y serán
retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn. 20,22-23).
Es importante recordar que estos hombres eran como nosotros. Pedro cuando es elegido
se reconoce como pecador, y en el contexto de la Pasión de Jesús niega tres veces a su
maestro, aunque después llora arrepentido por su debilidad y miedo. Esto es fundamental
que lo tengamos presente, porque si bien es cierto que solo Dios es perfecto, nosotros no
podemos hacer alarde de nuestras fragilidades, más bien debemos reconocerlas y tratar de
cambiar, de insertar “la Pascua” en nuestra vida. Quizá como el Apstol Pedro deberemos
no relativizar, sino llorar nuestros pecados con arrepentimiento. Solo desde la humildad nos
hacemos amigos de Dios.
En la maana de Pentecostés los Apstoles, junto a otros y “a María”, estaban orando
en el “Cenáculo”, en esa maana de hace 2000 aos nació la Iglesia. El Espíritu Santo
prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.
En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los
cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por
un lado tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una
dimensión comunitaria, eclesial.
Desde hace varios años venimos acentuando en nuestra Iglesia Diocesana como rasgo
indispensable ser una Iglesia-Comunión, para poder ser discípulos y misioneros. Este fue el
motivo por el cual nos encaminamos a celebrar nuestro año jubilar, los 50 años de creación
de la Diócesis, con la celebración del primer Sínodo Diocesano. Esa es la razón por la cual
este año realizaremos nuestra Asamblea diocesana el próximo 20 de junio, para acentuar la
comunin de nuestra Dicesis, parroquias y comunidades, y pasar de una pastoral “de
mantenimiento y dispersa”, a una “conversin pastoral que nos lleve a ser un poco más
“pueblo de Dios” en comunin, para evangelizar este inicio del siglo XXI.
Aparecida hace una referencia específica a esta necesidad en el hoy de nuestra América
Latina y el Caribe. El texto seala: “La vocacin al discipulado misionero es con-vocación
a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy
presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales
individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad
eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Catlica. La fe
nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunin”. Esto significa que una
dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad
concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de
comunión con los sucesores de los Apstoles y con el Papa” (156).
En estos 2000 años la Iglesia Evangelizó, con alegrías del Espíritu, pero no le faltaron
sufrimientos y martirios. Solo basta recorrer la historia, en donde desde ya se hace presente
la fragilidad humana y la debilidad, como las negaciones de Pedro o la búsqueda de los
primeros lugares de los Apóstoles Juan y Santiago, cuando todavía no entendían de qué se
trataba el Reino de Dios… Pero la Iglesia que ha recorrido los siglos ha contado con la
garantía del Espíritu Santo, que llev a que muchos hombres y mujeres sean “testigos de
Dios”. También tantos santos, mártires, hombres y mujeres que desde el silencio de la
cotidianidad fueron fieles, y dieron su vida por Amor a Dios y a sus hermanos. Hoy como
ayer también deberemos dar testimonio en medio de alegrías y sufrimientos.
Nosotros en este Pentecostés queremos que resuene en nuestro corazón el mandato del
Seor que nos dice: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt.28,19).
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas