La Ascensión del Señor
¡Vayan y hagan discípulos y sepan que Yo estoy con ustedes! (Mt. 28,19)
La Iglesia celebra hoy la Ascensión del Señor a los cielos, tal como lo anunció Él mismo el día
de la Resurrección: “subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn.30, 17),
le había dicho a María Magdalena. Asimismo Jesús le había anunciado a los discípulos de
Emaús: ¿No era acaso preciso que el Mesías sufriera todo esto y entrase en su gloria? (Lc. 24,
26). ¿No había mostrado acaso Jesús su Gloria a los discípulos Santiago, Pedro y Juan en la
Transfiguración? (Mt.17). Jesús vuelve al Padre de donde ha venido, y después de sufrir las
humillaciones aquí en la tierra, vuelve a la Gloria que le corresponde. No a la gloria futura de
todos los hombres, sino a una Gloria inmediata, la que le corresponde al Resucitado.
Los evangelistas fueron testigos visibles de la Ascensión. Los que lo habían visto morir en la
Cruz, lo vieron subir a los Cielos. Así nos lo relata Marcos: “El Seor Jesús fue levantado a los
cielos y está sentado a la derecha de Dios” (Mc.16, 19). Lucas lo describe así: “Después Jesús
los llevó hasta las proximidades de Betania y elevando sus manos los bendijo. Mientras los
bendecía, se alejaba de ellos y era llevado al Cielo” (Lc. 24, 50-51). El Libro de los Hechos de
los Apstoles también atestigua lo mismo que relatan los evangelistas: “Recibirán el Espíritu
Santo que vendrá sobre ustedes y serán mis testigos, hasta los extremos de la tierra. Dicho
esto fue arrebatado a la vista de ellos y una nube lo ocult de sus ojos” (Hech.1, 8).
Espectáculo maravilloso para los apóstoles, que se quedaron atónitos, hasta que los ángeles
los sacaron de aquel maravilloso asombro.
Ahora Jesús habla con grandeza y poder. Ya no son los discursos del Siervo Sufriente, sino los
de alguien lleno de poder sobre el cielo y la tierra. Jesús dice a sus discípulos: “echarán los
demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en las manos las serpientes y si bebieran veneno
no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y ellos recuperarán la salud” (Mc.16,
17). Y les habla de la promesa del Espíritu Santo, como lo atestiguan los Hechos y todos los
signos de la Iglesia Primitiva.
Todo lo que pertenece a Jesús, le pertenecerá a los Apóstoles. Asimismo si los cristianos
somos asemejados a Cristo por el bautismo y la fe profesada, también su Gloria será parte de
nuestra vida al final de ella: “voy a prepararles un lugar y cuando me haya ido, volveré y los
tomaré conmigo, para que donde estoy Yo, estén también ustedes” (Jn.14, 3).
La Ascensión es fuente de esperanza para la vida de fe del cristiano que en su peregrinar por
la tierra, muchas veces se ve solitario en su fe, sufriente y hasta experimentando la aridez de la
fe misma. San Pablo nos dice en la Carta a los Efesios: “El Dios de nuestro Seor Jesucristo y
Padre de la Gloria…ilumine los ojos de sus corazones, para que entiendan cuál es la
esperanza a la que los ha llamado” (Ef. 1,17). Y él fundaba esta esperanza en la ascensión
gloriosa de Cristo levantado por encima de toda criatura, de la cual él mismo había sido testigo.
Esto es lo que Dios hará en favor de aquellos que estén unidos a Cristo en la fe, en el Cuerpo
Místico del cual Él es la Cabeza: compartirán su suerte después de este caminar. Si hoy en el
sufrimiento compartimos la cruz de Cristo, también un día tendremos parte en su Gloria eterna.
Tengamos presente que así como con la Ascensión termina la obra terrena de Cristo, así
también con ella comienza la tarea de los apóstoles y la nuestra: “Vayan y enseñen a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28,19). Será
necesario enseñar a todas las gentes el Evangelio, administrar los sacramentos y vivir según la
caridad a ejemplo de Cristo de quien somos discípulos. Sin embargo, todo esto no comenzará
inmediatamente. Cristo quiere una espera, un tiempo de oración. Después vendrá el Espíritu
Santo e impulsará la misión. Primero la oración y después comenzará la obra de la Iglesia que
no tendrá fin sino en la Parusía, cuando termine nuestra peregrinación terrena.
Que María orante junto a los Discípulos en la espera del Espíritu Santo, nos anime tanto en la
oración como en la acción evangelizadora de esta hora.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo Puerto Iguazú