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D E B ABEL A P ENTECOSTÉS
D OMINGO DE P ENTECOSTÉS (J N 20,19-23)
27 DE MAYO DE 2012
Estaba cantado, pero quedaba slo contarlo. Se había prometido, pero había que
saber esperarlo. Y fue un tiempo denso de aguardar el cumplimiento de aquellas dos
promesas, precisamente las que Jesús hizo a sus discípulos antes de su ascensin al
Padre: por una parte, que permanecería con, en y entre ellos hasta el final de los siglos
(Mt 28,20); y por otra, que les enviaría desde el Padre al Espíritu Santo, que sería para
ellos el Consolador, el que llevaría a plenitud lo que Jesús mismo había comenzado,
recordándoles lo que Él les había revelado (Jn 14,26).
Tras la ascensin de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén. Allí esperarían el
cumplimiento de la promesa del Espíritu. “Todos los discípulos estaban juntos el día de
Pentecostés” (Hch 2,1). En la sala donde se tuvo la última Cena (Lc 22,12), solían reunirse,
eran concordes, y oraban con algunas mujeres y con María (Hch 1,14). La tradicin
cristiana siempre ha visto esta escena como el prototipo de la espera del Espíritu. La
Madre de Jesús –y de los discípulos que engendr al pie de la Cruz del Seor (Jn19,27)–,
era una mujer que sabía de la fidelidad de Dios, de cmo Él hace posible lo que para
nosotros es imposible (Lc 1,37); era una mujer creyente que había aprendido a guardar en
su corazn todo lo que Dios le manifestaba (Lc 2,51). Ella era, y sigue siendo, la que
reunía a la Iglesia.
A diferencia de la torre de Babel, con la que los hombres trataban de construir su
propia maravilla (Gén 11,1-9) para conquistar a ese Dios que no pudieron arrebatar
comiendo la fruta prohibida del jardín del Edén (Gén 3,1-19), ahora en Jerusalén ocurría lo
contrario: que las maravillas que se escuchaban eran las de Dios, y que lejos de ser
víctimas de la confusin, aun hablando lenguas distintas, eran las justas y necesarias para
entenderse.
Efectivamente, se trataba de hacer entender en todos los lenguajes lo que
maravillosamente Dios había dicho y hecho. La misin de la Iglesia es continuar la de
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo
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Jesús: “como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21). Los discípulos
de Jesús que formamos su Iglesia, como miembros de su “cuerpo” (1Cor 12,12), desde
nuestras cualidades y dones, en nuestro tiempo y en nuestro lugar, estamos llamados a
continuar lo que Jesús comenz. El Espíritu nos da su fuerza, su luz, su consejo, su
sabiduría para que a través nuestro también puedan seguir escuchando hablar de las
maravillas de Dios y asomarse a su proyecto de amor otros hombres, culturas, situaciones.
El Espíritu “traduce” desde nuestra vida, aquel viejo y nuevo mensaje. No la confusin de
Babel, sino el multilingual y eterno anuncio de Pentecostés. Esto fue y sigue siendo el
milagro y el regalo de la más hermosa Buena Noticia.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo