VIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
LUNES
a.- 1 Pe. 1,3-9: Amáis y creéis en Jesucristo.
b.- Mc. 10, 17-27: Vende lo tienes y sígueme.
Encontramos dos momentos en este pasaje evangélico: el encuentro con un joven
rico y la enseñanza sobre las riquezas que da a los discípulos. El joven quiere
alcanzar la vida eterna, ha cumplido todos los mandamientos desde su infancia. La
respuesta de Jesús es que venda todo lo que posee, lo dé a los pobres, así tendrá
un tesoro en el cielo, y luego lo siga. Con cumplir la Ley no basta, se necesita algo
más, el desprendimiento de todo lo que se posee, la pobreza voluntaria, para ser
discípulos de Cristo. Es toda una propuesta que superó las expectativas
vocacionales del joven, se marchó, ya que poseía muchas riquezas. No se puede
ser discípulo de Cristo, con alma de rico, es decir, poner la confianza en las
riquezas, impide alcanzar la vida eterna. De ahí que Jesús use la hipérbole: es más
fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, a que ingrese un rico en el Reino
de los Cielos. En la segunda parte, Jesús enseña el peligro que entrañan las
riquezas para todo cristiano, rico o pobre, puesto que todos buscamos hoy el
dinero, por la seguridad que nos otorga; es el espíritu de codicia, que nos embarga,
poniendo en duda nuestra confianza en Dios. El apego a las riquezas, endurece el
alma y los corazones, como al joven rico; aleja al prójimo de nosotros, enfría las
relaciones personales, esclaviza al hombre, puesto que el cristiano está llamado a
ser señor de su dinero, en definitiva dificulta asimilar los valores del Reino de Dios.
En los discípulos se produce un conflicto, porque desde el AT., la riqueza, es
considerada una bendición de Yahvé, ahora Jesús, nos enseña que para alcanzar la
vida eterna, debemos entregar la vida por ÉL y el evangelio, cuanto más las
riquezas, para que no ocupen el espíritu, el corazón del discípulo, llamado a amar
libremente a Dios y al prójimo. ¿Quién podrá salvarse? preguntan los discípulos (v.
26). Es imposible para los hombres, pero todo es posible para Dios, responde
Jesús. Recibir el Reino de Dios con espíritu de niño, entraña, la capacidad de
reconocer la propia pequeñez y debilidad, y poner la confianza en el poder de Dios
y poner la vida a su disposición para que su Espíritu actúe en nosotros. Debemos
aprender, como los discípulos, a contar la ayuda de la gracia divina, para llevar
adelante el proyecto salvador y redentor de Jesús. Se necesita la apertura a la
acción de Dios, vaciándonos de nosotros mismos, para servir a Dios y al prójimo.
Teresa de Jesús, nos enseña a vivir la pobreza de espíritu y el último grado de
amor, que es la confianza absoluta en Dios, amarlo sólo por lo Dios es no por lo que
nos pueda dar: “Quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta” (Poesía 9).