Homilías Domingo 14 (Ciclo B)
+ Lectura del santo Evangelio según San Marcos
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus
discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la
sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
- «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han
enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el
carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y
Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y esto les
resultaba escandaloso.
Jesús les decía:
- «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus
parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos
imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor
Homilías
(A)
Cuando hablamos de Profetas, esto despierta en nosotros una
imagen equivocada: la de un hombre que adivina y anuncia lo que
va a suceder. Pero no hay tal cosa.
El Profeta es un hombre que ve el presente y vive en el presente.
Lo que ocurre es que lo ve sin prejuicios, con naturalidad y lo
expresa sin lenguajes científicos, sin diplomacias ni políticas; dice
lo que ve.
Pero también el Profeta es un hombre que sabe callar. No es un
charlatán. Y su silencio es tan inquietante como sus palabras.
Pero cuando habla lo hace con autoridad, y sin estar sometido a
nadie, porque es libre: libre de cualquier egoísmo y de cualquier
interés partidista.
Por eso sus palabras escandalizan, molestan a los oportunistas, a
los que se quedan agazapados en su "prudencia", a los que sólo
buscan defender sus propios intereses.
Y como la verdad molesta a estos tipos de personas, los
persiguen. Así ocurrió con Juan Bautista, con Jesús y con todos
los Profetas. Y así ocurre hoy con los que siguen denunciando la
mentira, el robo, la corrupción etc.
Los Profetas son perseguidos y condenados porque sus palabras
denuncian la mentira, la falsedad, la hipocresía de esta sociedad y
de muchos de sus dirigentes, y por eso resultan inaguantables.
También hoy.
Al Profeta no le gustan los aplausos, sólo quiere que sigamos sus
palabras y su ejemplo.
Entre nosotros, hoy, siguen existiendo Profetas.
Pero Jesús nos dice dos cosas muy importantes.
* “Nadie es Profeta en su tierra".
* “Guardaos de los falsos Profetas".
Parece que hay gente que se quiere hacer Profeta, pero no lo es.
Se presentan como corderos, pero son como lobos disfrazados.
¡Ojo con ellos, nos dice Jesús!.
Pero también nos dice que nadie es Profeta en su tierra. Y es que
ocurre que estamos más dispuestos a escuchar al forastero, al
desconocido, que al del pueblo o al amigo.
Escuchamos atentos a un desconocido lleno de títulos. Pero ¿Qué
nos puede decir el vecino, cuya vida y milagros conocemos
todos?
¿A qué se debe esta actitud y por qué actuamos así?
Es que lo conocemos y sabemos lo que nos puede decir. O es que,
como nos conoce nos puede decir lo que no queremos oír, las
verdades que nos molestan.
Un desconocido nos podrá hablar de cosas interesantes, pero lo
que de verdad nos interesa, sólo nos lo podrá decir un conocido,
aunque moleste oír la verdad.
Esta es la misión del Profeta y debemos escucharle. Nos dice las
verdades que duelen y molestan, pero son las que nos ayudan a
caminar en la vida, las que nos ayudan a seguir el ejemplo de
Jesús.
Pero, como muchas veces sus palabras molestan y duelen es
mejor eliminarlos, decir que son falsos Profetas, desprestigiarlos.
En una palabra. quitarlos de en medio como sea.
Ya lo dijo Jesús: " Nadie es Profeta en su tierra ".
(B)
Sigue aún resonando aquello que había dicho Juan al comienzo de
su Evangelio: “Vino a su casa y los suyos no le recibieron...”
También entre sus paisanos recibió Jesús una desilusión
tremenda. Debió de encaminarse hacia Nazaret con esperanza.
Volvía a ver el paisaje de su niñez, la fuente y los caminos por
donde jugaba con sus compañeros. El almacén de su madre.
Probablemente seguía viviendo allí su madre.
Conocía al sacristán que en la sinagoga, le presentó el rollo de las
Escrituras. La escena se desarrolla en un ambiente de intimidad y
al propio tiempo, de grandiosidad. Los ojos de todos estaban fijos
en él.
Y he aquí la revelación, discreta, pero que no deja ninguna duda
sobre su aplicación: Esta Escritura que acabáis de oír se ha
cumplido hoy.
Se trata de uno de esos momentos en los que Jesús con la mayor
naturalidad, revela su propia identidad.
Pero los habitantes de Nazaret no estaban dispuestos a arrodillarse
ante aquel paisano suyo, a quien creían conocer muy bien. Lo
conocen todos: saben de dónde viene... Uno de tantos, uno como
ellos, ¿qué es lo que pretende ahora? ¿El Mesías? ¡Imposible! No
es más que el carpintero, el hijo de María...
“Se habían construido una imagen de Dios... Y si Dios no se
manifestaba conforme esa imagen, lo rechazan...
Los habitantes de Nazaret sólo se imaginaban al Mesías lleno de
grandiosidad, de poder... No se lo podían imaginar con
apariencias sencillas, comunes, cotidianas. Por eso lo querían
despeñar...
Y surge la indignación contra aquellos paisanos de Jesús, pero
cuidado, es de nosotros de quienes está hablando el evangelio
(como siempre...) También nosotros somos muchas veces
víctimas de la misma equivocación. También nosotros conocemos
a Cristo desde pequeños (fuimos bautizados, fuimos a catequesis,
hicimos la primera comunión, la confirmación, nos casamos por
la Iglesia)...Sí le conocemos... Pero somos incapaces de
reconocerlo.
Nos empeñamos en construir una determinada imagen de Dios. Y
si Dios se nos presenta “distinto”, no lo acogemos (Tuve hambre
... Tuve sed... Fui forastero... Estaba enfermo...) ...
Buscamos a Dios “por fuera”. Afilamos la vista porque lo
creemos lejano. Y resulta que está muy cerca, que pasa a nuestro
lado.
Nos lo imaginamos por la nubes. Y nos cruzamos con él todos los
días por las calles y caminos. Estamos siempre aguardando algo
extraordinario y él se pone la ropa de todos los días.
Nos negamos a ver el rostro de Dios en el rostro de cada
hombre... El verdadero peligro del cristiano es la “distraccin”...
Solemos pedir a veces perdón en la confesión, por nuestras
distracciones en la oración o en la Misa... Y no pensamos en las
distracciones en la vida, ¡cuántas veces nos tropezamos con Cristo
sin darnos cuenta! No lo reconocemos. Tiene el inconveniente de
tener una cara demasiado conocida...
Y nosotros que conocemos esas caras, no sabemos reconocerlo.
Y él continúa en el desierto.... ¡En su propia casa!...
No se nace cristiano por la ley de la herencia. El cristiano se hace
por el encuentro personal con Cristo, y ese encuentro siempre
trastorna y desconcierta.
Jesucristo trastocó la vida de todos los que le acogieron
¿A trastocado la nuestra o seguimos instalados en nuestras
seguridades, en nuestros valores, en nuestra comodidad?
(C)
Jesús llega a su tierra con sus paisanos tras el asombro que ha
cosechado entre las masas. Los únicos que no se abren al asombro
son los cercanos. ¡¡No se lo podían creer!! Nada de extrañar esta
postura pues el evangelista nos ha dejado ya consignada la actitud
de sus familiares cuando fueron a buscarle porque creían que
estaba loco (Mc 3,21). Para ellos todas son preguntas: «¿De
dónde le viene a este todo eso? ¿De dónde le viene la sabiduría
que tiene y la fuerza de hacer milagros?». Le conocen bien. No se
lo explican. Han convivido con Él muchos años. No hace mucho
que abandonó la casa paterna. De pronto todo ha cambiado. Mejor
dicho, Jesús ha cambiado y a ellos se les pide que cambien de
idea sobre Jesús. Imposible tarea. Es preferible negar, rechazar,
defenderse... Cambiar de «idea» sobre las personas es mucho
pedir. «¡Antes me tengo que cerciorar bien!».
La experiencia narrada se repite cada día. Hasta ayer éramos
compañeros. Le ascendieron o cambió de trabajo. Nos volvemos a
encontrar y no nos cabe más solución que exclamar: «¡No hay
quien le reconozca! ¡Cómo ha cambiado! ¡Se le han subido los
humos! ¡Ya no se habla con nadie, ni nos mira...!». ¿Te suena
esto?
Jesús llega a su pueblo y sus paisanos desconfían de él. Viene a
verlos, viene a encontrarlos; se hace cercano. Ahora los que se
hacen lejanos son ellos. No entienden, no le entienden, no le
aceptan, desconfían que es la manera más tremenda de
menospreciar a alguien. «Si no te fías de mí, no tengo nada que
ver contigo». No soportan que uno de los suyos haga los gestos
que Él hace. Tienen bien hecho el cliché y no lo pueden romper.
Porque romper el cliché es aceptar entablar una relación diferente
con El. Es aceptarle no sólo como paisano, sino como Mesías.
¡Demasiado!! La dificultad de aceptar a Jesús no es una dificultad
intelectual, sino relacional. Si Jesús tiene autoridad y hace signos
divinos esto quiere decir que hay que acoger lo que en Él se
revela. Y es lo que no están dispuestos a hacer o no pueden hacer.
Hay un humano comportamiento que consiste en que el hombre
determina dónde o por quién Dios se debe revelar. Hay un secreto
deseo en lo más hondo de la persona de «dominar» a Dios, de
«marcar» a Dios caminos, de «dar órdenes a Dios». ¿Cómo Dios
va a hablar por una que nosotros conocemos muy bien?
Desconfiaban porque le conocían. Conocer a alguien puede servir
para confiar o para desconfiar. En este caso, sirve para desconfiar.
Lo que conocían de Jesús no les daba suficiente «peso» para creer
en Él. No nos pasan hoy cosas diferentes...
Por darle por conocido, los paisanos de Jesús se impidieron
conocerle mejor. Por acostumbramos a Dios, nos podemos hoy
también impedir tener una experiencia de Dios más íntima y que
haga maravillas para nosotros...
(D)
Es verdad que Ezequiel ha recibido del Señor la orden de hablar a
gente testaruda: “te hagan caso o no te hagan caso...”
Yo tengo la impresión, la misma impresión del profeta, de que los
curas hablamos a los que no nos escuchan...
Pero el Seor, hoy, lo mismo que al profeta nos dice... “te hagan
caso o no, tu sigue diciendo... “así dice el Seor...”
- Hay gente que no tiene ganas de escuchar...Hay muy pocos
escuchadores, no sólo en las iglesias, sino en las familias, en
los matrimonios, entre amigos, vecinos...
- - Hay quienes simulan que están escuchando, ponen cara de
escucha, ¿pero dónde estarán sus pensamientos?...
- - Hay quienes dicen que no tienen necesidad de escuchar a
los curas, porque siempre estamos diciendo las mismas
cosas...
- Hay quienes escuchan, pero entienden las cosas a su
manera...
- Hay quienes están dispuestos a oír solamente lo que está de
acuerdo con sus ideas, y rechazan cualquier palabra que
ponga en cuestión su pensamientos, sus seguridades o su
conducta...
- Hay quienes escuchan, y piensan en los demás... Esto que
está diciendo qué bien le viene a fulano o mengano...
- Hay quienes escuchan, nunca se cansan de escuchar, pero su
vida sigue igual que siempre, nada les interpela, nada les
cuestiona, nada les invita a cambiar... y de hecho nada
cambia.
- Hay quienes dicen: ¡Qué bonito sermón!, y todo acaba ahí.
A pesar de la impresión de que hablamos y nadie nos escucha,
hoy el Señor, como al profeta Ezequiel nos dice... “te hagan
caso o no te hagan tú sigue hablando en mi nombre”...
Por suerte hay gente que escucha. Hay gente que toma en serio
la Palabra, la guarda en su corazón, y se dejan interpelar por
ella...
A lo mejor los predicadores no nos enteramos... Y quizás nos
lamentamos diciendo, que nadie tiene ganas de oír sermones,
que no tienen ningún interés... que si la TV, los periódicos, las
diversiones... Tienen mucha mejor acogida...
A veces podemos ser injustos con los oyentes... Teniendo la
impresión de que todo es inútil, de que no vale la pena...
Pero sí vale la pena. Aunque sea para pocos. Aunque solo fuera
para uno solo.
La Palabra siempre encuentra un nido de acogida. Quizá sin
que nos enteremos... Porque la Palabra no nos pertenece y no
podemos medir sus frutos y sus efectos...
La Palabra realiza recorridos secretos, busca la complicidad de
algún corazón, donde va a despertar las esperanzas cubiertas de
ceniza, o donde enciende la chispa en medio de la oscuridad, o
ilumina el caminar a tientas de algún hombre o mujer...
La Palabra trabaja silenciosamente, en lugares e individuos
insospechados...
¡Qué importante es que entre nosotros, en medio de tantas
voces, de tantos reclamos, de tantas solicitudes... Alguien nos
siga diciendo: “Esto dice el Seor”...
El Profeta Ezequiel tendrá que seguir anunciando al Palabra
ante la misin que Dios le encomienda: “Hijo de Adán, yo te
envío a los israelitas... Un pueblo testarudo...” Y tendrá que
hacerlo a través de su propia debilidad... Ezequiel lo mismo
que San Pablo podrá decir: “Cuando soy débil, entonces soy
fuerte, mi fuerza es el Seor”...
Santa Teresa solía decir: “Teresa, ella sola, no es nada. Teresa
y 30 ducados, es un poco. Teresa y el Seor, es todo”....
Que hagamos nuestra, la súplica del salmo: “Nuestro ojos están
en el Seor, esperando su misericordia”... Poner nuestros ojos
en el Señor, es seguir confiando en su Palabra y en su amor
hacia nosotros...
P. Juan Jáuregui Castelo