D OMINGO TERCERO DE A DVIENTO , "B"
La alegría de la Adviento
En este III Dom. de Adviento la liturgia hace referencia a un ingrediente
esencial del tiempo litúrgico que vivimos, y fundamental en la vida del cristiano: la
alegría.
IIª lectura (San Pablo): "Estén siempre alegres..." No se trata de cualquier
alegría, sino de la alegría profunda de la Salvación: la que viene de Dios... la de la
Virgen María: "Desbordo de gozo en el Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador" (encontramos expresiones similares en la Iª, lect. y en el S.R.).
+ La alegría es característica esencial de toda fiesta. Y nuestra vocación eterna
es a la fiesta de Dios con los hombres (el Cielo). Nuestra mayor alegría siempre será
experimentar la cercanía de Dios. Una persona es más feliz cuanto más cerca está de
Dios. Y, por el contrario, las tristezas más profundas muchas veces tienen que ver con
el estar lejos de Dios, que es la fuente de nuestra felicidad
Los designios definitivos de Dios sobre nosotros siempre son de alegría, de
gozo. Los misterios dolorosos los hemos provocado nosotros, no Él. Esta alegría porque
Dios está cerca es la que anuncia el ángel a María: "¡Alégrate!... " ; la que hace saltar al
Bautista , y llena el corazón de su madre Santa Isabel ; la que el ángel anuncia a los
pastores ; la que hace que los niños se sientan atraídos hacia Jesús (ellos se sienten
espontáneamente atraídos por las personas alegres); la que hace alegrarse al pueblo
viendo las maravillas que hacía Jesús; la alegría de los apóstoles frente al Resucitado ,
alegría que nada pudo quitarles...
+ La alegría es, en cierto modo, un termómetro de nuestra vida espiritual... La
alegría es tener a Jesús... y la tristeza es perderlo. Si estamos tristes, preguntémonos
cómo andamos con Cristo, y si nuestros corazones no están acaso tibios y faltos de
generosidad para con Él.
+ La Alegría del cristiano es totalmente distinta de las alegrías superficiales y
mundanas, que no llenan el corazón, e incluso tantas veces lo dejan más vacío que
antes. Cuando se busca la felicidad fuera del camino que lleva a Dios, al final sólo se
halla infelicidad y tristeza. Fuera de Dios (o al margen de Él) no hay, no puede haber
nunca alegría verdadera. Sin Dios estamos vacíos por dentro: es cuando nos da miedo,
nos molesta y no aguantamos estar un rato "solos": escapamos de nosotros mismos,
nos volcamos hacia cosas puramente exteriores, distraemos nuestra propia atención...
Salimos, cuando todavía es temprano, buscando cosas o pasatiempos que nos pongan
alegres... y volvemos, cuando ya es tarde, sintiendo que los gustos del mundo nos
dejan vacíos de calma, de paz interior, de verdadera alegría.
La única alegría posible es la del corazón que encuentra a Cristo, y lo vuelve a
encontrar cada día, de un modo profundo y siempre nuevo. El cristiano lleva esta
alegría en sí mismo, porque encuentra a Dios en su alma en gracia. Su corazón es así
un torrente de alegría, que salta hasta la Vida eterna.
Nuestra generación posee una particular sensibilidad para los valores estéticos,
y particularmente por la belleza física : regímenes, dietas, cirugías, tratamientos,
gimnasio...
Pero ¿qué pasa con la belleza interior ? ¿Quién puede describirla? Cuando
estamos en amistad con Dios, en gracia (con una buena confesión, por ej.), cuando
comulgamos, rezamos, y tenemos el Amor como norma de conducta, entonces Dios
mismo es en nosotros fuente de alegría, de vida y de amor: es el hombre en paz
consigo mismo, en relación fraternal con los demás y en armonía con todo el universo.
¿No es ésta la alegría de la Virgen María, llena de alegría con Dios, haciéndose hombre
en su seno?
El Adviento es precisamente el tiempo para llenarnos de esta alegría.
+ Esta alegría es compatible con el dolor, la enfermedad, los fracasos, las
contradicciones... "Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar" (Jn. 16,22). No
es un "seguro de vida". No nos garantiza que "nada nos pasará". Pero sí nos asegura
que en todo lo que nos toque vivir, Dios mismo, desde nuestro corazón, será nuestra
fuerza, nuestro apoyo, nuestro consuelo, nuestra alegría...
No podemos esperar épocas sin contrariedades ni sufrimientos para ser felices.
Nuestra alegría interior , nuestra vida interior , tiene que aprovechar estas situaciones
para crecer en las virtudes, madurar... ser cada día un poco más dignos de nuestra
vocación celestial [una vez más, miremos a Cristo... a María... a los santos...].
Y la verdadera alegría tiene un dinamismo especial: se hace más fuerte y
profunda cuando se comparte con los demás...
Mientras preparamos interiormente esta Navidad, pensemos por un
momento: ¿qué cuota de alegría podemos llevar para compartir con los excluídos,
marginados, pobres, abandonados...?
* Al celebrar, no podemos ni debemos dejar de lado la realidad de que
celebramos entre los conflictos del mundo y las contradicciones de nuestra fe, ya que
olvidarlo podría convertir en superficial e hipócrita nuestra celebración...
¿qué acciones celebrativas podemos poner por obra que manifiesten la contracara
de los antitestimonios y escándalos, errores, infidelidades, incoherencias y
lentitudes de los hijos de la Iglesia?
¿cómo manifestar, celebrando, que nos hemos arrepentido de los pecados contra la
unidad, de los pecados de intolerancia y de violencia, de la falta de discernimiento
ante la violación de los derechos humanos, de la injusticia y de la marginación
social?
¿cómo finalmente celebrar sin olvidar la sangre de los mártires silenciosos que ya ha
comenzado a fabricar este nuevo milenio?
+ El Evangelio hoy nos presenta a Juan Bautista, "testigo" de Cristo (saltó de
alegría ya antes de nacer). Y el testigo habla no de “opiniones” o “ideas”, sino de lo
que ha visto y oído... El mundo necesita hoy nuevos testigos de esta alegría de
Salvación que viene de Dios, y para la que nos estamos preparando en este tiempo.
La Tristeza es hermana del pecado...
pero la Alegría es hija de la Salvación
(lejanía de Dios)
#
(Dios está cerca)
+ Como Juan Bautista, demos testimonio de Cristo; para que en esta Navidad la
auténtica alegría cristiana (la del Emanuel, Dios con nosotros) renueve nuestros
corazones y los de todos los hombres.
Amén
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel