Fiesta. Visitación de la Virgen María (31 de mayo)
Dichosa tú, Virgen María, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue
anunciado de parte del Señor. Con tu amor y servicio nos ayudas a entender que
servir es reinar
“Por aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las
montañas de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando
Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel,
llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: "¡Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo es posible que la
madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el
niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que
te ha dicho el Señor se cumplirá". Entonces María dijo: "Mi alma glorifica al
Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador, porque ha
mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas
las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su
nombre es santo, y su misericordia es eterna con aquellos que le honran.
Actuó con la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.
Derribó de sus tronos a los poderosos y engrandeció a los humildes. Colmó
de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada. Tomó de la
mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había
prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus
descendientes para siempre".
María estuvo con Isabel unos tres meses; después regresó a su
casa” (Lucas 1, 39-56).
1 . Se celebra esta fiesta para toda la Iglesia a partir de 1389, cuando se pidió a
María su intercesión para que concluyera el cisma de Occidente. Culmina con ese
día el mes dedicado de modo especial al culto de María , al menos en Europa.
Esta fiesta nos manifiesta su mediación, su espíritu de servicio y su
profunda humildad . Mediación que canta en el Magnificat, servicio de unos meses
a su prima ya mayor, humildad que viene de su gran amor. Nos enseña a llevar
la alegría cristiana allí a donde vamos : la Virgen, al conocer que su prima
tendría un hijo, siendo ya mayor, fue a ayudarla “cum festinatione”, haciendo
fiesta, es decir con alegría. Y al saludar a su prima salta de gozo el niño que llevaba
dentro Isabel, el que será llamado Juan Bautista.
Canta un himno: “La Virgen santa, grávida del Verbo, en alas del Espíritu
camina; la Madre que lleva la Palabra, de amor movida , sale de vista.
Y sienten las montañas silenciosas, y el mundo entero en sus entrañas
vivas, que al paso de la Virgen ha llegado el anunciado gozo del Mesías.
Alborozado Juan por su Señor, en el seno, feliz se regocija, y por nosotros
rinde el homenaje y al Hijo santo da la bienvenida.
Bendito en la morada sempiterna aquel que tu llevaste, Peregrina, aquel que con el
Padre y el Espíritu, al bendecirte a ti nos bendecía. Amén”.
En el segundo misterio de gozo del Santo Rosario contemplamos siempre esta
entrega pronta, alegre y sencilla de la Virgen, que nos anima a hacer lo mismo con
quienes nos rodean. Si estamos como ella muy cerca del Seor, podremos: “la
unión con Dios, la vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las
virtudes humanas: María lleva la alegría al hogar de su prima, porque ‘lleva’ a
Cristo” (San Josemaría Escrivá, Surco , n. 566). Señor, te pido llevarte conmigo, con
la alegría, allí a donde voy... al trabajo, a las relaciones de amistad o sociales; que
sepa ser instrumento de alegría para los demás, al llevarles tu presencia.
A la llegada de Nuestra Señora, Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama en voz
alta: “ Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De
dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues
en cuanto lleg tu saludo a mis oídos, el nio salt de gozo en mi seno” .
Isabel inventa el Avemaría ... no se limita a llamarla bendita , sino que relaciona
su alabanza con el fruto de su vientre, que es bendito por los siglos. ¡Cuántas veces
hemos repetido también nosotros estas mismas palabras, al recitar el Avemaría!:
Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre . Quisiera, Madre mía,
pronunciarlas con el mismo gozo con que lo hizo Isabel, al trabajar, al mirar una
imagen tuya…
María y Jesús siempre estarán juntos . Los mayores prodigios de Jesús serán
realizados –como en este caso– en íntima unión con su Madre, Medianera de todas
las gracias. “Esta unin de la Madre con el Hijo en la obra de la salvacin se
manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su
muerte” (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium , 58).
Aprendamos hoy, una vez más, que cada encuentro con María representa un nuevo
hallazgo de Jesús. “ Si buscáis a María, encontraréis a Jesús. Y aprenderéis a
entender un poco lo que hay en este corazón de Dios que se anonada ” (San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa , 144), que se hace asequible en medio de la
sencillez de los días corrientes. Este don inmenso –poder conocer, tratar y amar a
Cristo– tuvo su comienzo en la fe de Santa María, cuyo perfecto cumplimiento
Isabel pone ahora de manifiesto: “la plenitud de gracia, anunciada por el ángel,
significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la
Visitación, indica cómo la Virgen de Nazareth ha respondido a este don
(Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater , 1987,12).
Rezamos con la Oración de hoy: “Dios todopoderoso, Tú que inspiraste a la Virgen
María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima
Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos,
con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida . Por Nuestro
Seor Jesucristo...”
Como contemplamos en el Santo Rosario, la Visitación es un misterio de gozo. Juan
el Bautista exulta de alegría en el seno de Santa Isabel; esta, llena de alegría por el
don de la maternidad, prorrumpe en bendiciones al Señor; María eleva
el Magnificat , un himno todo desbordante de la alegría mesiánica: es “el cántico de
los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la alegría del antiguo y del nuevo Israel
(...). El cántico de la Virgen, dilatándose, se ha convertido en plegaria de la Iglesia
de todos los tiempos” (Pablo VI, Exhor. Apost. Marialis cultus , 1974,18).
Estas palabras son el espejo del alma de Nuestra Señora; un alma llena de
grandeza y tan cercana a su Creador: “ Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu
se alegra en Dios mi Salvador” .
Y junto a este canto de alegría y de humildad, la Virgen nos ha dejado una
profecía: “ desde ahora me llamarán bienaventurada todas las
generaciones” . “Desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es
honrada con el título de Madre de Dios , a cuyo amparo acuden los fieles, en todos
sus peligros y necesidades, con sus oraciones. Y sobre todo a partir del Concilio de
Éfeso, el culto del pueblo de Dios hacia María creció maravillosamente en
veneración y amor, en invocaciones y deseo de imitación, en conformidad de sus
mismas palabras proféticas: Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las
generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso” , sigue
diciendo el texto Vaticano.
La devoción popular, la inmensidad de imágenes a ella dedicadas, las incontables
alabanzas que se dirigen a la Virgen en una multitud de iglesias que llevan su
advocación, son prueba de que la llamamos bienaventurada , con aquellas
palabras pronunciadas en la fiesta que celebramos: Dios te salve, María,
llena eres de gracia..., bendita tú eres entre todas las mujeres ...
De modo particular la hemos invocado a lo largo de este mes de mayo, “pero el
mes de mayo no puede terminar; debe continuar en nuestra vida , porque la
veneración, el amor, la devoción a la Virgen no pueden desaparecer de nuestro
corazón, más aún, deben crecer y manifestarse en un testimonio de vida cristiana,
modelada según el ejemplo de María, el nombre de la hermosa flor que siempre
invoco // mañana y tarde , como canta Dante Alighieri ( Paradiso 23, 88)” (Juan
Pablo II, Homilía, 1979).
Tratando a María, descubrimos a Jesús. “¡Cmo sería la mirada alegre de Jesús!: la
misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría –
“Magnificat anima mea Dominum!” –y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva
dentro de sí y a su lado.
”¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con Él y de
tenerlo” (San Josemaría Escrivá, Surco , 95). Te pedimos, Madre mía, participar de
la fe que tienes, que se haga realidad en mí lo que dijo de ti tu prima: «¡ Feliz la
que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor !» (Lc 1,45). Te pedimos una unión de amor como esas imágenes románicas
que se te ve en el abrazo con tu prima, con un mismo mirar, con los ojos pegados
que parecen el mismo, así quisiera ver las cosas con una identificación de tu
mirada, desde tu mirar y desde tu corazón.
Llucià Pou Sabaté