D OMINGO VI DURANTE EL AÑO (C ICLO “B”)
+ Para comprender mejor este evangelio, recordemos la situación del leproso ...
En la antigüedad, y particularmente en Israel, la lepra era un mal totalmente
incurable , enfermedad terrible con algún misterioso origen de orden religioso .
El leproso era impuro, y por ende: * No podía permanecer en la comunidad.
Es decir, se percibía a sí mismo como rechazado por Dios y por los hombres.
Su triste situación es descripta en la Iª. Lectura:
La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos;
se cubrirá hasta la boca e irá gritando: «¡Impuro, impuro!».
Será impuro mientras dure su afección.
Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.
El leproso debía habitar en el desierto o en el cementerio, y nadie podía acercarse
ni tratar con él.
+ Con este panorama, comprendemos mejor lo que narra el Evangelio: pese a todo
lo dicho, el leproso se acerca a Jesús, habla con Él; y Jesús no lo rechaza ... y lo que
más impacta : lo toca (¡y lo cura!).
Sin embargo, la palabra que se utiliza no es curar, sino limpiar (4 veces el verbo
“limpiar”, “purificar”) Lo cual da la pauta de que mucho más importante que el milagro
en sí (ciertamente prodigioso, dado que referido a una enfermedad incurable), es el
sentido que este milagro tiene: la escena de este relato es como un resumen de la
situación que sé da en el mundo cuando el Hijo de Dios viene a nosotros, un resumen
de la historia del hombre.
+ TODOS NOSOTROS ESTAMOS NECESITADOS DE PURIFICACIÓN
* Nuestras manos están manchadas: porque no las abrimos para dar; porque no las
juntamos para rezar; porque las cerramos para golpear; porque las levantamos para
amenazar; por los trabajos que hacemos mal; porque las extendemos hacia lo que no
debemos.
* Nuestros labios están manchados: de blasfemias, juramentos vanos,
invocaciones supersticiosas, insultos, mentiras, murmuraciones, orgullo, envidia...
* Nuestros corazones están manchados: de odios, de malos deseos, de segundas
intenciones, de pensamientos retorcidos, de infidelidades, de desconfianzas, de
violencias, de pesimismos, de dobleces, de faltas de perdón, de enemistades...
Esta “ lepra” espiritual, es para el hombre mucho más lacerante que cualquier
enfermedad física. En nuestra sociedad, se da la espalda y se huye de los sidosos por
miedo al contagio... y sin embargo, lejos de huir, se buscan situaciones y compañías
que provocan esta “lepra interior”: malas juntas, de “amigos” que terminan siendo
patota, barra... socios de trabajo que se transforman en cómplices... comentarios de
* No podía participar del culto.
comadronas que se transforman en crítica despiadada, maledicencia, calumnia, y
chismería barata... y nuestra lamentable “viveza criolla”, que unida al clima
generalizado de inseguridad y desconfianza hace que esté al orden del día aquel clásico
(y tan poco cristiano): “piensa mal, y acertarás”...
¿Y quién puede sacarnos de este estado de impureza, que parece irremediable,
que nos trae tantas insatisfacciones, tanto vacío interior, tanta infelicidad?. Esta
insatisfacción interior muchas veces hace que sean opacos, e incluso amargos,
acontecimientos de nuestra vida que deberían ser alegres.
Pensar en una curación de este mal es casi como pensar en la resurrección de un
muerto... Sólo la omnipotencia de Dios puede cambiar esta situación.
Pero parte de la grandeza del hombre está en reconocer su miseria , para poder
levantarse de la misma...
Reconocerla: y no maquillarla con apelativos más elegantes: no llamarla
“errores”, “descuidos”, “deslices”, “desprolijidades”, a lo que en realidad es pecado,
corrupción, maldad .
Reconocer esto con humildad; no “pavonearse” de aquello de lo cual debemos
avergonzarnos. No admitir un error es cometer otro mayor; y hacer alarde de cosa que
deberíamos cambiar es signo de enfermedad y decrepitud espiritual.
Reconocerlo con humildad ante quien puede hacer algo para cambiar las
cosas... Y la verdad es que en algunos ámbitos de la vida humana, sólo Dios es el que
puede hacer que las cosa sean distintas.
+ Fijémonos en la actitud del leproso del Evangelio : reconoce su situación de
impureza, y al mismo tiempo confiesa la incapacidad humana y el poder de Dios. Este
es verdaderamente el grito de la humanidad al comprobar su verdadera situación, al ver
rota su armonía con Dios, con los demás, consigo misma.
Y veamos la actitud de Jesús, el Señor. El Evangelio dice dos cosas:
“Se conmovió”: Dios obra con amor, y por amor. No es un Dios frío, distante e
indiferente ante el sufrimiento humano. Al dolor del corazón humano, Dios no lo
conoce porque “se lo contaron”: Él mismo lo probó, lo vivió, lo superó, lo transformó:
“No tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse...”
“Lo tocó”: Dios no sólo se compadece del hombre, no sólo lo contempla con
amor: lo transforma . Dios no se horroriza de nuestros pecados, así como vemos hoy
que Jesús no se horroriza ante este leproso, ni ante las severas leyes que impedían
tocarlo.
Y así, la palabra todopoderosa de Dios, nos transforma: Dios nos regala esta
pureza de vida en el Bautismo, la renueva cada día con su amor, la recrea
admirablemente en cada confesión , y allí nos brinda generosamente la oportunidad y la
fuerza para empezar nuevamente... (cada día Él nos susurra al oído: “Hoy puedes
empezar de cero” ).
+ Finalmente, Jesús, con la misma autoridad con que lo curó, lo envía al templo
para ofrecer el sacrificio ordenado por la ley. El hombre es hecho así capaz de volver a
Dios, de ofrecerle su vida, de agradarle con sus acciones... La alegría de este hombre es
tan grande, que “comenzó a proclamarlo de diversas maneras” También nosotros al
experimentar que para Dios ningún pecado, ninguna miseria es imperdonable, debemos
aprender a compadecernos; no condenar ni horrorizarnos , sino ser testigos de la infinita
y entrañable misericordia del Señor .
Amén
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel