D OMINGO VII, CICLO “B”
¿Quién de nosotros alguna vez no ha rezado fervientemente, dirigiéndose al
Señor para pedirle una curación física para sí mismo o para alguna persona querida?
Esto es absolutamente lógico y normal... Pero ¿porqué hay en nosotros tanta solicitud
por el cuerpo y sus cosas, y tan poco cuidado del alma y las suyas?...
La enseñanza de Jesús en el Evangelio de hoy es muy clara. Jesús, primero
perdonando los pecados y después curando al paralítico nos indica la actitud justa que
debemos tener.
Antes que de la salud física, tenemos que preocuparnos de la espiritual. Que
es la definitiva...
Durante su vida terrena, Jesús se mostró siempre con su gente como una
persona extraordinaria. Su gran humanidad hacia los enfermos y sufrientes fue
constante. Al paralítico que le pedía la curación física, Jesús le responde “Hijo, tus
pecados te son perdonados”.. . Sólo después agrega: “Te lo ordeno, levántate, toma
tu camilla y vete a tu casa” . Jesús, por lo tanto, sorprende y escandaliza a todos los
presentes porque primero perdona los pecados , y después sana el cuerpo , primero
absuelve, después cura...
También el mensaje de la primer lectura: “no se acuerden más de las cosas
que ya pasaron” , es actualísimo. El perdón de Dios transforma toda situación del
hombre en una realidad nueva.
La vida humana tiene misterios curiosos: no pocas veces, cuando nos
encontramos en el dolor y en la enfermedad, la vida se transforma profundamente, y
nuestro corazón, creado para la felicidad, para la luz, y para la Vida, se abre más
decididamente a aquella indispensable dimensión de fe y de oración que nunca
debería faltar... Y la salud física, que siempre será lógicamente importante, dejará sin
embargo el primer lugar a aquella Salud que se escribe con mayúscula, y que
habitualmente llamamos SALVACIÓN .
El que reza no solamente no se desmoraliza, sino que además encuentra la
fuerza para afrontar mejor toda dificultad y tribulación.
“Hijo, tus pecados te son perdonados”.
Con estas palabras,
Jesús demostraba ser Dios,
aunque velaba su naturaleza humana
a la mirada de los hombres.
Porque sus milagros y sus prodigios
lo hacían comparable a los profetas que,
por virtud divina,
habían también ellos obrado milagros;
pero otorgando el perdón de los pecados,
- cosa que no corresponde al hombre -,
sino que es privilegio exclusivo de la divinidad,
Él mostraba a los corazones humanos que Él era Dios.
Lo cual explica el resentimiento de los fariseos...
¡Oh fariseo, cuya ciencia es ignorante,
que desmientes con tus palabras,
que atacas lo que afirmas!
Si es Dios el que perdona los pecados:
¿Porqué según tú, Cristo no es Dios?
¿Porque con el sólo beneficio de su bondad,
Él ha quitado los pecados del mundo entero?
“Este es el Cordero de Dios, - queda dicho - ,
el que quita los pecados del mundo”.
(San Pedro Crisólogo, Sermón 50).
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel