Comentario al evangelio del Lunes 04 de Junio del 2012
Ya conocemos esta parábola de la viña. El señor que organiza la viña, que la planta, la cuida, la
cerca, cava un lagar, construye una casa y... luego se va de viaje, dejando todo lo que había hecho en
manos de unos labradores. Lo primero que se me ha venido a la mente al leer esta parábola ha sido
aquel refrán español que dice que “el ojo del amo engorda al caballo.” Vamos que si quería que la viña
diese frutos lo mejor que podía y debía haber hecho hubiese sido no irse sino quedarse, estar allí,
acompañar a los labradores, seguir su trabajo, vigilar que lo hiciesen bien. Si se fue de viaje, ¿podía
esperar algo diferente a lo que pasó en su ausencia o lo que se encontró a su vuelta?
Quizá le tendríamos que decir muchas veces a Jesús que nosotros no somos mejores que aquellos
labradores a los que arrendó su viña el señor, que a nosotros también nos hace falta su presencia
continua, su vigilancia amorosa. Somos conscientes de nuestra debilidad, de que muchas veces se nos
va la fuerza por la boca. Hacemos grandes declaraciones pero los hechos se nos quedan cortos.
Vamos a pedirle que nos acompañe para que hagamos bien nuestro trabajo. Nosotros sabemos que
su presencia es clave, es fundamental. Sin él, el que tiene palabras de vida, no hacemos nada. Hasta
podemos mostrarnos comprensivos y compasivos con aquellos labradores, y con los judíos que
escuchaban a Jesús y que se sintieron aludidos. A todos nos hace falta esa presencia animadora,
fortalecedora, inspiradora del Espíritu de Jesús que nos ayude a seguir trabajando por el reino y no por
nuestros intereses egoístas y pacatos.
Con esta perspectiva podemos releer el final de la primera lectura en la que Pedro nos anima a unir
a nuestra fe, la honradez, el criterio, el dominio propio, la constancia, la piedad, el cariño fraterno...
Todo eso es lo que construye verdaderamente el reino de Dios. Pero, como somos realistas, sabemos
que sin la presencia cercana de Jesús, de su gracia y su fuerza, va a estar difícil que pongamos ni
siquiera la primera hilada de ladrillos. Así que vamos a pedirle que no se vaya de viaje como aquel
señor, que se quede con nosotros para que el reino se haga una realidad viva aquí y ahora.
Fernando Torres Pérez cmf