Comentario al evangelio del Martes 05 de Junio del 2012
La primera lectura de la carta de Pedro conecta con los deseos más profundos de toda persona:
“esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia.” Ese anhelo late en lo más
profundo de nuestro corazón. No hace falta estudiar derecho ni ser un gran estadista ni siquiera ser
muy inteligente para darse cuenta de que hay muchas situaciones que no deberían ser. El “No hay
derecho” nos sale como una queja ante las injusticias que vemos a nuestro alrededor, ante la impunidad
en que se mueven los grandes, ante la dureza con que se aplican sanciones a pequeños rateruelos
mientras que los que se quedan con la parte del león de los recursos y de las riquezas de este mundo
salen libres e inmaculados de toda mancha. “No hay derecho” grita nuestra alma ante los millones de
desempleados y de nuevos pobres que han sido causados sólo por la avaricia de unos pocos que
solamente pensaron en ganar más y más. Queremos justicia. Queremos esa tierra nueva de que nos
habla Pedro.
Por eso la discusión que quieren entablar los fariseos con Jesús nos parece entre ridícula y patética.
¿Es lícito pagar impuestos al César o no? Ridículo porque tratan de fijarse en cuestiones jurídicas
nimias. Patético porque miran a otro lado cuando a su lado abunda el hambre y la miseria, cuando
hombres y mujeres mueren injustamente.
Jesús les deja plantados con una respuesta todavía más enigmática. Pero, si miramos el conjunto
del Evangelio, entendemos perfectamente que a Jesús le preocupan muy poco ese tipo de cuestiones.
Lo que a Jesús le preocupa de verdad, y así nos manifiesta el corazón de Dios, es el bien de la persona,
de todas las personas, su salud, su bienestar, su felicidad. Por eso, dedicó muy poco tiempo a estos
fariseos preguntones y pasó mucho más tiempo cerca de los pobres, atendiendo a los enfermos, dando
de comer a los hambrientos y predicando el reino de Dios que se hace presente en su misma forma de
comportarse.
Ser cristiano nos lleva directamente a preocuparnos por los demás, a hacer justicia, a construir un
mundo nuevo donde reine Dios, el Padre de todos, donde la fraternidad sea real. Donde seamos todos
una familia. Pero una familia bien avenida y no desestructurada, desequilibrada y desigual como la que
tenemos ahora. Ser cristiano es sentir en nuestros corazones y en nuestros brazos el impulso del amor
de Dios que nos lleva a luchar por la justicia.
Fernando Torres Pérez cmf