D OMINGO II DE P ASCUA , F IESTA DE LA D IVINA M ISERICORDIA
“La humanidad no encontrará ni
tranquilidad ni paz hasta que se vuelva con
plena confianza a mi Misericordia...” (Jesús a
Santa María Faustina, vidente y apóstol de la
Divina Misericordia).
CONFIANZA! He aquí el gran reclamo de
Jesús en esta devoción...
"Arden en mi la llamas de la
Misericordia" , dice el Señor, y "Yo quiero
derramarla en el corazón de los hombres". Se
queja dolorosamente de su desconfianza: "La falta
de confianza lástima mis entrañas. Me aflige
mucho más aún desconfianza de las almas
elegidas. A pesar de que mi amor es inextinguible,
no confían en Mí...".
Para consolación de los más grandes pecadores ordena a Sor Faustina escribir lo
siguiente: "Los mayores pecadores, ellos antes que los demás, tienen derecho a la
confianza en el abismo de mi Misericordia. La mayor consolación la recibo de aquellas
almas que se confían en mi Misericordia. A ellas concedo gracia por encima de sus
deseos. No puedo castigar a aquel que, aun siendo gran pecador, y el peor de todos, se
confía a mi bondad: lo justificaré en mi inescrutable e inmensa misericordia".
“Escribe que cuanto más grande es su miseria, tanto mayor derecho tienen a mi
Misericordia. Llamo a todas las almas a la Confianza en el insondable abismo de mi
Misericordia, porque deseo salvarlas a todas. La fuente de mi Misericordia ha sido
abierta para todas las almas con el golpe de la lanza en la Cruz. No he excluido de ella
a ninguna”...
+ Sentido del concepto “Misericordia”: la palabra “misericordia” pertenece a
aquella constelacin de palabras que tiene como sol a la palabra “amor”. Más
precisamente, en hebreo proviene de la palabra “taham”, que significa “útero-seno
materno”; y la palabra misericordia significa entonces originariamente el apego que la
madre siente por el fruto de sus entraas. Podríamos traducirla por “entraabilidad”, es
decir, apego que la madre tiene por lo que reconoce como fruto de sus entrañas.
Permanentemente, la historia de la salvación nos muestra a Dios como dotado de
esta cualidad materna que es el apego por lo que ha engendrado.
Característica fundamental de este apego es ser un amor totalmente gratuito.
Más aún: éste amor es el que hace ser al hijo. La madre es misericordiosa con el
hijo desde el momento en que lo desea, cuando aún no existe. Es un amor que la hace
prepararse como cuerpo, como templo, como casa para su hijo, con un amor totalmente
gratuito, que no depende del mérito del hijo, sino que brota de la más íntima
profundidad de la madre: de sus entrañas.
Pero hay algo más: la misericordia se da exactamente en el momento en el que el
amor de la madre se encuentra con la fuerza del mal, de la infidelidad, de la traición y
del error del hijo; y entonces, confrontándose con esa realidad vuelve a sus orígenes, y
encuentra allí la suprema capacidad de ser más fuerte que la debilidad: “La
misericordia es el segundo nombre del amor; es el nombre que el amor asume
cuando se encuentra con la fuerza del mal” (Juan Pablo II, Dives in misericordia ). Y
esto es verdad, cualquiera sea la situación que concretamente se da.
Pensemos, p.ej. en una madre que ve a su hijo equivocarse, huir vagando e
incluso arremeter contra ella. No es que ella no sea capaz de juzgar el mal que ve en él;
al contrario: a ella la hiere y le pesa más que a nadie. Y sin embargo, vuelve una y otra
vez a aquella raíz de su maternidad, a esas entrañas que aman su fruto anticipadamente a
cualquier mérito, de forma tan indestructible que no cede al olvido, sino que es capaz de
un amor nuevo, más fuerte: ¡el segundo nombre del amor!; “Te he amado antes de que
existieses, te amé cuando eras bueno, cuando eras una inocente creatura; y de allí
extraigo fuerzas para amarte aún más ahora que recibo de tu vida el golpe del egoísmo,
del mal, del pecado, de la enfermedad, de la muerte”.
Todo esto significa misericordia, sólo a nivel terminológico... (evidentemente,
bien diversa de la “lástima”; o la “pena”)...
A nivel teológico , hay algo muy importante que aclarar: cuando decimos que
Dios es misericordioso no lo decimos porque Dios mira al mundo, en el cual existe el
apego de una madre por su hijo, y se propone hacer algo semejante, algo más aún. Sino
porque Él desde siempre sabe qué es la misericordia, porque la misericordia es su
naturaleza paterna. Existe un seno materno-paterno de Dios; de un Dios que está
entrañablemente, es decir, misericordiosamente apegado al Hijo desde la eternidad. Y
desde allí comienza este admirable intercambio sobre la tierra. La misericordia toma el
peso de toda la experiencia humana. Esto sucede especialmente desde el momento de la
Encarnación.
El Perdón es el método habitual con el cual se comunica la misericordia. El
perdón, dado que es un plus que uno no encuentra en sí mismo, comienza a funcionar,
incluso, cuando yo no teniéndolo me pongo delante de Dios y digo: “dame la gracia de
tu perdn” y “dame la gracia de perdonar”. El perdón es el método de la misericordia
de Dios.
El Papa por su parte, llama a la misericordia: la infinita fuerza del perdón. Esa es
la fuerza que tiene unida a las familias y a las comunidades. De hecho, es notable que, el
perdón es necesario sobre todo con las personas más cercanas.
Frente a tantas pruebas de la Misericordia Divina, la respuesta no puede ser otra
que la ¡ Confianza !
Confianza que a su vez debe transformarnos en apóstoles de esta misericordia
que toca tan profundamente nuestra vidas.
Recordemos un poco aquellas clásicas obras de misericordia, atesoradas en la
Palabra de Dios y en la mejor tradición cristiana:
+ Obras de misericordia de los cristianos...
Espirituales:
1. Enseñar al que no sabe.
2. Dar buen consejo al que lo necesita.
3. Corregir al que se equivoca.
4. Perdonar las ofensas.
5. Consolar al que está triste.
6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
7. Rogar por los vivos y difuntos.
Corporales:
1. Visitar a los enfermos.
2. Dar de comer al hambriento.
3. Dar de beber al sediento.
4. Dar posada al peregrino.
5. Vestir al desnudo.
6. Redimir al cautivo.
7. Enterrar los muertos.
+ En la era de la imagen, a la sensibilidad humana, más impresionable por una
imagen que por mil palabras, el Señor ha regalado esta imagen suya: un Cristo hermoso,
sonriente, mostrando su Corazón misericordioso con una mano, y bendiciendo con la
otra, invitando a la confianza y al abandono en su poder...
“Prometo – dice el Salvador – que el alma que venere esta imagen de la Misericordia
no perecerá... Le prometo también sobre la tierra la victoria sobre sus enemigos, en
particular en la hora de la muerte. Yo, el señor, la protegeré como a mi gloria”.
“Protegeré durante toda su vida, como una madre a su hijo, a las almas que
propagaren el culto a mi Misericordia; en la hora de la muerte no seré para ellas Juez,
sino Salvador”...
+ A la incredulidad desconfiada de Tomás, opongamos la confianza que nos hace
bienaventurados (“los que creen sin ver”), con la formula sencilla y profunda:
JESÚS, EN VOS CONFÍO!
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
AMÉN