Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Ciclo B, Solemnidad de la Santísima Trinidad
----------------------------------------------------------
Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí
abajo en la tierra; no hay otro * Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que
nos hace gritar: "¡Abba!" (Padre) * Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo
Textos para este día:
Deuteronomio 4,32-34.39-40:
Moisés habló al pueblo, diciendo: "Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que
te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo
jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó
cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del
Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás
venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios
y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo
que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá
arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y
mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después
de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.
Romanos 8,14-17:
Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: "¡Abba!" (Padre). Ese Espíritu y
nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que
sufrimos con él para ser también con él glorificados.
Mateo 28,16-20:El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la
tierra; no hay otro * Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace
gritar: "¡Abba!" (Padre) * Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les
había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a
ellos, Jesús les dijo: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y
haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
Homilía
Temas de las lecturas: El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí
abajo en la tierra; no hay otro * Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que
nos hace gritar: "¡Abba!" (Padre) * Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo
1. La Gloria de la Trinidad en la Historia
1.1 El 9 de febrero del año 2000 el papa Juan Pablo II nos regaló una reflexión
preciosa sobre la presencia del misterio trinitario en la historia. Ofrecemos un
aparte de su enseñanza, aunque la numeración aquí presentada es nuestra.
1.2 trataremos de ilustrar esta presencia de Dios en la historia, a la luz de la
revelación trinitaria, que, aunque se realizó plenamente en el Nuevo Testamento,
ya se halla anticipada y bosquejada en el Antiguo. Así pues, comenzaremos con el
Padre, cuyas características ya se pueden entrever en la acción de Dios que
interviene en la historia como padre tierno y solícito con respecto a los justos que
acuden a él. Él es "padre de los huérfanos y defensor de las viudas" (Sal 68, 6);
también es padre en relación con el pueblo rebelde y pecador.
1.3 Dos páginas proféticas de extraordinaria belleza e intensidad presentan un
delicado soliloquio de Dios con respecto a sus "hijos descarriados" (Dt 32, 5). Dios
manifiesta en él su presencia constante y amorosa en el entramado de la historia
humana. En Jeremías el Señor exclama: "Yo soy para Israel un padre (...) ¿No es
mi hijo predilecto, mi niño mimado? Pues cuantas veces trato de amenazarlo, me
acuerdo de él; por eso se conmueven mis entrañas por él, y siento por él una
profunda ternura" (Jr 31, 9. 20). La otra estupenda confesión de Dios se halla en
Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. (...) Yo le
enseñé a caminar, tomándolo por los brazos, pero no reconoció mis desvelos por
curarlo. Los atraía con vínculos de bondad, con lazos de amor, y era para ellos
como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de
comer. (...) Mi corazón está en mí trastornado, y se han conmovido mis entrañas"
(Os 11, 1. 3-4. 8).
2. Junto a nosotros
2.1 Continúa enseñándonos el papa Juan Pablo II.
2.2 De los anteriores pasajes de la Biblia debemos sacar como conclusión que Dios
Padre de ninguna manera es indiferente frente a nuestras vicisitudes. Más aún,
llega incluso a enviar a su Hijo unigénito, precisamente en el centro de la historia,
como lo atestigua el mismo Cristo en el diálogo nocturno con Nicodemo: "Tanto
amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él
no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16-
17). El Hijo se inserta dentro del tiempo y del espacio como el centro vivo y
vivificante que da sentido definitivo al flujo de la historia, salvándola de la
dispersión y de la banalidad. Especialmente hacia la cruz de Cristo, fuente de
salvación y de vida eterna, converge toda la humanidad con sus alegrías y sus
lágrimas, con su atormentada historia de bien y mal: "Cuando sea levando de la
tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Con una frase lapidaria la carta a los
Hebreos proclamará la presencia perenne de Cristo en la historia: "Jesucristo es el
mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8).
2.3 Para descubrir debajo del flujo de los acontecimientos esta presencia secreta y
eficaz, para intuir el reino de Dios, que ya se encuentra entre nosotros (cf. Lc 17,
21), es necesario ir más allá de la superficie de las fechas y los eventos históricos.
Aquí entra en acción el Espíritu Santo. Aunque el Antiguo Testamento no presenta
aún una revelación explícita de su persona, se le pueden "atribuir" ciertas iniciativas
salvíficas. Es él quien mueve a los jueces de Israel (cf. Jc 3, 10), a David (cf. 1 S
16, 13), al rey Mesías (cf. Is 11, 1-2; 42, 1), pero sobre todo es él quien se
derrama sobre los profetas, los cuales tienen la misión de revelar la gloria divina
velada en la historia, el designio del Señor encerrado en nuestras vicisitudes. El
profeta Isaías presenta una página de gran eficacia, que recogerá Cristo en su
discurso programático en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor Yahveh está
sobre mí, pues Yahveh me ha ungido, me ha enviado a predicar la buena nueva a
los pobres, a sanar los corazones quebrantados, a anunciar a los cautivos la
liberación, y a los reclusos la libertad, y a promulgar el año de gracia de Yahveh"
(Is 61, 1-2; cf. Lc 4, 18-19).
2.4 El Espíritu de Dios no sólo revela el sentido de la historia, sino que también da
fuerza para colaborar en el proyecto divino que se realiza en ella. A la luz del Padre,
del Hijo y del Espíritu, la historia deja de ser una sucesión de acontecimientos que
se disuelven en el abismo de la muerte; se transforma en un terreno fecundado por
la semilla de la eternidad, un camino que lleva a la meta sublime en la que "Dios
será todo en todos" (1 Co 15, 28). El jubileo, que evoca "el año de gracia"
anunciado por Isaías e inaugurado por Cristo, quiere ser la epifanía de esta semilla
y de esta gloria, para que todos esperen, sostenidos por la presencia y la ayuda de
Dios, en un mundo nuevo, más auténticamente cristiano y humano.
2.5 Así pues, cada uno de nosotros, al balbucear algo del misterio de la Trinidad
operante en nuestra historia, debe hacer suyo el asombro adorante de san Gregorio
Nacianceno, teólogo y poeta, cuando canta: "Gloria a Dios Padre y al Hijo, rey del
universo. Gloria al Espíritu, digno de alabanza y todo santo. La Trinidad es un solo
Dios, que creó y llenó todas las cosas..., vivificándolo todo con su Espíritu, para que
cada criatura rinda homenaje a su Creador, causa única del vivir y del durar. La
criatura racional, más que cualquier otra, lo debe celebrar siempre como gran Rey y
Padre bueno" (Poemas dogmáticos, XXI, Hymnus alias: PG 37, 510-511).
Fr. Nelson Medina, O.P.