“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Mt 28, 16-20:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ALGUIEN QUE ENTIENDE DE ESTO HA DICHO QUE LA TRINIDAD ES MÁS PRESENTE A
NOSOTROS QUE NUESTRO YO A NOSOTROS MISMOS.
Si la escuela de la catequesis estuviera orientada bíblica y teológicamente, el misterio de la
Trinidad, con todas sus explicaciones y aplicaciones adaptadas a la vida, debería ocupar un
puesto fundamental. Por consiguiente, sería menester enseñar que la Trinidad, mediante la fe-
esperanza-caridad, arraiga propiamente en la memoria-intelecto-voluntad, porque la fe infusa
es “verdaderamente” una participación en el conocimiento que Dios-Padre tiene de sí mismo (=
el Hijo), y la caridad infusa es “verdaderamente” una participación en el amor del Padre y del
Hijo (= el Espíritu Santo). Por eso debe explicarse que el bautizado, con la fe, conoce a Dios
“como” Dios se conoce a sí mismo y, con la caridad, ama a Dios “como” Dios se ama a sí
mismo: y ese conocimiento-amor reproducen y son propiamente semejantes a los de la
Trinidad. Son humano-divinos: humanos, porque son expresados por nuestra persona, pero
también divinos, porque son más y mejor obra del Espíritu Santo, que pone en acción las tres
virtudes teologales. De suerte que se debe decir que el bautizado está estructurado
“trinitariamente”, hasta el punto de que es imposible expresar con palabras la intimidad que la
fe-esperanza-caridad crean en nosotros con el Padre-Hijo-Espíritu Santo. Alguien que entiende
de esto ha dicho que la Trinidad es más presente a nosotros que nuestro yo a nosotros
mismos.
ORACION
A mí, que he sido bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que tantas
veces al día me hago la señal de la cruz, cómo me gustaría nombrar con la devoción y con el
afecto del corazón a estas santas Personas y no hacer como los jugadores cuando entran en el
campo.
La señal de la cruz es un sacramental que, por así decirlo, debe consagrar todo lo que
hacemos, todo lo que pensamos, todo lo que decimos al Padre-Hijo-Espíritu Santo. Jesús me
asegura: “Si alguien me ama, también mi Padre le amará, y vendremos a él y estableceremos
nuestra morada en él”. Cómo quisiera tratar con más respeto-garbo-delicadeza a estos
huéspedes míos, con todas las atenciones que reservamos a los huéspedes de consideración.
Pablo me recuerda: “Si alguien falta el respeto al templo de Dios, que sois vosotros, Dios le
apartará”, y me exhorta de este modo: “Honrad y tratad con elegancia al Dios que lleváis en
vuestro cuerpo”. Cómo quisiera comprender que una cosa es vestir, adornar, alimentar el
cuerpo con mentalidad “mundana”, y otra cosa completamente distinta es hacerlo con
mentalidad “de fe”: ésta me hace superar el envoltorio donde el templo del Espíritu está
siempre radiante, ya sea bello o feo, esté sano o enfermo, sea viejo o joven, rico o pobre.