IX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
VIERNES
a.- 2Tim. 3,10-17: El buen cristiano será perseguido.
b.- Mc. 12, 35-37: Cristo, hijo y Señor de David.
Si bien Jesús, aceptaba las preguntas capciosas de los fariseos y saduceos, es
ahora ÉL el que pregunta a los escribas del templo: “¿Cmo dicen los escribas que
el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el
Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de
tus pies. El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?»
(vv. 35-37). Los fariseos, enseñaban que el Mesías sería hijo de David, basados en
la promesa de Dios de darle un dinastía eterna (cfr. 2Sam.7, 8). El mismo David,
había dicho que el Señor había dicho al Mesías “siéntate a mi derecha y haré de tus
enemigos estrado de tus pies” (Sal. 110, 1). Si David lo llama Seor, ¿cmo puede
ser hijo suyo? La respuesta es que siendo, en lo humano descendiente de David, su
origen divino lo hacen superior a David. La clave esta en la resurrección de Jesús.
El uso litúrgico del Sal.110, hizo comprender a los cristianos, que Jesús podía ser
hijo de David e Hijo de Dios. Críticamente les dice a los escribas, que si no son
capaces de resolver una disputa de la Escritura, mucho menos, podrán juzgar la
identidad del Mesías, puesto que no reconocen en ese salmo un texto mesiánico. A
Jesús le interesa develar la imagen del Mesías, despojarla del excesivo sentido
político con que lo esperaban las autoridades y pueblo judío. La profecía de Natán,
después del destierro babilónico, despertó la esperanza del Mesías que restablecería
el reino de David. Jesús, escuchó muchas veces ser identificado como el hijo de
David, aclamaciones que venían del pueblo, aunque más bien se identificó con el
“Hijo del hombre” más acorde con el Siervo sufriente de Isaías. Aunque la
mentalidad judía le resultaba difícil aceptar un Mesías sufriente, creían más bien en
un Mesías triunfante en lo político, social y espiritual. Habrá que esperar hasta la
resurrección para comprender esta realidad de la que el AT ya había anunciado.
Será la comunidad cristiana que a la luz de la experiencia pascual, comprenderán el
sentido de las antiguas profecías, la espera mesiánica y el itinerario para verlas
cumplidas en Cristo Jesús. El Hijo de David, cambió toda su gloria por el servicio, la
Cruz para ser Señor y Cristo para siempre (cfr. Flp. 2, 6ss). Si los cristianos
debieron comprender este itinerario del Hijo de David, de optar por la kénosis para
adquirir la gloria eterna, también nosotros debemos hacerlo meditando el misterio
de Jesucristo, que como enseña San Pablo, en el que están todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento (cfr. Col. 2, 2-3).
Santa Teresa de Jesús, era muy devota del Rey David, pero lo qe hay que destacar
de este pasaje es que hablando de las almas entregadas a la oración, llega un
momento, el tercer modo de regar el huerto del alma, que el Señor, suscita en el
orante la alabanza por todo lo que recibe de ÉL, y como la dispones para grandes
obras por su Reino. “Slo tienen habilidad las potencias para ocuparse todas en
Dios; no parece se osa bullir ninguna, ni las podemos hacer menear, si con mucho
estudio no quisiésemos divertirnos, y aun no me parece que del todo se podría
entonces hacer. Háblanse aquí muchas palabras en alabanzas de Dios, sin
concierto, si el mismo Señor no las concierta; al menos el entendimiento no vale
aquí nada; querría dar voces en alabanzas el alma, y está que no cabe en sí; un
desasosiego sabroso. Ya, ya se abren las flores, ya comienzan a dar olor. Aquí
querría el alma que todos le viesen y entendiesen su gloria para alabanzas de Dios,
y que la ayudasen a ella, y darles parte de su gozo, porque no puede tanto gozar.
Paréceme que es como la que dice el Evangelio (Lc 15, 6.9), que querría llamar, o
llamaba a sus vecinas. Esto parece debía sentir el admirable espíritu del real
profeta David cuando tañía y cantaba con el arpa en alabanzas de Dios (2 Sam
6,14). De este glorioso Rey soy yo muy devota, y querría todos lo fuesen, en
especial los que somos pecadores (Vida 16,3).