IX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Introducción a la semana
Los flecos litúrgicos de la Pascua nos ofrecen fiestas de primera magnitud tanto
por su fondo teológico, por su fuerza pastoral e, incluso, por lo que con ocasión
de tales fiestas, heredamos de nuestros mayores. Esta semana se abre con lo
que se denomina la fiesta de nuestro Dios, uno y trino, amoroso y solidario,
fecundo y cercano, divinizado y humanizado. Y bueno es desterrar las manías
recibidas de hacer gimnasia mental con la Trinidad, para dar con el mejor titular
o reinventar la teología con la frase más atinada… y mejor será que cada uno, en
su transparencia personal y abierto al Espíritu, se atreva a decir qué quiere
expresar cuando su boca y corazón dice: Dios. Ejercicio servicial de comunión
gracias al cual nos ayudamos a buscar como hermanos el rostro de Dios.
El domingo trinitario nos indica en el Deuteronomio que no hay otro Dios sino el
de Israel; Pablo saca lo más tierno de sus expresiones para constatar que es el
Espíritu quien nos faculta para vivir como hijos de Dios, y el evangelio nos
recuerda el momento en que, en la comunidad cristiana, fuimos ungidos no
como profetas, ni como reyes, ni como sacerdotes, sino como hijos de Dios:
nuestro bautismo.
En el transcurso de la semana son la II carta de Pedro y la II carta a Timoteo
quienes nos ofrecen múltiples destellos para perfilar el cielo nuevo y la tierra
nueva que en el seguimiento fiel, y con la guía del Espíritu, construiremos en
esperanza. A partir del miércoles, el texto de la primera lectura es una buena
prueba de que la Palabra de Dios no está encadenada a ninguna de nuestras
veleidades; sólo se hace patente en el amor servicial evidenciado a tiempo y a
destiempo.
En la paleta del evangelio vemos variados y rotundos colores que nos centran en
el mensaje del Reino; así la severa condena de los viñadores homicidas, el
pretendido sofisma del tributo al César, la más que improbable casuística con los
saduceos cuando el Dios de Jesús es un Dios de vivos, el mandamiento más
importante por no decir el único, el sincero elogio a la generosidad de la viuda…
Rico material que prueba que la Palabra no cambia de densidad salvadora
aunque no se proclame en los tiempos convencionalmente conocidos como
fuertes. ¡Bendito Dios!
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org