SANTÍSIMA TRINIDAD
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Los Contemplativos: transforman al mundo silenciosamente
Yo también estoy de acuerdo con que el dicho “ esto es más difícil de entender que el misterio de la
Santísima Trinidad ” nos ha hecho a los cristianos un pésimo servicio. Misterio nos suena entonces a
acertijo indescifrable, a cosa oculta e inalcanzable. Pero el misterio de la Trinidad no es sólo un frío
misterio que hay que creer; es un misterio cálido que hay que vivir.
Es cierto que la Trinidad es un misterio. Si nos topamos con el misterio cuando nos acercamos a las
cosas creadas, cuánto más cuando pretendemos acceder a la infinitud de Dios. El gran Hegel, partiendo
de la afirmación de que no hay conciencia sin autoconciencia concluía que el verdadero espíritu es
siempre trinitario. Tras una alta pirueta intelectual, concluía el filósofo que no hay dogma más racional
que el de la Trinidad. El razonamiento puede resultar sugerente, pero deja el corazón frío.
Juan de la Cruz nos dice que Dios no es soledad, ni incomunicación, sino relación. Pretende expresarlo,
no explicarlo, con el juego de palabras de sus versos admirables. "Tres personas y un amado / entre
todos tres había / y un amor en todas ellas / y un amante las hacía; / y el amante es el amado / en que
cada cual vivía; / que el ser que los tres poseen / cada cual le poseía /... porque un solo amor tres
tienen / que su esencia se decía; / que el amor cuanto más uno / tanto más amor hacía".
Los filósofos habían definido a Dios como causa primera, motor inmóvil, acto puro… A partir de la
revelación del misterio trinitario pudo el evangelista Juan darnos la más sencilla y hermosa definición de
Dios. “ Dios es amor ”.
El Dios que es amor ha tomado rostro visible en Jesús: “ Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único. Porque Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve
por Él”.
Porque Dios es amor, se ha hecho cercanía redentora en su Hijo; se nos ha comunicado como gracia y
vida nueva en el Espíritu. El Dios Trino y Uno nos levanta, nos abraza, nos hace hijos en el Hijo, nos
introduce en su misma comunión de vida. La historia de la salvación es la historia del misterio trinitario
desplegándose. Por eso, una de nuestras oraciones más bellas es aquélla que reza: ¡Gloria al Padre,
gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo!
La Trinidad no es un dogma para ser creído, sino para ser vivido. Hemos sido asociados la familia divina.
Por eso nuestra vida está marcada con el amor del Padre, con la gracia redentora del Hijo, con el don del
Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo. Y, por eso, empezamos cada Eucaristía deseándonos que la
la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con
todos nosotros ”.
La Trinidad es un misterio para contemplar, para sumergirse en él, para sentirse envuelto en el amor
originario de Dios, donde todo amor verdadero encuentra su denominación de origen.
Seguramente tiene que ver mucho con lo anterior que hoy se celebre en toda la Iglesia la Jornada en
favor de la vida contemplativa . Y la celebramos este año con un lema precioso, tomado del salmo 34:
Contempladlo y quedaréis radiantes ”.
Es un día para orar, en justa correspondencia, por quienes dedican su vida a orar por nosotros: para dar
a conocer la vocación específicamente contemplativa, tan actual y tan necesaria; para pedir a Dios que
no falte en la Iglesia este rico patrimonio de la vida contemplativa.
El silencio y la soledad del claustro están henchidos de una presencia sin igual. Haciéndose eco de la
Palabra escuchada, los contemplativos/as glorifican a la Trinidad a la vez que su vida se torna bendición
para sus hermanos los hombres.
Hay instituciones eclesiales que han surgido para sanar los cuerpos; otras, para sanar la inteligencia
mediante la enseñanza, o para promover la justicia y la solidaridad. Lo específico de la vida
contemplativa es la alabanza filial y la intercesión ante el Padre prolongando así el latido esponsal del
corazón de la Iglesia esposa. Así, con su vida de alabanza, de adoración, de súplica o de intercesión
transforman al mundo silenciosamente.
Como he dicho otras veces, nuestros monasterios, donde las hermanas se ganan el pan de cada día
trabajando con sus manos, como los pobres, no son piezas de museo para dar lustre a nuestras viejas
ciudades. El tañido de su campana al amanecer o cuando el día declina, nos recuerdan que ahí existe un
laboratorio de oxígeno espiritual para que podamos respirar mejor quienes nos movemos en un mundo
tan enrarecido. Los hombres tenemos productos, pero nos falta alma. Saciados de bienestar y
consumismo buscamos, a veces sin saberlo, lo que pueda llenar nuestro sediento corazón de paz, de
felicidad, de transcendencia, de sentido.
Dad gracias Dios por nuestros siete monasterios de vida contemplativa. Pedid al Señor que surjan
vocaciones que prolonguen, de día y de noche, la oración de Jesús en el monte. Respondamos a su
solicitud por nosotros con nuestra ayuda, nuestro amor y nuestra oración agradecida.