“Dar a Dios lo que es de Dios.”
Mc 12, 13 -17:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
DAR A DIOS Y AL CÉSAR LO QUE LE CORRESPONDE A CADA UNO
Esperar y apresurar el día del Señor. Dar a Dios y al césar lo que le corresponde a cada uno.
En estas imágenes encontramos descrita la vida del cristiano. Esta es, antes que nada,
acontecimiento de espera, anuncio de que el Esposo no ha llegado todavía, nostalgia de un
amor más grande que todo afecto humano, como un deseo extinguido... Pero, al mismo tiempo,
el creyente vive y celebra cada día como día del Señor, indica en él la presencia misteriosa del
Esposo, expresa la alegría del encuentro con él, del deseo inextinguible. Algo así como una
espera que se realiza y se vuelve cada vez más intensa y acelera en cierto modo la venida del
Señor. Por eso el cristiano no se evade del mundo ni de la historia, sino que está bien
implantado en ellos, precisamente para indicarle al mismo mundo lo que hay en él de Dios y
debe volver a El, o bien, lo que en el corazón humano pertenece al Altísimo y sólo en él
encuentra la paz, y también lo que es corruptible y tiene que ser abandonado; lo que es bello,
pero con una belleza que pasa; aquello que tal vez pueda atraer al corazón hecho de carne,
pero no lo puede llenar del todo después. No por desprecio a lo humano, sino -al contrario-
para darle a todas las realidades su justo peso y mantener viva la esperanza del «día de Dios»,
en el que todo lo terreno (afectos y esperanzas, debilidades y angustias...) se fundirá en el
fuego del amor eterno. Y habrán «unos cielos nuevos y una tierra nueva»...
ORACION
Señor, Dios de la historia, Eterno sin tiempo, te alabo porque has creado también nuestra
historia y nuestro tiempo. Ambos te pertenecen y están repletos de ti. De ti proceden y a ti
deben volver, del mismo modo que nuestra persona, con todo lo más humano que posee, como
el deseo de vivir y de amar... Cuando llevamos a cabo tal recorrido y confesamos que,
verdaderamente, tú eres la fuente y el término de lo que somos y tenemos, nuestro tiempo
entra en tu eternidad y nuestra historia se convierte en historia de salvación, al tiempo que la
vida celebra tu soberanía y la muerte es como una vuelta a casa.
Perdóname, Dios, que haces nuevas todas las cosas, por todas las veces que he pretendido
apropiarme de mi tiempo y no he sabido esperar la novedad de tu día; por todas las veces que
no he sabido reconocer tu imagen en las cosas y he dirigido hacia mí lo que hubiera debido
«devolverte». En esas ocasiones, en vez de soñar con «unos cielos nuevos y una tierra nueva»
y reconocer el alborear de tu día, he preferido ilusiones inmediatas y satisfacciones más
seguras en apariencia, gustos y sabores ya conocidos y ya viejos, aunque sólo para encontrar
al final aburrimiento y frustración, o ese regusto doloroso del placer que se repite por inercia,
tristemente semejante a sí mismo.
«Maestro, tú que eres sincero», enséñame a esperar el día de Dios y, mientras lo espero, «a
dar a Dios lo que es de Dios»: todos los latidos de mi corazón, cada aliento de mi vida.