DOMINGO 16 Tiempo Ordinario (Ciclo B)
+ Lectura del santo Evangelio según san Marcos
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le
contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco».
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban
tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y
apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron;
entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel
sitio y se les adelantaron.
Al desembarcar, Jesús, vio una multitud y le dio lástima de ellos,
porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles
con calma.
Palabra del Señor.
Homilías
(A)
Saber descansar
Estamos viviendo en la sociedad de las prisas, de la rapidez, de la
falta de tiempo libre y de descanso.
Llevamos un ritmo de trabajo duro, que nos va gastando. Por eso,
al llegar está época, se recibe con inmensa alegría el tiempo de las
vacaciones y de descanso.
Esperamos liberarnos de la tensión, el agobio, el desgaste y la
fatiga que se han ido acumulando a lo largo del año.
Pero ¿qué es descansar? Me diréis, vaya pregunta más tonta.
Cómo que no nos gustase a todos el descanso.
Pero, ¿basta con recuperar las fuerzas físicas, y olvidar los
problemas y conflictos de cada día, metiéndonos en un mundo de
ruido, de fiestas, romerías o playas abarrotadas?
A veces ocurre que, al volver de las vacaciones, hemos cambiado
de ocupación, pero no hemos descansado.
Hemos salido del ruido de la fábrica y la ciudad, pero hemos
caído en el alboroto de las fiestas o locales abarrotados de gente.
Hemos salido del estrés del trabajo, pero hemos caído en el
problema de no tener tiempo para acudir a todos los compromisos
de las vacaciones.
Jesús nos dice como a sus apóstoles: "Venid vosotros solos a un
sitio tranquilo a descansar un poco".
Esto nos suena a música celestial, pero creo que pensando en ello
y consiguiendo llevarlo a la práctica es una realidad.
Para descansar, necesitamos en primer lugar, encontrarnos con
nosotros mismos, con sencillez y con honradez. Necesitamos
ratos para buscar el silencio, la calma, la tranquilidad, que a
menudo nos faltan durante el año.
Tenemos que descubrir que una vida intensa y bien vivida, no es
una vida agitada.
El sentido de nuestra vida no se agota con llenarla de trabajos, de
preocupaciones. No se agota amontonando dinero, éxitos o
placeres.
La vida se nos presenta más agradable y llevadera, si sabemos
llenarla, también, del cariño de una mujer, un marido, unos hijos,
de la amistad de unos buenos amigos, del compañerismo, de la
alegría compartida. En una palabra de todas esas cosas que nos
ayudan a disfrutar, descansar y ser felices.
Además del trabajo y los afanes de la vida, necesitamos saber
disfrutar de esos esfuerzos.
Necesitamos buscar esos otros valores de los que hablábamos
hace poco. Necesitamos acercarnos a Dios, acercarnos a Jesús que
es la fuente y el ejemplo de la alegría, le felicidad, el cariño, la
amistad. Por eso nos dice: "vamos a un sitio tranquilo a
descansar".
No a perder el tiempo, sino a cambiar de ocupación, a descansar
de la tarea de cada día, a reflexionar un poco sobre nuestras vidas,
a romper el estrés diario para volver a la tarea como nuevos,
renovados, descansados.
(B)
El domingo anterior veíamos a Jesús enviando a los suyos a
misionar. Hoy le vemos en una «reunión programada para
compartir las experiencias vividas» por los discípulos a la vuelta
de «las prácticas de pastoral» que les impuso. Es un momento
humano, de comprensión, de revisión, de exigencia humana
normal: contar lo que pasa. Inmediatamente después Jesús les
invita al descanso: «Venid a un sitio tranquilo a descansar». En
varias ocasiones los evangelistas presentan a Jesús buscando la
soledad. Lo nuevo ahora es que la busca para los suyos y la
disfruta con los suyos.
No son casuales estos detalles de reposo y de silencio que Jesús
prepara para los suyos justo al regresar de las tareas de anuncio de
reino de Dios.
Es en el silencio y en la soledad donde se aprenden caminos de
encuentro con Dios que no proporcionan ni las aulas ni los libros.
Hay susurros y brisa de Dios que sólo se perciben cuando uno se
retira y «aguanta» el silencio y la soledad. Hay lecciones que Dios
sólo imparte en la paz y en la tranquilidad. Preocupados por hacer
y ser eficaces, creemos que el éxito de nuestras empresas
misioneras está en «cansarnos por el Reino de Dios hasta
desgastarnos». Conviene recordar y escuchar esta invitación de
Jesús: «Venid a un sitio tranquilo a descansar». Tenemos que
confesar que nos da más seguridad lo que hacemos que lo que
«nos permitimos» o «regalamos para nosotros mismos». La paz y
el silencio, en muchos lugares de planificación de actividades
apostólicas, son vistos como «súper lujo». No entran en la
programación. Eso que nos perdemos porque quizá nuestra acción
pastoral se revelará «ausente» de silencio, de interiorización, de
ese hervor que dan las cosas rumiadas en paz.
El relato evangélico de hoy presenta la realidad de la vida: Jesús
buscando un lugar tranquilo para los suyos, y la gente
adelantándose para no dejarles tranquilos... El hecho recuerda
tantas realidades de pastores que se sienten reflejados en la
escena. «No tener tiempo para nada», «no tener tiempo para Dios
por querer anunciar a Dios sin descanso» es algo que se suele oír
con frecuencia. Y sin embargo, hay que saber perder tiempo con
Dios para darle la oportunidad de que nos diga lo que sólo Él
puede decirnos.
Quienes sean capaces de buscarle e ir al lugar del silencio, al
lugar de la paz y de la tranquilidad, donde Jesús lleva a los suyos,
realmente entenderán las cosas de Dios porque no les asusta el
silencio. Dios tendrá lástima de nosotros y nos dará su tiempo
cuando corramos allí donde Él nos está esperando.
Finalmente este apunte: Jesús invita a descansar a los que se han
cansado. Si queremos que nos invite a descansar, nos tendremos
que dar a las tareas del Reino... Jesús manifiesta mimo y detalles
con aquellos que tienen como tarea el anuncio del Reino.
(C)
Llama la atención cómo han aumentado los problemas de «estrés»
o de «surmenage» en unos tiempos en los que el bienestar y la
comodidad son una de las primeras metas de no pocos.
Son incontables los estudios que se vienen publicando sobre el
desequilibrio que produce en las personas un estilo de vida
marcado por el exceso de actividad, la agitación y la dispersión.
Simplificando bastante las cosas, los expertos nos ayudan a
distinguir entre el cansancio, el agotamiento y el desgaste. Tres
términos que a menudo se confunden, pero que responden a tres
experiencias diferentes.
El cansancio es la consecuencia normal y transitoria de cualquier
esfuerzo que realizamos de manera algo intensa o duradera. Toda
actividad lleva consigo una dosis de cansancio. Pero este
cansancio es sano siempre que se mantenga dentro de unos límites
normales; estimula el organismo, incita al sueño y da a la persona
una sensación de vitalidad. Es una equivocación pretender
eliminar este cansancio; lo importante es dosificarlo y saber
descansar mediante el sueño y un reposo adecuado.
El agotamiento es otra cosa. Sin recuperarse debidamente de sus
cansancios, la persona sigue actuando por encima de sus límites.
El individuo emprende una tarea detrás de otra sin un minuto de
respiro; siempre tiene algo que hacer. Pronto aparecen diferentes
perturbaciones que no son sino «señales de alarma»: la persona no
puede conciliar el sueño, se hace cada día más irritable, crece su
inseguridad, pierde el apetito o come con ansia exagerada, se
deteriora su relación con las personas, cada día se siente peor.
Esta persona está ya «enferma», aunque no es fácil que ella lo
reconozca y asuma su propia responsabilidad. Para liberarse de
este agotamiento ya no basta el descanso normal. Se necesitan
unas semanas de reposo y un planteamiento nuevo de todo. La
persona se cura cuando aprende a recomponer su vida, organizar
mejor su trabajo y asegurar un ritmo sano de actividad y
descanso.
Si el individuo no reacciona y el estado de agotamiento se
prolonga durante años, llega inevitablemente el desgaste con sus
síntomas inequívocos de envejecimiento prematuro, insomnio
permanente, apatía, fases depresivas y decaimiento general.
Por eso, no es una trivialidad organizarse bien las vacaciones.
Puede ser un deber. El descanso veraniego ha de ser un período de
recuperación física y psíquica. Pero puede ser, además, una
oportunidad para revisar nuestra vida, reconocer nuestras
equivocaciones, respetar nuestros límites y aprender a vivir de
manera más humana. Es una manera de escuchar también hoy la
invitación de Jesús a sus, discípulos: «Venid a un sitio tranquilo a
descansar.»
(D)
El evangelio de este domingo a mí me parece muy bonito. Solo
cuenta un pequeño detalle de la vida de Jesús, pero es un detalle
que nos descubre cosas preciosas. Dice el evangelio que acababan
de regresar los discípulos después de haber predicado la Buena
Noticia que tantas veces habían oído de labios de Jesús. Éste
quiso llevarlos a un sitio tranquilo para descansar porque donde se
encontraban parece que no se podía descansar ni hablar con
suficiente sosiego, “porque eran tantos los que iban y venían, que
no encontraban tiempo ni para comer”. Esas pobres gentes que no
les dejaban ni tiempo para comer nos las podemos imaginar: eran
gentes sencillas de aquellas aldeas, cargadas de pobrezas y
sufrimientos. Nunca habían significado nada para nadie. Nadie se
había entretenido en decirles una palabra de ánimo. Cuando
habían encontrado a Jesús, que los trataba con cariño y con
respeto, aquella pobre gente no les dejaba tiempo ni para comer.
Con él estaban a gusto no les producía miedo. Y se acercaban
todos: los pobres, los despreciados, los enfermos y los niños... A
su lado experimentaban la ternura de Dios con sus hijos.
El Dios del que les habla Jesús es totalmente distinto al Dios de
los Fariseos: un Dios que les metía miedo, les hacía vivir
encogidos por miedo a la amenaza constante de castigos...
Ahora oían de Jesús que Dios les quiere, que son sus preferidos,
que tiene preparada para ellos una gran fiesta. Esto explica que
aquella pobre gente siguiera a Jesús sin dejarle tiempo ni para
comer.
Nosotros también escondemos muchas heridas de la vida. también
nosotros tenemos sed de un Dios que nos quiera y nos acaricie; un
Dios que nos diga: “Ánimo, cuenta conmigo”; un Dios que nos dé
su mano para levantarnos de nuestras caídas y que nos ayude a
recomponer nuestra vida rota... Un Dios que no nos dé miedo y
para ello Jesús al igual que a ellos “se pone a enseñarnos con
calma”...
Se ha convertido en dicho común, hoy: “Muchos son los
bautizados y pocos los evangelizados”... Un cristiano que vive su
fe en solitario la tiene seriamente amenazada y acabará por
perderla.
Los cristianos vivimos desnutridos de la Palabra... Nos hemos
reciclado en casi todo: en la profesión, en la vida social, en la vida
política... Sólo en el aspecto religioso muchos cristianos viven de
rentas, de lo que aprendieron de niños en el colegio o en la
catequesis... Todos los grandes documentos de la Iglesia
recomiendan hacer, en grupo, lo que se llama una catequesis de
adultos... Que consiste en repensar todos los temas de la fe a la
luz de la Palabra de Dios. Necesitamos poner a punto nuestra fe.
No basta con la homilía del domingo... La comida familiar del
domingo no basta para sobrevivir toda la semana... Hay que
escuchar la Palabra de Dios más a menudo.
Cuenta el Cardenal Martini que hizo dos recomendaciones a un
matrimonio amigo: Acercarse a la Palabra de Dios e integrarse en
algún grupo cristiano.... ¡Vaya!-contesta el marido- Nos
recomiendas dos cosas que no nos van: La Biblia nos marea
porque no la entendemos; y no nos gusta comprometernos en
grupos porque eso nos llevará a atarnos”. Les contesta el cardenal:
“Entonces os conformáis con ser cristianos de mentirijillas,
porque sin Palabra de Dios y sin comunidad no hay cristianismo
posible”.
No tenemos que sentir envidia de aquellos primeros oyentes de
Jesús. Hoy le podemos seguir escuchando sin hacer ninguna
caminata. Es sólo cuestión de que abrimos las páginas del
Evangelio.
P. Juan Jáuregui Castelo