“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Mc 12, 28-34
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
DIOS CREÓ AL HOMBRE A SU SEMEJANZA, LE DIO UN CORAZÓN CAPAZ DE
DEJARSE AMAR Y DE AMAR A SU VEZ.
Pero no sólo le hizo capaz de amar a su manera, divina, no se contentó con verter
su benevolencia en el ser humano haciéndolo amable, sino que activó en él una
capacidad afectiva que no es ya sólo humana. Este es el signo más grande del amor
de Dios hacia el hombre: el Creador no se ha guardado, celosamente, su poder de
amar, sino que lo ha compartido con la criatura. En realidad, Dios no hubiera
podido amar más al hombre. Esa es también la razón de que éste sea asimismo el
primer y más importante mandamiento: antes de ser mandamiento, es el don más
grande. Y si vale más que todos los holocaustos y sacrificios, eso significa que el
hombre lleva a cabo la mayor experiencia del amor divino cuando ama de hecho a
la manera de Dios, más aún que cuando ora y adora, porque es entonces, y sólo
entonces, cuando puede descubrir cómo ha sido amado por el Eterno, hasta el
punto de haber sido hecho capaz de amar a su manera. Precisamente en esta línea
invita Pablo a Timoteo y a todo creyente a sufrir y a morir con Cristo por la
salvación de los hermanos. Pero, entonces, no se da aquí sólo la comunión
redentora de la cruz; antes aún está el misterio sorprendente de la comunión de
Dios con el hombre, del amor divino con el amor humano. Gracias a esta comunión,
el amor de Dios se hace ya presente y visible en esta tierra; más aún, Dios mismo
es amado en un rostro humano y el corazón de carne produce ya desde ahora
latidos eternos.
ORACION
Dios del amor, tú eres el Señor y el Maestro, sólo tú tienes las palabras de la vida y
puedes revelar al hombre su verdad y su dignidad. Todos quisiéramos saber qué es
importante en la vida, para no correr en vano; y si te preguntamos es porque tú
eres amor y sólo el amor conoce la verdad y no se la guarda para sí. Concédenos
comprender también que la grandeza del hombre está en el amor: en la certeza de
ser amado desde siempre por el Señor del cielo y de la tierra y en la certeza de
poder amar al mismo Creador junto con sus criaturas. En esto consiste la grandeza
humana, y es humana y divina a la vez; es mandamiento, pero antes es don; es
reposo y felicidad para el alma, pero también lucha contra el egoísmo y la
desesperación; es la verdad de donde nace la libertad, la libertad de depender en
todo de aquél a quien amamos y a quien estamos llamados a amar; por
consiguiente, de ti, que eres el amor. Concédeme, Padre, esta libertad: la libertad
de entregarte mi vida, para que tú la conviertas en un evangelio, historia y
providencia de amor para muchos hermanos; la libertad de amarte a ti y a todos
con el corazón del Hijo, hasta la cruz.