Solemnidad. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo B
Partir el pan, don de Dios para la vida
La celebración del Corpus Christi recapitula en un día de fiesta extraordinario la
trascendencia de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y el dinamismo del pan
partido como sacramento que proclama y exalta la presencia del Señor Jesús, el
cual se entrega a la humanidad para ser compartido como un don y signo decisivo
del Reinado de Dios. En la fracción del pan, según Marcos, se dice: “Y, estando ellos
comiendo, tomando pan, bendiciéndolo, lo partió y se lo dio y dijo: Tomen, esto es
mi cuerpo” (Mc 14,22). Toda acción simbólica expresa en un lenguaje sublime y
sinérgico la identidad, el espíritu y los valores de una comunidad humana.
La fracción del pan es una acción comunitaria. Comer es necesario para subsistir,
pero comer con otros es mucho más que alimentarse, es compartir las alegrías y
las esperanzas, las angustias y las tristezas de los otros. En la Eucaristía la Iglesia
se siente solidaria con la humanidad al compartir, sobre todo, las preocupaciones y
problemas de los pobres y afligidos, que se cuentan por millones en la mesa de los
hambrientos de nuestro mundo.
En esta mesa Jesús también es compañero de camino, pero él es protagonista de
los gestos primordiales que pueden hacer de la humanidad una verdadera
fraternidad. Además de compartir, Jesús realiza y enseña lo que hay que hacer en
la vida para transformar el mundo en un hogar para la familia humana. Al tomar el
pan, Jesús acoge la espiga triturada y el pan amasado en el dolor, abraza el
cansancio y las fatigas de los que sufren y asume en su amor inmenso los
problemas de la humanidad atrapada en un sistema social que parece un callejón
sin salida y en un pecado capital, la codicia, que parece no tener redención. Este
pan, ya amasado y hecho, entre injusticias y desigualdades, entre corrupción y
violencia, para la comida no compartida entre los opulentos y los hambrientos, que
sólo sirve para la subsistencia es el que Jesús toma en sus manos para hacer una
última acción definitiva y transformadora de la realidad humana. Jesús bendice el
pan porque lo recibe como un don de Dios, porque siente que todo lo humano es un
lugar de Dios y motivo de alabanza y de encuentro con Dios.
El gesto determinante de Jesús sobre el pan es el de partirlo. Al partirlo, lo vincula
estrechamente a su trayectoria de amor y de servicio liberador que culminará con
su muerte injusta y violenta en la cruz. Cuando parte el pan, éste ya no es el
mismo pan sino un cuerpo, el Cuerpo de la nueva humanidad, de la que Jesús es la
cabeza. El pan partido es el cuerpo del que iba a ser crucificado, pero antes de su
muerte, proclama la victoria del amor que resucita. La entrega por amor hace del
cuerpo y del pan un don de Dios para la vida. No es ya sólo un pan, sino un pan al
que le ha ocurrido algo trascendental. Se trata un pan partido. Sobre este pan
troceado es sobre el que Jesús declara las palabras: “Esto es mi cuerpo”. Ese pan,
ya partido, prefigura lo que será su muerte como expresión de la vida que se
entrega por amor. Pero no sólo la prefigura sino que proclama su fuerza
vivificadora, pues el pan partido es ya mucho más que pan. Es palabra y
sacramento que revela el amor hasta la muerte de Jesús. Es sacramento de la
humanidad redimida que transparenta y hace visible aquel amor. Es cuerpo que
suscita en quienes lo comparten el dinamismo existencial de la entrega de la vida
como prójimos de los que sufren y de los más necesitados. Ese pan partido es el
Cuerpo de Cristo, vencedor del pecado y de la muerte. Al participar en esa comida
los creyentes formamos parte de ese pan, alimentamos nuestro espíritu y estamos
llamados a vivir su mismo dinamismo de entrega, de sacrificio y de amor,
proclamando la inmensa alegría que suscita en nosotros la Eucaristía.
Celebrar y exaltar hoy la fracción del pan como cuerpo de Cristo no puede consistir
sólo en hacer una procesión con el Cuerpo Eucarístico de Cristo, ni participar de una
celebración hermosísima y multitudinaria, sino que debe consistir en seguir
abriendo un camino eucarístico en la lenta marcha de la historia para que todos los
cuerpos rotos del mundo, los de los enfermos y desahuciados, los de los pobres y
desheredados, los de las prostitutas y de los inmigrantes, los de los niños de la
calle y maltratados, todos los cuerpos dañados de las víctimas encuentren en el
Cuerpo de Cristo, partido por amor y compartido por su Iglesia, la esperanza de la
liberación de este sistema y de la redención de toda persona humana.
José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura