Si el mismo David lo llama “Seor”, ¿cmo puede ser hijo suyo?”
San Marcos 12, 35-37:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA GENTE “LE ESCUCHABA CON AGRADO”.
Anunciar el Evangelio de Jesús significa, de manera inevitable, dirigirse al
encuentro del rechazo, cuando no a la persecución: el Maestro no sólo lo había
dicho, sino que incluso ligó una bienaventuranza a la persecución: «Dichosos
seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de
calumnias por causa mía» (Mt 5,11). Pablo, y con él otros muchos testigos a lo
largo de la historia, han experimentado esta bienaventuranza, han vivido la
persecución como experiencia de la fuerza y de la presencia de Dios prometidas al
apóstol fiel. Podríamos decir que esta bienaventuranza es el distintivo del auténtico
cristiano, de aquel que «permanece fiel» en la prueba: fiel a la Palabra que ha
escuchado y que continúa anunciando en cada ocasión; firme en su certeza de que
ésa es su vocación y su misión, por la que vale la pena gastar la vida y arriesgarse
a la impopularidad; firme en la búsqueda de Dios a la luz de la Palabra que él nos
ha revelado, que trasciende toda pretensión humana y está envuelta por el
misterio; firme en la esperanza de que la semilla de la Palabra dará fruto a su
tiempo, tal vez gracias a su sacrificio y aunque él no lo vea; firme en unir la vida a
la Palabra, para que no sólo las acciones, sino también los gustos y los deseos, los
sentimientos y los proyectos queden plasmados por ella; firme en el valor de
provocar y plantear las palabras justas, las que obligan en primer lugar a él, al
creyente y maestro de la fe, a interrogarse sobre su misma experiencia espiritual,
pero se muestra tenaz asimismo en la fuerza de anunciar una Palabra
perennemente contra corriente, a un Mesías que no se presenta según las
expectativas de la mayoría, un Evangelio que no confirma las previsiones y pide a
todos la honestidad de convertirse... Entonces, si el apóstol permanece firme en la
Palabra, puede sucederle también algo que, con frecuencia, parece inesperado y le
sucedió al mismo Jesús: que más allá del rechazo inicial y, a veces, sólo aparente,
la gente «le escuchaba con agrado».
ORACION
Te doy gracias, Señor, por tu Palabra, que cada día ilumina mi vida y da sentido a
lo que hago, porque me enseña y convence, me corrige y va formando en mí el
hombre nuevo. Te doy gracias porque tu Palabra me da fuerza y me sostiene en
las pruebas, porque en ella resplandece la verdad como el sol y es dulce como la
miel. Pero te doy gracias también por aquellas veces en las que tu Palabra es
oscura y misteriosa, dura y amarga y penetra en mí como «espada de doble filo»,
poniendo al desnudo mis miedos y heridas, los monstruos y demonios que hay
dentro de mí, o me provoca a buscar donde no quisiera, allí donde no me lleva el
corazón, más allá de mis gustos.
Perdóname, Verbo del Padre, por todas las veces que he renunciado a la
búsqueda y a dejarme guiar por la Palabra, perdóname porque otras veces he
anunciado sin pasión tu Palabra y la he olvidado y confundido con otras palabras, y
luego incluso la he hecho callar, por miedo o engorro, por vil complacencia o
respeto humano, o porque sentía en mí su reproche antes que nada. Perdóname si
he buscado en otra parte la roca donde construir mi casa.
Te ruego que me concedas el valor de Pablo en las pruebas. Haz que aprenda,
como Timoteo, a «permanecer fiel» a la Palabra y a lo que la Iglesia me ha
enseñado, para que mi fe sea una fe recibida de la Escritura y probada por la vida.
Concédeme, Jesús, tu arte de saber plantear las preguntas justas, a mí y a los
otros, aquellas que no dejan vías de escape, a fin de que la Palabra me conduzca
cada día más al umbral del misterio, de tu Misterio, y tenga la fuerza necesaria para
anunciarlo.