¿FUERZA DE DIOS O ESFUERZO HUMANO?
Padre Javier Leoz
Con la fuerza del Espíritu que se nos vertió generosamente en Pentecostés,
asombrados por la gran familia de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu), con el sabor
que dejó en nuestro paladar cristiano la Solemnidad del Corpus Christi nos
adentramos de lleno, sin demasiadas interrupciones, en el tiempo ordinario. Un
espacio que, aun siendo normal, nunca dejará de ser extraordinario. Ser cristiano
no es un “hoy sí y mañana no” sino todo lo contrario: en la vida cotidiana, guiados
por la fe (como señala hoy San Pablo), intentaremos dar gusto a Dios con nuestras
buenas acciones, confianza y, sobre todo, con nuestra opción por el Reino de Dios.
1.- La Nueva Evangelización, a la cual nos invita constantemente el Papa Benedicto
XVI, no depende tanto del escenario que nosotros preparemos al mundo de la fe
cuanto de las verdades que seamos capaces de proponer, defender e impulsar aquí
y ahora. No lo tendremos fácil. Entre otras cosas porque, la realidad con la que nos
rozamos, está acostumbrada a ver pronto lo que se siembra, a recoger antes que
después lo que se trabaja o a invertir con tal de ganar.
El Reino de los cielos, en una de las parábolas de hoy, va en dirección opuesta a
todo ello: su crecimiento es silencio, a veces insignificante pero continuo.
¿De quién depende la extensión y el desarrollo del Evangelio? ¿De los hombres?
¿De nuestros talleres y reuniones, dinámicas y escritos? ¿Está en manos, tal vez,
de los medios a nuestro alcance: técnicos, pastorales o humanos?
Cuando un agricultor derrama su semilla en la tierra, prescindiendo de si está
dormido o despierto, esa semilla va robusteciéndose, explota y la tierra la devuelve
con creces en espiga o en un fruto determinado. Así es el Reino de Dios.
Importante el factor humano pero, la tierra que lo hace fructificar, crecer,
desarrollarse y expandirse, es la mano poderosa de Dios. Una cosa es decirlo (fácil)
pero otra, muy distinta, creerlo con todas las consecuencias: los condicionantes
externos ayudan, por supuesto, pero sin los internos (sin la fuerza del Espíritu) todo
quedaría relegado a lo humano.
2. También es verdad que los brazos cruzados no son la mejor imagen para el
apostolado de nuestros días. El Papa Benedicto XVI, no hace mucho tiempo, nos
recordaba que el sacerdote ha de trabajar las 24 horas del día. El ocio es, hoy más
que nunca, un serio inconveniente a la hora de sembrar el amor de Dios en las
generaciones jóvenes. ¿Cómo podríamos combinar el fenómeno del deporte con la
vivencia religiosa del domingo? ¿Por qué hay tiempo para todo en los niños pero, en
cambio, no hay lugar para la catequesis, la eucaristía o la oración?
Al escuchar el evangelio de este domingo se nos presenta ante nosotros un gran
reto: ¿estamos sembrando en la dirección adecuada? ¿Hemos estudiado a fondo la
tierra en la que caen nuestros esfuerzos evangelizadores? ¿No estaremos
desgastando inútilmente nuestras fuerzas cuando, la realidad de las personas, de la
iglesia local, de las personas o de la sociedad es muy diferente a la de hace unos
años?
3. En cierta ocasión en el campo de un labrador crecía con fuerza una especie
extraña. Tal es así que, el buen hombre, la trataba de igual forma que al resto de
los frutales. Un día llegó un vecino y le preguntó: ¿Cómo es que te molestas tanto
en cuidar, abonar, regar y podar esa planta que, al contrario que las otras, no da
ningún fruto? Y, el dueño de la finca, contestó: ¡Tengo miedo a que el campo se
quede demasiado desierto, sin nada! Aunque sé que no producen fruto…por lo
menos adornan.
San Gregorio Magno (uno de los Padres de la Iglesia) solía decir: «El hombre echa
la semilla en la tierra, cuando pone una buena intención en su corazón; duerme,
cuando descansa en la esperanza que dan las buenas obras; se levanta de día y de
noche, porque avanza entre la prosperidad y la adversidad. Germina la semilla sin
que el hombre lo advierta, porque, en tanto que no puede medir su incremento,
avanza a su perfecto desarrollo la virtud que una vez ha concebido. Cuando
concebimos, pues, buenos deseos, echamos la semilla en la tierra; somos como la
hierba, cuando empezamos a obrar bien; cuando llegamos a la perfección somos
como la espiga; y, en fin, al afirmarnos en esta perfección, es cuando podemos
representarnos en la espiga llena de fruto».
4.- DAME FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA, SEÑOR
Para que, orando, me olvide de todo lo que me rodea
y, viviendo, sepas que Tú habitas en mí.
Para que, creyendo en Ti, anime a otros a fiarse de Ti
A moverse por Ti
A no pensar sino desde Ti
¿Me ayudarás, Señor?
¿Será mi fe como el grano de mostaza?
Dame la capacidad de esperar y soñar siempre en Ti
Dame el don de crecer
y de robustecer mi confianza en TI
Dame la alegría de saber que, Tú, vives en mí
Dame la fortaleza que necesito para luchar por TI
DAME FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA
Sencilla, pero obediente y nítida
Radical, pero humilde y acogedora
Soñadora, pero con los pies en la tierra
Con la mente en el cielo, pero con los ojos despiertos
Con los pies en el camino, pero con el alma hacia Ti
¿Me ayudarás, Señor?
Dame fe, como un grano de mostaza
¿Será suficiente, Señor?