TODO EL AMOR DE DIOS, EN UN CORAZÓN
Padre Javier Leoz
1.- Celebramos, en el viernes siguiente a la festividad del Corpus Christi, una de las
fiestas más populares de nuestro calendario cristiano: EL CORAZÓN DE JESUS.
En El, y por eso lo honramos y lo queremos, percibimos visible e invisiblemente, el
amor inmenso que Dios nos tiene.
Mirar al corazón de Cristo es contemplar todo el plan que Dios tenía trazado desde
antiguo.
2.- Acercarnos al Corazón de Jesús, es beber a manos llenas, del torrente de la vida
y de la alegría, del amor y de la paz que, a través de su corazón, desciende en
riadas desde el cielo hasta la tierra.
Existe un conocido refrán que dice lo siguiente: “allá donde está tu corazón, está tu
tesoro”. Observemos detenidamente el Corazón de Jesús; ¿dónde lo tiene puesto?
¿Hacia dónde lo tiene inclinado? ¿Qué nos señala?
El Corazón de Jesús, y esa es su esencia, está puesto en Dios. Sólo se mueve por
El, desde El y para El. Forman una unidad.
El Corazón de Jesús, está inclinado hacia los hombres. Es un amor que no se queda
cómodamente instalado en las alturas. Adentrarse en el Corazón de 3.- Cristo es
coger una escalera rápida y segura para alcanzar el mismo corazón de Dios.
-Como la Samaritana, también nosotros, tenemos que asomarnos a ese profundo
pozo de agua viva que es Jesús.
-Como el enfermo, también nosotros, podemos acercarnos a ese gran mar de salud
que es el corazón de Jesús.
-Como el paralítico, también nosotros, podemos zambullirnos de lleno y nadar en
las corrientes de un corazón que revitaliza la vida de los que creen y confían en
Jesús.
3.- Hoy, en los tiempos que corren, encontramos muchos corazones a la deriva.
Corazones que palpitan pero que no sienten una felicidad íntegra, pletórica y
duradera. Corazones ansiosos, no por amar, sino por tener. Corazones, por los que
vibra la sangre, pero hace tiempo que se detuvo la energía del vivir, la sensación
de paz y de serenidad.
Hoy, y no pasa nada por reconocerlo, el corazón del ser humano está enfermo.
Nunca tantas posibilidades para llenarlo de satisfacciones y, nunca, tanta medicina
para calmarlo, para que siga funcionando, para que no se detenga, para que no
esté triste. ¡Volvamos, nuestros ojos, al Corazón de Jesús!
El es la fuente de la eterna salud. No es palabrería barata. No es frase que viene a
los labios porque si. Jesús, cuando copa el centro de nuestras miradas, cuando
dejamos que mueva los dos impulsos de nuestro corazón, cuando dejamos que se
siente a nuestra derecha, cuando lo hacemos nuestro confidente…..se convierte en
un surtidor de vida, de alegría, de esperanza, de ilusión y de fe.
4.- El es la fuente, y hay que recordarlo, de consuelo. El hombre anda mendigando
amor. Nunca como hoy tan próximos (en la calle, en el metro, en los hospitales, en
las fiestas) y nunca, como hoy, tan solitarios.
El Corazón de Jesús es el confidente. El compañero que más kilómetros nos
acompaña. El inspirador de muchas de nuestras acciones. El que abre su puerta,
cuando estamos bien, y el que la vuelve abrir cuando nos encontramos mal.
Este, ni mas ni menos, es el Corazón de Cristo. Un Corazón que, por estar
orientado y conectado al cielo, es un maná de salvación, de perdón, de acogida, de
misericordia y de amor.
¿Qué y quién es el Corazón de Jesús? Ni más ni menos que, el mismo Corazón de
Dios (con los mismos sentimientos e impulsos de Jesús) latiendo en la tierra. Y, por
cierto, también nuestros corazones necesitan, de vez en cuando, una gran
transfusión de luz divina; de fuerza divina; de ilusión divina; de fortaleza divina.
Es el mejor donante…Jesús de Nazaret. Tiene corazón para dar y regalar.
Y, también, el mejor cardiólogo es Jesús (que sabe lo que ocurre en el corazón de
cada uno, porque sufre, porque se acelera, porque se detiene, porque odia, porque
ama, porque se revela, etc.)
5.- MÍRAME, SEÑOR, Y NO DEJES NUNCA DE MIRARME
No dejes, nunca, de mirarme, Señor
porque, donde Tú miras, sé que se encuentra el pozo de la felicidad.
¿Qué tiene tu mirada, Señor?
¿Por qué, hundiéndose tus ojos en el suelo, no dejas de poseer tu corazón en el
cielo?
No dejes, nunca, de mirarme, Señor
porque, de la manera en que Tú miras
uno se encuentra con la paz sin fisuras
con la sabiduría que viene del cielo
con la serenidad que necesita nuestra existencia.
¿Por qué me miras, así, Señor?
Indigno soy de tu mirada, Señor.
Me propones caminos de vida, y elijo los que conducen a la muerte
Me susurras palabras de aliento,
y me disipo en el ruido
Me acaricias con mano de amigo,
y mendigo aquellas que no me ofrecen nada.
Mírame, Señor, y no dejes nunca de mirarme.
Porque, el camino, cuando Tú marchas delante
es menos árido y menos complicado
Porque, la senda, cuando es iluminada
por tu presencia
se convierte en vida y esperanza,
ilusión y agradecimiento.
Mírame, Señor, y no dejes nunca de mirarme.
Para que mi corazón, junto al tuyo siempre,
se agite con movimiento ascendente, hacia el cielo
y en ritmo descendente, hacia la tierra.
¿Por qué me miras, así, Señor?
¿Qué tengo yo de noble para que tus ojos
se detengan en mí?
¿Qué has encontrado en mi vida
para que, por un solo instante,
sea yo merecedor de tanto amor y de tanta gracia?
No me importa, Señor;
Aquí tienes mi fragilidad y mi angustia
mis temores y mi cobardía
mi dureza y mis egoísmos
mis luchas y mis contradicciones
mis flaquezas y mis caídas.
Mírame, Señor, y no dejes nunca de mirarme.
Porque, cuando Tú miras,
sé que el futuro ya no será tan incierto
ni tan difícil soportarlo
Sé que el presente estará más lleno
de plenitud y de luz
Sé que el pasado, ya no contará
por los errores cometidos.
Mírame, Señor, y no dejes nunca de mirarme
Y, cuando me mires,
déjame, siquiera un segundo,
acercarme a tu corazón y,
luego, seguir adelante.
Amén