DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO B
Ez 17, 22-24; Sal 91; 2Cor 5, 6-10; Mc 4, 26-34
Jesús dijo además: «Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre
esparce la semilla en la tierra, y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día,
la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma:
primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y
cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la
cosecha.» Jesús les dijo también: « ¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué
comparación lo podríamos expresar? Es semejante a una semilla de mostaza; al
sembrarla, es la más pequeña de todas las semillas que se echan en la tierra, pero
una vez sembrada, crece y se hace más grande que todas las plantas del huerto y
sus ramas se hacen tan grandes que los pájaros del cielo buscan refugio bajo su
sombra.» Jesús usaba muchas parábolas como éstas para anunciar la Palabra,
adaptándose a la capacidad de la gente. No les decía nada sin usar parábolas, pero
a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Entramos a la semana undécima del tiempo ordinario y luego de haber celebrado la
Fiesta del Corpus Christi, la liturgia de la Iglesia nos introduce inmediatamente y
nos llama a una vida de vigilancia, pues cuando en los evangelios aparecen las
parábolas debemos tener muy presente lo que dice el Salmo 94: si hoy escuchas
la voz de Dios nos endurezcas el corazn. Pues, tantas veces en medio de la vida
frenética en la cual vivimos el corazón se nos puede endurecer si no estamos
vigilantes y atentos a escuchar la voz de Dios, por eso Cristo en el evangelio
expresa citando a los profetas. este pueblo tiene un corazn duro, e incluso
sus discípulos tantas veces le reclamarán porque habla en parábolas, y dirán
porque a nosotros nos explicas los misterios del reino y a los demás no.
El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: “¿Por qué les hablas en parábolas?”,
preguntan los discípulos (Mt 13,10). Y Jesús responde poniendo una distinción
entre ellos y la multitud: a los discípulos, es decir a los que ya se han decidido por
Él, les puede hablar del Reino de Dios abiertamente, en cambio a los demás debe
anunciarlo en parábolas, para estimular precisamente la decisión, la conversión del
corazón; las parábolas, de hecho, por su naturaleza requieren un esfuerzo de
interpretacin, interpelan a la inteligencia pero también a la libertad (Benedicto
XVI, Ángelus, 10 de julio de 2011).
En la segunda carta a los corintios, San Pablo nos habla de una vida de vigilancia,
pero esta vigilancia a la cual San Pablo nos invita a vivir no se debe entender en el
sentido de pensar que Dios está como un juez inclemente buscando nuestros
errores para ajusticiarnos. San Pablo en otros pasajes de sus cartas nos invita a
vivir nuestra vida como un atleta y hace la comparación pues él dice así como un
atleta se prepara para la competencia y para ganar el premio, pues de igual manera
el cristiano entendiendo esta comparación está llamado a vivir la fe ejercitándola.
Debemos recordar por eso para ayudarnos, el pasaje de las vírgenes prudentes y
necias, pues la vigilancia debemos entenderla en una expectación, pues cuando se
pierde de vista la expectación de Dios, el hombre se duerme en sus proyectos,
afanes, deseos, y no es que estén mal los deseos y proyectos que el hombre puede
tener, sino que casi siempre en esos proyectos no está puesta la mirada en Dios.
Esta es la diferencia entre las vírgenes prudentes y las necias, pues las prudentes
viven poniendo su esperanza en Dios es por esto que el hombre cuando el quehacer
de su vida lo tiene puesto en Dios, como dice el evangelio de las vírgenes
prudentes, entra en el banquete, su vida es una fiesta, una celebración. El hombre
que se encierra en sus proyectos y sus proyectos no están abiertos a Dios se queda
encerrado en sí mismo, y sucede lo contrario, no entra en el banquete, no hace
fiesta porque está encerrado en sí mismo.
San Pablo al final de la segunda lectura a los corintios termina diciendo porque
tenemos un juicio y este juicio no debemos entenderlo como que Dios va a
condenarnos sino que nuestra misma forma de vivir va a poner de manifiesto si
hemos vivido o no bajo la misericordia de Dios y si nuestro corazón ha estado
latente a hacer su voluntad y vivir en ella.
La primera lectura del profeta Ezequiel y el evangelio de este domingo, de Marcos,
están muy relacionadas, la conversión no es un derecho el cual el hombre puede
alcanzar solamente proponiéndose, sino que la conversión es un don de Dios.
Retomando las palabras del inicio del Salmo 94: si hoy escuchas la voz de Dios
nos endurezcas el corazn, el evangelio de Marcos al final dice: no les
hablaba sin parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado. Aquí
debemos entender que Dios no hace acepción de personas pero que Dios si da sus
dones a aquellos que están prestos y dóciles a escuchar su voz. No nos olvidemos
del pasaje de los Hechos de los Apóstoles cuando el mago le ofrece a San Pablo
darle dinero para que el Apóstol le dé el poder con el cual veía que Pablo realizaba
los milagros.
El lenguaje de las parábolas es un lenguaje que viene en nuestra ayuda porque el
hombre que está dócil a escuchar la voz de Dios recibirá el lenguaje de la parábola
como una gracia, por eso Cristo usa este lenguaje y como dicen los escrituristas es
un lenguaje sencillo no para comprender a Dios sino para acoger a Dios. En la
parábola del sembrador la cuarta tierra que es la buena tierra, es la del hombre
humilde, dócil, que está a la espera para acoger las promesas de Dios, o como dice
el mismo Jesucristo en el evangelio de San Juan: mis ovejas escuchan mi voz y
me siguen.
Las dos parábolas del evangelio de esta semana manifiestan como el creyente
cuando está en comunión con Dios, en la medida que se acoge a él se va
configurando con Cristo, y por eso es un error pensar y decir que estoy creciendo
en la fe, que soy más humilde, que me estoy convirtiendo; porque la conversión y
la vida de santidad la verán los demás, no la veremos nosotros en nosotros
mismos. Dios en cada hombre a quien ha llamado a este mundo como un don de su
amor, en cada uno de nosotros quiere realizar el diseño de su propio Hijo, pero
según como Dios ese diseño lo quiera realizar. En la Iglesia, en la vida cristiana hay
dos vocaciones específicas: la vida conyugal-esponsal, y la vida ministerial-
consagrada (religiosos); de esta manera Dios a cada uno le dará talentos como dice
otra parábola y según estos talentos cada uno vivirá poniéndolos al servicio del
santo pueblo de Dios y de los hermanos, y en este servicio a los hermanos viviendo
en el cuerpo de la Iglesia, que significa vivir en la comunión y en la unidad, vivimos
realizando la voluntad de nuestro Padre del cielo. Esto es lo que muchas veces no
entendemos los creyentes, este es el misterio de las parábolas porque Dios nos ha
llamado a vivir en una común unión con los hermanos y no nos ha llamado a vivir
para nosotros mismos, y por ello en cuanto el hombre quiere vivir para sí mismo se
seca, como decía la primera lectura de Ezequiel, o como dice el evangelio de San
Juan: si el sarmiento se separa de la vid se seca y no da fruto.
El Beato Papa Juan Pablo II nos dice al respecto: Jesús compara el reino de Dios
con un grano de mostaza, que "es la más pequeña de todas las semillas", pero que,
una vez crecida, se convierte en un árbol tan frondoso que los pájaros pueden
anidar en las ramas () Jesús nos hace saber que el crecimiento de la semilla, que
es la "Palabra de Dios", está condicionada por el modo en que es acogida en el
campo de los corazones humanos: de esto depende que produzca fruto dando "uno
ciento, otro sesenta, otro treinta" (Mt 13,23), según las disposiciones y respuestas
de aquellos que la reciben (Juan Pablo II, Catequesis. La misin de Cristo, 27 de
abril de 1988).
Que el Señor derrame su Gracia sobre nosotros y como la Virgen María nos conceda
vivir en la gracia, y para vivir en gracia hay que acogernos al perdón de nuestros
pecados, para que en su gran misericordia de Dios podamos decir como el salmista
(Sal 131): Seor mi corazn no es ambicioso, ni se eleva con soberbia
dignidad.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar