SOLEMINIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
(CICLO B)
Lecturas
a.- Os. 11, 1. 3-4. 8-9: Soy Dios y no hombre; Santo en medio de ti.
En esta lectura encontramos una de las cumbres de la revelación de la
naturaleza de Dios, donde el profeta desde su experiencia de esposo y padre y
con un hijo en sus brazos describe el amor de Yahvé por su pueblo Israel. Hace
una transición del amor humano al divino, donde comprende desde lo humano
lo divino. Comienza recordando el primer amor de Yahvé por Israel, pueblo que
ni siquiera estaba formado, eran esclavos en Egipto, sin embargo, los elige, de
entre otros pueblos fuertes, con historia, más poderosos. Yahvé crea su pueblo
de la nada, a este pueblo lo amó y existió, es su hijo predilecto, libre lo sacó
de Egipto. Cada vez que Yahvé lo llamaba, Israel se alejaba, se prostituía con
los baales y divorciaba de Él, rompiendo la Alianza del Sinaí, sin embargo,
Yahvé no lo abandonó. Es Yahvé quien le enseña a caminar, a andar, lo
acompañó en su paso por el desierto hasta los tiempos del rey David; lo alzaba
en sus brazos, lleno de gozo lo estrechaba contra sus mejillas, como un padre
a un niño, le daba de comer, pero Israel no comprendía su amor (cfr. Os.11,3-
4). Como Dios respeta la libertad del hombre, la que ÉL mismo le dio, se
inclina sobre Israel, como si fuera un niño, lo alimenta, para atraerlo hacia Sí,
condescendencia divina, lo atrae por medios humanos, lazos de amor.
Admirable descripción del misterio entre la libertad humana y la gracia divina.
Sin embargo, nada consiguió, por eso lo castiga abandonándolo a su suerte,
pero sabemos que el castigo no es la última palabra de Yahvé, lo explica el
misterio insondable del amor de Dios. Se le convulsiona su corazón, sus
entrañas de Padre, porque no quiere abandonar a su pueblo a pesar de todo.
Es Dios y no hombre, no dará curso a su ira y furor, quiere educarlo, no
aniquilarlo. Es el Santo en medio de su pueblo, como Cristo Crucificado por
amor, en medio de los que se burlan y le recriminan sus palabras.
b.- Ef. 3, 8-12.14-19: Que Cristo habite en vuestros corazones por la
fe.
El apóstol defiende la gracia recibida de Cristo Jesús: anunciar el evangelio a
los gentiles. Atrás queda su pasado de fariseo, lo que lo convierte, en centro
de las quejas y ofensivas de los judeo cristianos, permanentes adversario del
apóstol, que lo consideran un traidor a las tradiciones mosaicas. Este anuncio
es de un misterio escondido en los siglos que ahora se revela en Cristo Jesús,
que ha conocido etapas de historia de salvación, parcial, pero llegada la
plenitud de los tiempos, se manifiesta definitivamente a los santos y apóstoles
en el Espíritu. Pablo no reivindica para sí, solo esta revelación del misterio,
pero sí el anuncio específico a los gentiles (cfr. Gál. 2,7; Hch. 9,15-16). Si
insiste en este aspecto, lo hace con humildad, reconociendo en que es el
menor de los santos, los apóstoles, consagrados, ya que su ingreso al grupo de
los Doce es tardío, pero es el llamado del Resucitado para “anunciar a los
gentiles la insondable riqueza de Cristo” (v. 8). Es la Iglesia ahora la llamada a
anunciar este misterio, que hasta las potestades y principados conocen este
misterio de la sabiduría de Dios. Sólo la Iglesia, tiene este trabajo de la
evangelización, sin desanimarse en la tribulación, pues en ellas, se consolida
su gloria futura como evangelizadores.
c.- Jn. 19,31-37: Uno de los soldados le atravesó con una lanza y al
instante salió sangre y agua.
El evangelista rememora los últimos momentos de la vida de Jesús en la Cruz,
su sed, sus últimas palabras: “Todo está cumplido” (v.30), y la entrega de su
espíritu. Esa fecha era muy solemne, primero porque era la Pascua, segundo,
porque coincidía en sábado. De ahí la petición al prefecto para que quebrase
las piernas a los ajusticiados, y así acelerar la muerte, por medio de la asfixia y
el desangramiento. Una vez muertos podían ser removidos; los romanos tenían
por costumbre, exponer a los crucificados hasta que su carne se corrompía o
era comida por aves y bestias; lo que hicieron esta vez, fue una excepción. A
Jesús no le quebraron las piernas, porque ya estaba muerto, era la víspera de
la Pascua, los cuerpos debían ser retirados esa misma tarde, el ajusticiado
debía ser enterrado el mismo día de la ejecución según estaba prescrito, para
no volver la tierra impura (cfr. Dt. 21, 22-23; Jos. 8,29; 10,26-27). Pilatos,
concede la gracia, y los soldados la cumplen rompiéndoles las piernas a los
otros dos ajusticiados del Calvario, pero al llegar a Jesús, lo encuentran ya
muerto, pero para cerciorarse de ello, uno de los soldados le atraviesa con la
lanza su costado, al instante sale sangre y agua (v. 34). ¿Por qué menciona
Juan este detalle? Para el apóstol, Jesús es el Cordero de Dios, como lo había
presentado el Bautista (cfr. Jn.1, 29). Una de las prescripciones acerca del
cordero pascual, era que debía ser comido, sin romperle hueso alguno (cfr.
Ex.12, 46). Juan hace una lectura teológica de un hecho histórico: Jesús muere
como el verdadero Cordero Pascual, de ahí que fija su muerte, el día y la hora,
en que eran sacrificados en el templo los corderos, que luego serían comidos
en la Cena pascual (cfr Sal.34,20). De su costado brotaron sangre y agua, que
leídos simbólicamente hacen referencia a la Eucaristía y al Bautismo. La
referencia y los textos bíblicos citados tienen por fin, en la mentalidad del
evangelista, llevar a sus lectores a la fe, para que creamos en Cristo (cfr. Jn.
20, 30). Si bien, la lectura es clara sobre el nacimiento de la los Sacramentos,
así lo entendieron los Padres e la Iglesia, es más bien un dato cristológico.
Juan busca comunicar la fe, con referencia inmediata, a la acción de la lanza
que provoca la salida de sangre y agua, porque en ÉL, contempla al Cordero
de Dios y al que Traspasaron. En esa escena Jesucristo, es la Victima Pascual,
Cordero al que no le ha quebrado ningún hueso, para ser consumido en la
Cena pascual (cfr 1Cor. 5,7). Incluso es ese detalle de no quebrar los huesos,
la integridad del cordero, del hombre, algunos rabinos veían una garantía de la
resurrección (Ez.37; Nm. 9,12; Sal.34, 21). “Mirarán al que Traspasaron”
(Zac.12, 10). Yahvé asegura que ese día derramará un espíritu de gracia y
oración, abrirá una fuente para lavar el pecado y la impureza del pueblo (cfr.
Zac. 12,9; 13,1; Is.12, 3; Ez. 47,1; 35,25). ¿Quién es el Traspasado? Es el
mismo Dios, pero también su Siervo, para comprender, finalmente que la
fuente abierta es el Traspasado. Todas estas resonancias bíblicas, confirman el
sentido redentor de la muerte de Cristo, el Crucificado, al que hay que mirar,
para comprender desde la fe, el sentido salvífico de su amor por la humanidad,
por cada hombre hasta hoy.