XI Domingo del Tiempo Ordinario B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Lecturas
a.- Ez. 17, 22-24: Ensalza los árboles humildes
El texto que leemos es parte de la alegoría del águila y del cedro. El profeta sabe
presentar un horizonte de esperanza por sobre los sombríos anuncios que acaba de
hacer, el castigo que se cernirá sobre los exiliados. El profeta debe saber velar los
intereses espirituales de su pueblo, pero también, situar los castigos de Yahvé a su
pueblo. La esperanza de la era mesiánica en la historia de Israel, está presente por
sobre las situaciones críticas, es el norte de esa vida nacional. El profeta considera
infundadas las esperanzas de Israel, el hecho de mantener a Jerusalén como capital
de un reino corrompido religiosamente. La hora de la justicia de Dios llegará, y la
dinastía davídica se apagará, al ser llevados a Babilonia a sus representantes. Esta
situación no es definitiva, porque permanece la promesa de Yahvé que de la
dinastía davídica nacerá la era mesiánica. Nabucodonosor, es la gran águila que
tomó los renuevos del cedro, Jeconías a Babilonia (cfr. Ez.17, 2), lo mismo hará
Yahvé, tomando el principal de los renuevos del cedro (v. 22). El cedro es siempre
la dinastía davídica, con la deportación de Jeconías, no desaparece ésta, porque
Yahvé cortará el tallo principal, y lo plantará en el monte alto de Israel, es decir,
en Sión (v.23). Crecerá tanto que en sus ramas las aves harán sus nidos, es decir,
los pueblos se reunirán en Jerusalén, bajo la sombra protectora del Mesías. Todos
los árboles del bosque, las naciones, reconocerán que ha sido obra providencial de
Yahvé, como árbitro de la historia, ya que humilla al gran árbol, Babilonia, y
ensalza al árbol bajo, o reino de Judá, humillado por el opresor babilonio. A sido un
milagro de Yahvé a favor de su pueblo, a quien se consideraba un árbol seco, y en
cambio, secó al árbol verde, Babilonia, que parecía tener una larga vida. La historia
está en manos de Yahvé, de ahí que Israel deba confiar plenamente en ÉL a pesar
de la tragedia que va a vivir como es el exilio. Al final, triunfará el pueblo elegido
sobre el invasor babilónico.
b.- 2Cor. 5, 6-10: En destierro o en patria nos esforzamos en agradar al
Señor.
El apóstol sigue presentando su vida llena de esperanzas y tribulaciones, pero por
otra, está pensando en la parusía, saber morir o conservarse en vida hasta la
venida del Señor, y ser transformado, sin pasar por la muerte (cfr. 2Cor.5, 3-4).
Ahora viene un cambio de perspectiva, porque ya no le preocupa estar desnudo,
prefiere morir, salir de su cuerpo, porque mientras estamos en él, estamos lejos del
Señor (v.6), caminamos, vivimos en fe y no en visión (cfr.1Cor.13,12; Rm. 8,24),
de ahí que quiere salir del cuerpo, para estar cerca del Señor Jesús (v. 8). Si
profundizamos en la visión de Pablo, su perspectiva ahora es distinta a lo
expresado anteriormente (cfr. 2Cor. 5,2-4), donde primaba una fuerte raíz del AT.,
al usar la imagen de la tienda, que la contrapone a la morada eterna, el hombre
terreno decae, mientra el hombre nuevo, el hombre nuevo crece; ahora, el apóstol
expresa su fe cristiana, apuntando su mirada a Jesucristo, que espera a Pablo, y a
todo cristiano en el cielo, verdadera patria nuestra, mientras moramos en este
cuerpo, estamos ausentes de ella, porque caminamos en fe, y no en visión. La
verdadera dicha, vendrá cuando seamos revestidos de un cuerpo glorioso, y
adquiramos la verdadera dicha, la vida eterna (cfr. 2Cor. 5, 1-5). Esta visión
paulina, nos habla de una continuidad, entre salir del cuerpo y estar delante del
Señor (v.8), con lo que deja entender, que la unión del cristiano con Cristo tendrá
lugar inmediatamente después de morir. Serían vanos los deseos de querer estar
con el Señor, morir, dejado el cuerpo, sin que se le concediese al justo la visión
beatífica, teniendo que esperar hasta la resurrección final o general (cfr. Lc.16, 22-
23; 23. 43). Finalmente, Pablo muestra la grandeza de su alma, que si bien
desearía estar con el Señor, acepta la voluntad de Dios, mientras se esfuerza en
ser, grato al Señor (v.9), sabiendo que lo que nos espera es darle cuentas a Dios
de todo lo hecho en esta vida (vv. 9-10; cfr. Hch.10,42). Deja entrever el apóstol,
que se refiere aquí, no sólo al juicio universal al final de los tiempos (cfr. 2Tes.1, 6-
19), sino al juicio particular de cada cristiano cuando va reunirse con ÉL.
c.- Mc. 4,26-34: La semilla más pequeña, se hace un árbol grande.
El evangelista, quiere ilustrar dos formas en que se presenta el Reino de Dios: en
forma oculta, y a su vez, a plena luz, es decir, abiertamente. Marcos nos presenta
dos parábolas: la semilla que crece por sí sola (vv. 26-29) y la de la semilla de
mostaza (vv. 30-32). Es la tensión, que produce la llegada del Reino, en la historia
de los hombres. Es la parábola de la semilla, que crece por sí sola, sin la ayuda del
hortelano. No se habla del trabajo de éste hasta la siega. Sólo en el tiempo de la
recolección, el hortelano, toma la hoz y cosecha el trigo (cfr. Jl 4,13), donde hay
una referencia al juicio escatológico. El reino de Dios, si bien, es una iniciativa
divina, acepta la colaboración humana, pero será siempre Dios quien guíe la obra.
El labrador, ha confiado a la tierra la semilla, y se va, su trabajo ha terminado.
Todo lo que sucede entre la siembra y la cosecha, es activado sin su trabajo. “El
grano germina y crece sin que él sepa como” (v. 27). Es Dios quien trabaja, el
secreto lo guarda la tierra, su disponibilidad, la fecundidad de la semilla, que en la
oscuridad, se transforma en nueva vida (v. 27). El hortelano debe reconocer que
no puede intervenir, sólo debe esperar confiado hasta la siega. Se trata de la
hierba, la espiga, después el grano abundante (v.28). Misterio que se transforma
en milagro de alegría y triunfo, en rico pan blanco y nutritivo (cfr. Is. 9,2). Se
vuelve a la actividad otra vez, cuando se mete nuevamente la hoz, porque ha
llegado la siega (vv. 29). Por otra parte, esta parábola, está en contra de aquellas
actitudes de quienes quieren forzar la venida del Reino o construirlo, como los
fariseos con su observancia perfecta de la ley de Moisés o los zelotas, nacionalistas
judíos, por medio de las armas, o mejor, es el estilo de Jesús con el evangelio del
amor. Al discípulo, se pide su colaboración, pero el futuro está en las manos de
Dios.
La otra parábola, nos habla del crecimiento del Reino. La semilla de mostaza crece
hasta convertirse en un gran árbol, donde hasta los pájaros, hacen sus nidos. Esta
parábola es una lectura sobre el ciclo de la vida en la naturaleza, y su relación con
el hombre y el Reino de Dios. El misterio del crecimiento está en la tierra, Dios ha
confiado a la semilla una fuerza vital, y sigue siendo en definitiva el responsable del
crecimiento (cfr.1Cor. 3, 7; Sal. 104,14ss). La comunidad, si bien, al comienzo es
pequeña, está llamada a ser mayor. Quizás el autor está pensando en las profecías
que hablaban de la integración de todos los pueblos en la Iglesia (cfr. Dn. 4, 9. 18;
Ez. 31, 6). Lo importante de estas parábolas, es que el Reino de Dios, ha
comenzado su desarrollo en la historia de los hombres, y sus fases, se irán
descubriendo con los signos de los tiempos, donde lo que los acogieron,
responderán a la voluntad de Dios y custodiarán la paz, la verdad, la justicia y el
amor que les ha sido entregado. Lo importante, es que la predicación ya comenzó,
la semilla se echó en la tierra, los discípulos son testigos de ello. Si bien los inicios
son pobres, los frutos lentos en darse, Jesús con su palabra invita a contemplar la
vida que en la naturaleza tiene sus leyes. La semilla que crece sola, la semilla
pequeña que se convierte en un gran árbol, es una exhortación a saber esperar,
nada de prisas que el hombre a veces quiere poner a la historia y obra de Dios. El
final del Reino, su culminación está en la otra orilla, es de carácter escatológico y
pertenece a Dios y a su poder (cfr. Mc. 9,1). Dios completa su obra, el futuro
pertenece a Dios a su poder (cfr. Mc.13, 32).
Teresa de Jesús en su comentario del Padre Nuestro dice “Venga tu reino” ensea:
“Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga
en nosotros un tal reino: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino».
Mas mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí,
y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad
que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo
del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros de manera que se
hiciese como es razón si no nos proveía Su Majestad con darnos acá su reino, y
así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendamos, hijas, esto que
pedimos y lo que nos importa importunar por ello y hacer cuanto pudiéremos para
contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo. Si no
os contentare, pensad vosotras otras consideraciones, que licencia nos dará
nuestro Maestro, como en todo nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia y así lo
hago yo aquí.” (Camino de Perfeccin 30, 4)