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N O SOMOS NOSOTROS LA MEDIDA
11 º D OMINGO DEL T IEMPO O RDINARIO (M T 4,26-34)
17 DE JUNIO DE 2012
Nos dice el final del Evangelio de este domingo que Jesús hablaba en
parábolas. No era un dialecto especial, ni un idioma extrao. Era el modo sencillo de
traducir de mil modos el misterio del que era portador y portavoz a la vez. No
acudía a las alambicadas explicaciones de los letrados, tan obtusas como poco
fiables, porque decían con palabras y palabrerías lo que luego no gritaba la vida.
Pone dos ejemplos Jesús. Los dos del ámbito agrario. Se ve que sus oyentes
se dedicaban a este menester como trabajo. Un sembrador echa la simiente y se va
a descansar. No sabe cmo, pero la semilla crece y madura, y se va formando hasta
germinar. Llegado ese momento, está lista para la siega. Realmente impresiona la
forma tan sencilla de explicar que hay cosas que no dependen de nosotros, aunque
en algún momento se cuente con nosotros. Así es la vida de Dios que siembra su
palabra en el surco de nuestra libertad, de nuestra inteligencia, de nuestro corazn.
No sabemos tampoco nosotros cmo, pero el hecho es que hay cosas que van
adelante, se enderezan, logran su armonía, y se les devuelve la bondad y la belleza
primigenias. Es la callada labor de un Dios paciente que no deja de trabajar incluso
cuando nosotros andamos distraídos, torpes, ausentes. El resultado bendito es una
gracia madura que no es fruto de nuestro cálculo ni el resultado de nuestra
conquista.
El segundo ejemplo, parábola también, es el del grano de mostaza. Bien
pequeo, el más donde los haya. Y sin embargo, cayendo en la tierra buena y
dejándola crecer, logra hacerse grande quien comenzara diminuta. Tanto, tanto
crece, que aventaja a otras hortalizas, y hasta en sus ramas se cobijan los pájaros, y
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo
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hasta anidan en ellas. Pero todo comenz por una semilla pequea como la
mostaza. Así la vida, así cada pequeo gesto, cada pequeo perdn, cada pequea
esperanza… que sembrada esa pequeez en la grandeza de Dios, da como resultado
ver crecer lo que no es fruto de nuestra medida.
Jesús hablaba así, con palabras que todos entendían, en las que era fácil
reconocerse y comprobar aquellas gentes que cuanto les decía sencillamente les
correspondía. Por eso estas parábolas se escuchaban como quien oye una buena
noticia, y no dudaban en comparar con otros predicadores para venir a concluir que
Jesús tenía verdadera autoridad.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo