COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
17 de junio de 2012 – Domingo 11º durante el año
Evangelio según San Marcos 4,26-34 (ciclo B)
Jesús decía a sus discípulos: "El Reino de Dios es como un hombre
que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de
noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa
cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una
espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a
punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la
cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino
de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a
un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de
todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega
a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus
ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". Y con
muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la
medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en
parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba
todo.
Sin apertura a la Palabra de Dios no hay crecimiento integral
Es un diálogo entre el Señor Jesús y su público, sus fieles, sus discípulos. En
esta comunicación el Señor utiliza muchos las parábolas, que son
comparaciones simbólicas, que de alguna manera dan una imagen de una
realidad para que, a través de esta imagen, nos transporte a otra realidad
mucho más profunda. Las comparaciones, las figuraciones, siempre nos
ayudan a comprender más lo que es esencial.
En este caso vemos que la Palabra de Dios, que viene a nosotros a
iluminarnos, a nutrirnos, a producir en nuestra vida y en nuestro interior
frutos, es como una semilla que se mete en la tierra y empieza a crecer. El
Reino de Dios también tiene que crecer en nosotros, pero ¿qué significa
esto?
Primero, crece porque la Palabra de Dios tiene fuerza propia, pero uno tiene
que responder a esa Palabra con el mérito, con la atención, con las cosas
que uno puede incorporar. Hoy en día no hay mucha atención. En su
mensaje a los medios de comunicación, el Papa explicaba que el silencio y
la palabra son los caminos para la contemplación; cómo es necesario recibir
la Palabra pero también cómo es necesario recibirla en silencio. Un silencio
que vaya disminuyendo y apagando esos ruidos, internos y externos, que
muchas veces aquietan el alma.
La Palabra hay que trabajarla, dejándose renovar y convertir por ella
misma. Vemos que hoy en día no hay mucho trabajo espiritual, pareciera
que todo es espontáneo. No, todo no es espontáneo. A la Palabra hay que
reflexionarla, masticarla, rumiarla, meditarla y rezarla. La Palabra invita al
silencio, a la contemplación, como si fueran distintos pasos de cómo
tratarla.
Muchas veces, hoy por hoy, encontramos gente que dice “no quiero
pensar”, “no me compliquen la vida”, “sólo por hoy”, “no tengo tiempo”,
“más adelante, quizás”, “no me quiero tomar todo en serio”; y así se están
perdiendo cosas extraordinarias y fundamentales.
Vean hermanos, no hay un crecimiento integral si no hay una apertura a
Dios, si no hay una apertura a la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es
constitutiva y es constituyente del equilibrio humano. Dios no compite sino
que humaniza. Por eso, démosle atención para que en nuestra vida
volvamos a tener el gozo y el gusto de la Palabra, el tratamiento de la
escucha y de la respuesta. Que demos frutos y frutos en abundancia.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén