EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Martes de la undécima semana del tiempo ordinario
Primer Libro de los Reyes 21,17-29.
Entonces la palabra del Señor llegó a Elías, el tisbita, en estos términos:
"Baja al encuentro de Ajab, rey de Israel en Samaría. Ahora está en la viña de
Nabot: ha bajado allí para tomar posesión de ella.
Tú le dirás: Así habla el Señor: ¡Has cometido un homicidio, y encima te apropias
de lo ajeno! Por eso, así habla el Señor: En el mismo sitio donde los perros
lamieron la sangre de Nabot, allí lamerán tu sangre".
Ajab respondió a Elías: "¡Me has sorprendido, enemigo mío!". "Sí, repuso Elías, te
he sorprendido, porque te has prestado a hacer lo que es malo a los ojos de Señor.
Yo voy a atraer la desgracia sobre ti: barreré hasta tus últimos restos y extirparé a
todos los varones de la familia de Ajab, esclavos o libres en Israel.
Dejaré tu casa como la de Jeroboám, hijo de Nebat, y como la de Basá, hijo de
Ajías, porque has provocado mi indignación y has hecho pecar a Israel.
Y el Señor también ha hablado contra Jezabel, diciendo: Los perros devorarán la
carne de Jezabel en la parcela de Izreel.
Al de la familia de Ajab que muera en la ciudad, se lo comerán los perros, y al que
muera en despoblado, se lo comerán los pájaros del cielo".
No hubo realmente nadie que se haya prestado como Ajab para hacer lo que es
malo a los ojos del Señor, instigado por su esposa Jezabel.
El cometió las peores abominaciones, yendo detrás de los ídolos, como lo habían
hecho los amorreos que el Señor había desposeído delante de los israelitas.
Cuando Ajab oyó aquellas palabras, rasgó sus vestiduras, se puso un sayal sobre su
carne, y ayunó. Se acostaba con el sayal y andaba taciturno.
Entonces la palabra del Señor llegó a Elías, el tisbita, en estos términos:
"¿Has visto cómo Ajab se ha humillado delante de mí? Porque se ha humillado
delante de mí, no atraeré la desgracia mientras él viva, sino que la haré venir sobre
su casa en tiempos de su hijo".
Salmo 51(50),3-4.5-6a.11.16.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!
Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos.
Por eso, será justa tu sentencia
y tu juicio será irreprochable;
Aparta tu vista de mis pecados
y borra todas mis culpas.
¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua anunciará tu justicia!
Evangelio según San Mateo 5,43-48.
El amor más grande «la santidad»
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos
y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No
hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen
lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Comentario del Evangelio por
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas
Misioneras de la Caridad
El amor más grande «la santidad»
«Sed santos, porque yo soy santo» (Lv 19,2)
Todos sabemos que existe un Dios que nos ama, que nos ha creado. Podemos
acudir a él y pedirle: «Padre mío, ayúdame. Deseo ser santa, deseo ser buena,
deseo amar. La santidad no es un lujo para unos pocos, ni está restringida sólo a
algunas personas. Está hecha para ti, para mí y para todos. Es un sencillo deber,
porque si aprendemos a amar, aprendemos a ser santos.
El primer paso para ser santo, es desearlo. Jesús quiere que seamos tan
santos como su Padre. La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con
alegría. Las palabras «deseo ser santo» significan: quiero despojarme de todo lo
que no sea Dios; quiero despojarme y vaciar mi corazón de cosas materiales.
Quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis caprichos, a mi
inconstancia y ser un esclavo generoso de la voluntad de Dios.
Con una total voluntad amaré a Dios, optaré por Él, correré hacia Él, llegaré a
Él y lo poseeré. Pero todo depende de las palabras, «Quiero» o «No quiero». He
puesto toda mi energía en la palabra «Quiero».
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