EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Viernes de la undécima semana del tiempo ordinario
Segundo Libro de los Reyes 11,1-4.9-18.20.
Atalía, la madre de Ocozías, al ver que había muerto su hijo, empezó a exterminar
a todo el linaje real.
Pero Josebá, hija del rey Jorám y hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de
Ocozías, lo sacó secretamente de en medio de los hijos del rey que iban a ser
masacrados, y lo puso con su nodriza en la sala que servía de dormitorio. Así lo
ocultó a los ojos de Atalía y no lo mataron.
El estuvo con ella en la Casa del Señor, oculto durante seis años, mientras Atalía
reinaba sobre el país.
El séptimo año, Iehoiadá mandó buscar a los centuriones de los carios y de la
guardia, y los hizo comparecer ante él en la Casa del Señor. Hizo con ellos un pacto
comprometiéndolos bajo juramento, y les mostró al hijo del rey.
Los centuriones ejecutaron exactamente todo lo que les había ordenado el
sacerdote Iehoiadá. Cada uno de ellos tomó a sus hombres - los que entraban de
servicio y los que eran relevados el día sábado - y se presentaron ante el sacerdote
Iehoiadá.
El sacerdote entregó a los centuriones las lanzas y los escudos del rey David que
estaban en la Casa del Señor.
Los guardias se apostaron, cada uno con sus armas en la mano, desde el lado sur
hasta el lado norte de la Casa, delante del altar y delante de la Casa, para formar
un círculo alrededor del rey.
Entonces Iehoiadá hizo salir al hijo del rey y le impuso la diadema y el Testimonio.
Se lo constituyó rey, se lo ungió, y todos aplaudieron, aclamando: "¡Viva el rey!".
Atalía oyó el griterío de la gente que corría, y se dirigió hacia la Casa del Señor,
donde estaba el pueblo.
Y al ver al rey de pie sobre el estrado, como era costumbre, a los jefes y las
trompetas junto al rey, y a todo el pueblo del país que estaba de fiesta y tocaba las
trompetas, rasgó sus vestiduras y gritó: "¡Traición!".
Entonces el sacerdote Iehoiadá impartió órdenes a los centuriones encargados de la
tropa, diciéndoles: "¡Háganla salir de entre las filas! Si alguien la sigue, que sea
pasado al filo de la espada". Porque el sacerdote había dicho: "Que no la maten en
la Casa del Señor".
La llevaron a empujones, y por el camino de la entrada de los Caballos llegó a la
casa del rey; allí la mataron.
Iehoiadá selló la alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, comprometiéndose este
a ser el pueblo del Señor; y también selló una alianza entre el rey y el pueblo.
Luego, todo el pueblo del país se dirigió al templo de Baal, lo derribó y destrozó por
completo sus altares y sus imágenes. Y a Matán, el sacerdote de Baal, lo mataron
delante de los altares. El sacerdote estableció puestos de guardia en la Casa del
Señor.
Toda la gente del país se alegró y la ciudad permaneció en calma. A Atalía la habían
pasado al filo de la espada en la casa del rey.
Salmo 132(131),11.12.13-14.17-18.
El Señor hizo un juramento a David,
una firme promesa, de la que no se retractará:
"Yo pondré sobre tu trono a uno de tus descendientes.
Si tus descendientes observan mi alianza
y los preceptos que yo les enseñaré,
también se sentarán sus hijos
en tu trono para siempre".
Porque el Señor eligió a Sión,
y la deseó para que fuera su Morada.
"Este es mi Reposo para siempre;
aquí habitaré, porque lo he deseado.
Allí haré germinar el poder de David:
yo preparé una lámpara para mi ungido.
Cubriré de vergüenza a sus enemigos,
y su insignia real florecerá sobre él".
Evangelio según San Mateo 6,19-23.
No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y
los ladrones perforan las paredes y los roban.
Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los
consuma, ni ladrones que perforen y roben.
Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará
iluminado.
Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en
ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!
comentario del Evangelio por
San Cesareo de Arlés (470-543), monje y obispo
Sermón 32, 1-3; SC 243
"Donde está tu tesoro, allí también está tu corazón"
Dios acepta nuestras ofrendas de dinero y se complace en los dones que les
hacemos a los pobres, pero con esta condición: que todo pecador, cuando le ofrece
a Dios su dinero, le ofrezca al mismo tiempo su alma... Cuando el Señor dijo: "Dad
al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" (Mc 12,17), es como decir:
"como devolvéis al César su imagen sobre la moneda de plata, le devolvéis también
a Dios la imagen de Dios" (cf Gn 1,26)...
Por eso, como ya dijimos, cuando le damos dinero a los pobres, le ofrecemos
nuestra alma a Dios con el fin de que allí dónde está nuestro tesoro, allí también
pueda estar nuestro corazón. En efecto, ¿por qué Dios nos pide dar dinero?
Seguramente porque sabe que particularmente nos gusta y que pensamos en eso
sin cesar; y que allí dónde está nuestro dinero, allí también está nuestro corazón.
Por eso Dios nos exhorta a tener tesoros en el cielo dando a los pobres; para
que nuestro corazón siga allí donde ya enviamos nuestro tesoro y donde, cuando el
sacerdote dice: "Levantemos el corazón", pudiéramos responder con una conciencia
tranquila: "Lo tenemos levantado hacia el Señor".
"servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”