Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”.
Mt 5, 43-48
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
EL NOS QUIERE PERFECTOS EN EL AMOR
Si lo que afirma Jerónimo -estos preceptos han de ser juzgados «con la inteligencia
de los santos» y no «con nuestra estupidez»- vale para todo el sermón del monte, con
mayor razón se aplica al mandamiento del amor. Un amor a ultranza, podríamos decir.
Porque «si amar a los amigos es cosa de todos, amar a los enemigos es cosa sólo de
los cristianos» (Tertuliano). «Jesús hubiera vivido y muerto en vano», sostiene
Gandhi, «si no hubiéramos aprendido de él a regular nuestras vidas por la ley eterna
del amor». El nos quiere perfectos en el amor (una perfección moral, no metafísica,
por tanto) que debemos practicar con Dios y con el prójimo, aunque sea enemigo
nuestro o nos persiga, tal como nos enseñó Jesús cuando perdonó a los mismos que
le estaban crucificando. Por eso pudo Pablo escribir a sus fieles: «Sobre el amor
fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos
habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros» (1 Tes 4,9).
Me pregunto en qué medida se manifiesta en mi amor el amor de Dios. ¿Realizo un
acto de amor hacia algún enemigo mío, depositando en su corazón el bálsamo de mi
oración?
ORACION (3)
Señor Jesucristo, dulcísimo maestro de humildad y de paciencia, concédeme a mí,
que soy el último de tus siervos, arraigarme en la humildad, considerarme inferior a
los otros y merecedor de desprecio. Concédeme soportar con paciencia las aflicciones
físicas y las dificultades materiales; que esté dispuesto a afrontar males todavía
mayores y que sea capaz de salir al encuentro de quien me pide ayuda ya sea para el
cuerpo o para el alma. Concédeme amar con el corazón, los labios y las obras no sólo
a los amigos y a los enemigos, sino también a todos los que me persiguen, hacerles el
bien y rezar por ellos. De este modo, por tu gracia, podré ser incluido entre tus hijos y
figurar entre los elegidos.
Señor Jesucristo, mientras que a los antiguos les prometiste bienes materiales, a
nosotros nos aseguras bienes eternos para que sobreabunde nuestra justicia.
Concédeme irradiar en tu presencia y en la de los otros la luz de la Palabra y de las
obras, así como no abolir, sino cumplir de manera sobreabundante, tu Ley. Guárdame
de la ira y de ofender al prójimo, de modo que sea agradable ante ti la ofrenda del
corazón, de los labios y de las buenas obras. Concédeme, oh Dios clementísimo, huir
de la concupiscencia, de la mirada mala, y evitar todo juramento. Y que al abstenerme
de injuriar al prójimo, no tenga que provocar tus castigos, sino que siempre pueda
complacerte en todo (Landulfo de Sajonia).