SAN JUAN BAUTISTA. NATIVIDAD
Lecturas: Is 49,1-6; S. 138; Hch 13,22-26; Lc
1,57-66.80
Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano,
S.J.
Todo sucede para bien
de los que le aman
La persona de Juan el Bautista desempeña un
papel importante en la revelación. Cierra el Antiguo
Testamento, abre el Nuevo y une ambos. Es propuesto
por el mismo Cristo en no pocas ocasiones como
mensajero muy importante en la realización de los
planes de Dios acerca del Reino de Dios. Según el
testimonio de Jesús es más que un profeta (Lc 7,26),
es el mensajero que le precede (Lc 1,76; Mal 3,1), el
nuevo Elías (Mt 11,14; Lc 1,16s), da comienzo a la era
del Evangelio (Hch 1,22; Mc 1,1-4), es testigo suyo (Jn
1,6s), ya en el seno de su madre es lleno del Espíritu
Santo y reconoce a Jesús como Dios y Mesías (Lc
1,7.15). El tiene la misión de sacudir al pueblo de
Israel, convocarle al arrepentimiento de sus pecados,
preparar los corazones y orientarlos para escuchar y
acoger a Jesús. Una vez cumplida esta misión
desaparece en paz, alegre, como el novio del esposo,
por la aparicin y éxito triunfal de Jesús. Porque “no
era la luz, sino el testigo de la luz” y “había venido
para dar testimonio de la luz, para que todos creyesen
en Jesús gracias a él” (Jn 1,7s).
Los santos, además de intercesores ante Dios,
son para nosotros estímulo y ejemplo de respuesta a
las gracias de Dios y manifestación del poder de la
gracia para llevarnos a nosotros a la santidad. Me voy
a detener en este aspecto tal como Dios lo manifiesta
en San Juan Bautista.
Su misión, preparar a los hombres para recibir
la venida del Hijo de Dios hecho hombre, moviéndoles
al arrepentimiento de sus pecados y atrayendo mentes
y corazones para creer en un Mesías tan diverso del
que esperaba el pueblo judío, que sería crucificado y
resucitaría, era claramente imposible para un hombre
con sus solas posibilidades. Pudo hacerlo porque Dios
le dio su gracia. Fue ya lleno del Espíritu Santo en el
seno de su madre Isabel, cuando María la visitó.
Entonces se cumplieron las palabras del profeta, que
hemos escuchado: “Atiendan, pueblos lejanos: Estaba
yo en el vientre y el Señor me llamó; en las entrañas
maternas y pronunci mi nombre…Te hago luz de las
naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín
de la tierra”.
Ocurre que Dios más normalmente da sus
gracias sin hacer demasiado ruido y sólo las personas
con sentido de lo espiritual las perciben. Durante
mucho tiempo los padres de Juan estuvieron pidiendo
un hijo. Su oración fue escuchada. Ningún matrimonio
ha tenido un hijo tan privilegiado por Dios como Juan
el Bautista. Pidió Zacarías una señal de que su oración
había sido escuchada, y la señal se dio, pero fue
dolorosa, aunque le confirmaba. Quedó mudo. Señales
sencillas fueron el mismo nombre de Juan, de
significado “Dios tiene misericordia”, el final de la
mudez y la cascada de alabanzas al Señor. Todas eran
señales que daban a conocer a aquellas gentes
piadosas y temerosas de Dios que Dios estaba
obrando, que “la mano de Dios estaba con aquel nio”.
Las personas que oran, las cercanas a Dios, caen bien
pronto en la cuenta de que les habla. Y porque saben
escuchar, Dios les habla con más frecuencia.
En la explicación que San Pablo hace de la vida
del Espíritu, que Dios nos da en el bautismo, dice así:
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“Por lo demás sabemos que en todas las cosas
interviene Dios para bien de los que le aman; de
aquellos que han sido llamados según su designio” (Ro
8,28). Grande fue la misión de Juan, grandes fueron
las gracias y las intervenciones de Dios en su vida
desde el principio. Grandes también y más que
suficientes son y serán las gracias que Dios les dé a
ustedes y nos dará a cada uno para cumplir con lo que
quiere de nosotros.
Nos es muy necesario insistir, esforzarnos y
pedir al Señor la gracia de tener confianza en Él. Dios
quiere que nos salvemos y quiere darnos las gracias
necesarias para ello. Y esto a pesar de que hayamos
pecado mucho en el pasado, de que hayamos perdido
mucho el tiempo, de que nuestros pecados pasados
estén pesando ahora sobre nosotros. Estoy pensando
en personas separadas por culpas suyas, madres
solteras, personas que por sus pecados se encuentran
en situaciones dolorosas y difíciles. Es un grave error
pensar que Dios ahora quiere castigarles. Al revés,
Dios ha querido siempre, y lo quiere ahora, salvarles,
llevarles al cielo, liberarles del pecado y de la
desesperación, darles la alegría de la liberación
interior, purificarles de todo pecado, hacerles saber
que les ama. Por pecador que hayas sido, Dios, quien
tiene una enorme alegría cuando el hijo pródigo
regresa a casa, quiere darte toda la gracia que
necesites para hacerte santo. ¿No aseguró al buen
ladrón su salvación y la Iglesia, que conoce bien el
corazón de Cristo, no lo venera como santo? Sea cual
sea la historia de nuestro pasado, todos debemos
confiar en el Amor. Mirando hacia adelante, no hacia
atrás, pongamos todo el esfuerzo que podamos en
alcanzar la santidad desde el punto en que ahora
estamos sin desconfiar de la misericordia de Dios. El
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pecado de Judas fue el de no confiar en la misericordia
de Dios.
Por eso es tan necesaria la oración. El que
confía, espera; el que espera, ora; al que ora, Dios le
escucha y le da su gracia; y gracia abundante. La misa
de cada semana, junto al pueblo con el que unidos en
la fe y en el esfuerzo nos renueva. “Gracias porque me
has escogido portentosamente”; “porque la mano de
Dios está con nosotros”. María, como al Bautista,
tráenos a Jesús.
Más información:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.co
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