XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
Lecturas
a.- Job. 38,1.8-11: Aquí se romperá la arrogancia de tus olas.
En la primera lectura encontramos la respuesta de Dios a las palabras de Job, de
querer encontrarse con Dios, para acusarle y pedirle cuentas por su situación (cc.
29-31). El discurso de Yahvé, quiere mostrarle quién es el Señor del mar y del
universo. Esta presencia viva de Dios en la Creación, acaba con las pretensiones de
Job de exigirle cuentas y seguridades. Es más, Job ha hablado demasiado
audazmente sobre la justicia divina, poniéndola, incluso en duda. Ahora desde la
tormenta, su trono, Yahvé, responde a su interlocutor. Las cuestiones que Dios
coloca a discusión, no tienen nada que ver con la justificación de los sufrimientos de
Job, sino que buscan deslumbrarles para que acepte su ignorancia, y falta de
inteligencia para comprender las obras de Dios. Las afirmaciones recientes de Job,
oscurecen los designios de la Providencia divina, y por ello merece una fuerte
reprensión. “Quién es este que denigra mi designio diciendo tales desatinos?” (Jb.
38,2). Como el interrogatorio va ser largo, Yahvé invita a Job a ceñirse los lomos,
como un soldado que se dispone a la lucha o el caminante que va a emprender una
larga peregrinación. La invitación divina a responder es irónica, porque pretende
con sus respuesta instruir al mismo Yahvé (cfr. Jb.38, 3). Comienza preguntándole,
dónde estaba cuando ÉL colocaba los cimientos de la tierra, se necesitaba estar ahí,
para saber de sus dimensiones, quién puso la piedra angular. ¿Puede Job gloriarse
de haber asistido al principio de las cosas? No. El interrogatorio es humillante para
quien se atreve a enjuiciar los actos divinos. Yahvé, cual arquitecto ha trabajado
cuidadosamente estableciendo las medidas del orbe, y sólo son sus testigos los
astros del cielo y los seres angélicos o hijos de Dios que con sus aplausos y voces
aprobaron la Creación (v.7). Su poder, se extiende no sólo a la tierra, sino sobre las
caóticas fuerzas del mar, que amenazan la tierra con inundarla (v.9). No hubiera
servido de mucho crear la tierra si Dios, no la hubiera defendido del ímpetu del mar
y sus olas. El autor sagrado describe el mar como recién nacido, cubierto de
mantillas, las nubes que lo recubren (v.9). Llegado a su adultez, le impuso unos
límites, para que rompiera en los acantilados la soberbia de sus olas (v.11).
b.- 2Cor. 5,14-17: El amor de Cristo nos apremia.
Este pasaje de Pablo, es quizás, en el que más rebosa el amor del apóstol Cristo,
por la obra de salvación que sigue haciendo en su vida y la de los creyentes.
Cuando alude al juicio final, vuelve al hilo conductor de la carta. Pablo que sabe que
comparecerá ante el tribunal de Dios, para dar cuenta de todas sus obras, quiere
dejar en claro lo, motivos de su apostolado. Si es sincero con Dios, también quiere
serlo delante de los hombres, no buscando gloriarse en sí mismo, sino
enseñándoles a los fieles, a defenderse de sus enemigos, de las calumnias y
palabrerías, pero faltos de verdadera razones (cfr. 2 Cor. 5,1; v.12). Si ellos hacen
ostentación de su origen judío y diálogo con los Doce (cfr.2 Cor. 10,7; 11,18), le
acusan de exaltado, un loco (cfr. Hch. 26,24); Pablo, recoge esto y les dice que si
lo creen loco, es por Dios, muestra un gran celo apostólico, pero que también sabe
ser cuerdo, cuando les da explicaciones (v.13). Finalmente, Pablo señala cual es el
motivo de su apostolado: la caridad de Cristo (v. 14). Esta es la realidad que no lo
deja descansar, lo que lo impulsa a una verdadera y completa entrega a la obra
apostólica, causa de sus locuras y corduras. Ese amor de Cristo, no es otro que el
manifestado por nosotros, amor que exige la correspondencia del hombre, es decir,
el amor nuestro a Cristo, realidad que en la mente del apóstol, no se conciben
separados. Cristo ha muerto por todos, en nombre de todos, como cabeza de la
humanidad, un solo hombre ha muerto y Resucitado por todos (v.14.15. 21). Lo
que importa aquí de esta muerte es su obediencia de amor a Dios, que patentiza
con una vida totalmente entregada. Los cristianos hechos partícipes de ese muerte
por el bautismo, deben ratificar esa oblación de Cristo con su vida (cfr. Rm.5,19;
Flp.,8; Lc. 22,42; Jn.15,13; Hb.10,9-10). Se da un doble movimiento entre Cristo y
nosotros: el pecado que va de nosotros a ÉL, y su justificación que viene de ÉL
hacia nosotros. Lo sustancial se encuentra no en que Cristo muriera y resucitara,
sino en su amor hacia nosotros, y que el cristiano revive al momento de su
incorporación a Cristo precisamente, muerto y Resucitado (cfr. Rm.6, 3-11; 8,3-4;
Gál.3,13-14). Desde ahora el cristiano mira a sus hermanos, no según la carne, es
decir solo con miras humanas, si es criatura nueva (v.17; Gál.6,15; Ef.4,24), como
vive Pablo, luego de su conversión (v.16; Gál.1,13-14; 1 Tm.1,13), contempla al
prójimo desde la fe, renovado por la acción de la gracia, única que hace capaz al
hombre para juzgar las cosas de Dios (cfr.1 Cor.2,14-15).
c.- Mc. 4, 35-40: ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
El evangelio nos presenta la tempestad calmada por acción de Jesucristo (cfr. Mt. 8,
23-27; Lc. 8, 22-25). La escena se relaciona con la primera lectura, donde Dios
domeña la soberbia del mar y pone un límite a su obrar. Aquí con el poder de Dios,
Jesús calma el mar, con lo que el evangelista lleva a creer en Jesús, Hijo de Dios
que vence la muerte y salva a los creyentes de su acción maléfica. Pasar a la otra
orilla, tiene en Marcos un significado especial, pasar a comprender el poder de la fe,
y conocer mejor a Jesús, como el Hijo de Dios. Hasta ahora, Jesús había predicado
desde una barca, mientras la gente le escucha desde la orilla. Esa misma tarde
deciden cruzar el lago o mar de Galilea (v.35). El relato revela fuertes contrastes,
entre la borrasca que se levanta y el tranquilo sueño de Jesús, el reposo del
Maestro y la angustia de los discípulos, tempestad y bonanza. El pasaje, posee un
trasfondo veterotestamentario, textos que alaban el dominio del Señor sobre las
aguas (cfr. Sal. 89,10ss), el hecho que el mar, criatura de Dios, es también imagen
del caos original, lugar de monstruos marinos, criaturas demoníacas, que
amenazan la vida de los navegantes; el Salmo, canta la salvación que Yahvé brinda
a quienes invocaron su auxilio (cfr. Sal.107, 23-30). “Pasemos a la otra orilla”
(v.35), expresión que en labios de Jesús expresa una orden hecha con autoridad, y
que requiere confianza y obediencia. Los apóstoles, recogen a Jesús como estaba,
es decir, en la barca desde la que estaba enseñando. Si bien el fenómeno de la
tempestad, es producto natural propio de la geografía y clima de la región, la
depresión del Jordán frente a la cadena montañosa del Hermón, el significado es
mucho más profundo: la nueva comunidad de los apóstoles, está sujeta al asalto de
fuerzas oscuras, que amenazan su existencia. El sueño de Jesús, se explica por el
cansancio del día, pero también ese “despertarse” de Jesús, es un velado anuncio
de la resurrección de Cristo. “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (v. 38).
Esta súplica de los apóstoles es una expresión de una fe aún imperfecta, a lo que el
Maestro, responde con calma invitándolos a descubrir más allá del silencio la
presencia amorosa de Quien lo puede todo. La falta de fe de los apóstoles, consiste
en haber creído que Jesús los abandonaba a su destino, es decir al naufragio
seguro. La duda nace de si podrá hacer algo, de su persona, en definitiva de si
realmente los quiere. En lugar de estar angustiados y ansiosos por la situación, era
mejor estar cerca, de quien reposa tranquilo en el cabezal (v.38). Despertado por
los discípulos, Jesús se levanta, el sueño, metáfora de la muerte, se opone, el
despertarse - levantarse, del Hijo de Dios, que vence para sí y sus discípulos el
oleaje del mar, símbolo de las fuerzas oscuras de las potencias del infierno y de la
muerte. Jesús increpó al mar y dijo: “Calla y enmudece” (v.39). El Maestro
tranquilaza el mar, como si fuera un demonio, enemigo del hombre, dando a la
acción una connotación de exorcismo. La gran bonanza (v.39), la calma del mar,
opuesto a la borrasca, es la victoria de Jesús sobre la muerte, con lo que libera a
los apóstoles de su asalto. Luego viene el reproche de Jesús a los apóstoles por su
cobardía y falta de fe (v.40). Con lo ya acontecido deberían tener fe en Cristo,
conocer a Jesús y su poder que salva. Tienen miedo a la muerte, lo mismo que al
anuncio de la Pasión, y lo dejarán sólo, porque huirán, el miedo habla de falta de fe
(cfr. Mc. 8,32; 10,32). Finalmente, la incipiente fe de los discípulos es movida por
el temor de Dios, que los lleva a interrogarse, ante la epifanía del poder divino:
¿Quién es éste? (v.41). La pregunta les acompañará por largo tiempo, hasta que
puedan confesar su fe en el Hijo de Dios.
Teresa de Jesús, gran defensora de la dignidad de la mujer, nos recuerda que
Jesucristo encontró más fe en las mujeres que en los hombres mientras pasó por
este mundo. Texto célebre salido de su pluma. “Pues no sois Vos; Criador mío,
desagradecido para que piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho
más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las
mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas
tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre,
en cuyos méritos merecemos , y por tener su hábito, lo que desmerecimos por
nuestras culpas” (Camino de Perfección, versión del El Escorial 4,1).