Comentario al evangelio del Viernes 29 de Junio del 2012
Hoy celebramos la fiesta de San Pedro Apóstol. Mi pensamiento va de Galilea a Roma y de Roma a
Galilea. He tenido la suerte de conocer esos dos lugares. Y este recuerdo me ayuda a revivir el texto
bíblico que hoy se nos propone para nuestra celebración y reflexión. El pasaje nos sitúa en un
momento muy importante de la vida de Jesús: el rechazo de su pueblo y el fracaso aparente de su
misión. Sin embargo, sus discípulos reconocen por boca de Pedro que Él es el Mesías esperado, el Hijo
de Dios vivo.
La visita a la pequeña iglesia sobre la roca del primado de Pedro, bien cerquita de las orillas del lago de
Galilea, constituyó para mi una experiencia muy profunda. Luego, en la tarde, tuvimos dos horas largas
para acercarnos al agua, sumergirnos en ella y evocar la presencia de Jesús recorriendo aquellas
riberas. La tarde estaba cayendo, el agua estaba aquel día totalmente quieta, apenas se percibía un leve
movimiento ondulado; y un sol espléndido se despedía de nosotros sobre los cerros del horizonte. En la
tierra de Jesús han desaparecido ciudades y caminos a lo largo de la historia, pero ha quedado este lago
como testigo insobornable de aquellos llamadas de Jesús a los pescadores, a Pedro-Piedra de la Iglesia.
¡Le resulta difícil a uno convencerse de que aquí, junto a esta agua tuvieron lugar los hechos y las
palabras que nos conservan los evangelios!
Mi presencia en Roma fue más larga que las horas pasadas junto al lago, pero en mi recuerdo ya lejano,
era la época del Concilio, los momentos que evoco con mayor emoción son el canto del Credo en el
aula conciliar mirando las letras de la cornisa de la basílica de S. Pedro, en la cual se reproduce en
grandes caracteres el texto bíblico del primado.
Las visitas a la Basílica tenían su culminación en la oración ante la “memoria” de la tumba de Pedro y
en el beso al pie del apóstol, un pie deformado por los millones de besos que han ido desgastando el
bronce.
Son evocaciones que me ayudan a dar gracias por la fe de Pedro. Sobre él descanso, en su decisión, en
su firmeza. Jesús declara dichoso a Pedro, no por sus méritos, sino porque el Padre le ha concedido el
don de reconocerlo como Mesías.
Para quienes vivimos en ambiente protestante, reformado como dicen aquí en Zürich, leer estos textos
del primado de Pedro pone a flor de piel todo lo que ha significado el peso de la historia sobre el
proyecto de Jesús. En las iglesias más emblemáticas de esta ciudad no hay “altar mayor”, en su lugar
ha quedado la pila bautismal y sobre ella el libro abierto de la Biblia, como puede verse en
Grossmünster y en Fraumünster, en cuyo ábside se encuentran los cinco famosos vitrales de Chagall.
Bien, pues estos hermanos nuestros que no tienen altar, hoy piden a la comunidad católica que los
acepte en la mesa de la comunión eucarística. ¿Qué está diciendo el Espíritu a la Iglesia? Parece como
un eco de aquel dicho famoso de los cristianos que clamaban por la eucaristía en los tiempos de
prueba. Sin el pan del cuerpo de Cristo no podemos resistir en el camino de nuestra fe.
Carlos Latorre