Solemnidad. La Natividad de San Juan Bautista
Juan es su nombre
Hoy es el día de San Juan porque se celebra el nacimiento del más grande entre los
nacidos de mujer, Juan el bautista, cuya identidad y misión están tan marcadas por
la cercanía inminente de la manifestación pública del Mesías Jesús que la Iglesia
hace prevalecer litúrgicamente la fiesta de su nacimiento sobre la celebración
dominical. Y es que Juan sólo se entiende desde Cristo, desde su origen hasta su
final. Juan bautista es el precursor del Mesías, es la voz del profeta que anuncia los
caminos del Señor, el que preparó su venida con un bautismo de conversión para el
perdón de los pecados, el que reconoció que Jesús era más fuerte que él y que él
no merecía ni desatar la correa de su sandalia. Juan es el que mostró a Jesús como
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
En el día de su nacimiento el relato bíblico del evangelio de Lucas (Lc 1,57-66) nos
cuenta el sentido de su nombre. En el mundo bíblico, poner nombre a una persona
no es, como ocurre tantas veces entre nosotros, atribuirle una palabra cualquiera
para llamarlo ni buscar un nombre novedoso, de moda o eufónico, sino que es darle
la identidad objetiva desde el marco familiar, que proyecta sobre la persona tanto
la experiencia de la fe vivida como la expectativa existente sobre él. Los padres de
Juan, Zacarías e Isabel, ponen el nombre a Juan para expresar la profunda
experiencia que ellos han tenido de Dios con el nacimiento de este hijo, pero sobre
todo, para mostrar la misión que éste va a tener de parte de Dios en orden a
presentar al mundo al Mesías Jesús. Juan significa “Dios es misericordioso”. En
efecto, Dios ha actuado con misericordia con Isabel, que era estéril y anciana, y de
manera sorprendente le ha hecho concebir en su vejez. La experiencia de la
intervención divina queda patente en el nombre por encima de la lógica habitual
que habría sido llamarlo Zacarías, como su padre. Sin embargo ambos progenitores
coinciden en la vivencia de la gracia de Dios en ellos y en la manifestación de su
misericordia, al decir que su nombre era “Juan”.
Cuando Lucas presenta a Juan lo hace en estricto paralelo con Jesús, en su
evangelio de la infancia. De ambos se cuenta el anuncio extraordinario de su
nacimiento, acerca de los dos se alaba la misericordia de Dios con su pueblo en los
cánticos del Benedictus y del Magnificat, proclamados por Zacarías y la Virgen María
respectivamente; y finalmente de ambos se narra su nacimiento como
acontecimientos reveladores de salvación de Dios, manifestada en el precursor y en
el Salvador. Ese paralelismo entre los dos ha quedado patente también en el
calendario cristiano, que sitúa el nacimiento de Jesús, el Señor, y el nacimiento de
Juan, el bautista, en los dos solsticios de invierno y verano de las latitudes de la
cuenca del Mediterráneo y plasma así como un eje estructurante del año la idea
teológica de Jn 3,30, donde Juan afirma que Jesús, el Hijo de Dios, el Cordero que
quita el pecado del mundo, tiene que crecer mientras que él tiene que menguar, ya
que Juan no es la luz sino el testigo de la luz. Por eso a partir de ahora, con el
verano del hemisferio norte, los días empiezan a menguar, la luz va decreciendo
paulatinamente hasta que llegue la Navidad, solsticio de invierno en que Cristo, la
luz verdadera, nace y crece, los días empiezan a alargarse hasta que la luz de la
Pascua de resurrección selle su victoria sobre la tiniebla, el pecado y la muerte en
el mundo. Por eso la muerte de Juan, testigo fiel de la Palabra de Dios, se celebra
en los días de Navidad, firmando con su decapitación injusta y caprichosa,
ejecutada por parte del poder reinante, la fuerza profética y testimonial de la
verdad de Dios, también precursora de la Pasión gloriosa de Cristo. De este modo
Juan da paso al crecimiento firme e irreversible de la luz de Cristo.
Y esa es la grandeza de Juan, ser sólo el precursor, la voz de la Palabra, el dedo
indicador, el testigo de la luz que ha dado paso al Salvador Jesús, su Señor, por el
cual ya desde el vientre materno experimentó la inmensa alegría de la cercanía del
Mesías. Quiera Dios que el ejemplo de Juan nos haga a todos testigos de la luz y de
la verdad. Y muchas felicidades a todos llevan también el nombre de Juan.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura