Memoria. San Josemaría Escrivá, presbítero
Jesús nos llama a ser santos en medio del mundo, que es como un mar en el que Él
nos toma para darnos la misión apostólica de ser pescadores
“En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la
Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas
que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y
estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le
pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba
a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -Rema mar adentro y
echad las redes para pescar. Simón contestó: Maestro, nos hemos pasado
la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré
las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande,
que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas,
que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús,
diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y es que el asombro
se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de
peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: -No temas:
desde ahora, serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra
y, dejándolo todo, lo siguieron” (Lucas 5, 1-11).
1. “Cristo vive: Cristo no es una figura que pas”, decía san Josemaría. Vive: “ Iesus
Christus heri et hodie ipse et in saecula” , le gustaba repetir con la Escritura:
“Jesucristo, el mismo que fue ayer, es hoy y será para siempre”. Ésta es nuestra fe.
Cristo está en medio de nosotros, y hoy como entonces “ la gente se agolpaba
alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago
de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla ”... Se agolpaban,
es decir, querían todos estar muy cerca, muy pegados a El. Otras veces, Jesús,
subes a un monte para hablar de modo que te oigan. Aquí, en la orilla del mar,
piensas que el mejor modo es meterte en el agua con una barca: “la barca de
Simón es la Iglesia y en ella es Cristo quien sigue enseñando. Desde la Iglesia llega
a todos la Palabra de Dios, esa Palabra de la que los hombres tienen tanta
necesidad. La Iglesia es la cátedra de Jesucristo, la cátedra de las enseñanzas de
Cristo a través de los tiempos” (P. Cardona).
Tú nos dices, como a Pedro: «- Rema mar adentro y echad las redes para
pescar ». Y aunque hay dificultades -« nos hemos pasado toda la noche
bregando y no hemos cogido nada »- más fuerte es la fe que nos inspiras, Jesús.
Pedro, con humildad echa las redes. Obedece. Ante la sorpresa de la captura,
quiero decirte también yo, con él: « Apártate de mí, Señor, que soy un
pecador .» Quiero oír cómo me dices también a mí: « No temas: desde ahora
serás pescador de hombres
Las personas necesitan tu voz, Señor, que les llevemos tu salvacin: “Convenceos
de una realidad siempre actual: llega siempre un momento en el que el alma
no puede más, no le bastan las explicaciones habituales, no le satisfacen
las mentiras de los falsos profetas. Y aunque no lo admitan entonces, esas
personas sienten hambre de saciar su inquietud con la enseanza del Seor” (J.
Escrivá, Amigos de Dios 260).
Jesús, quiero notar que pasas a nuestro lado y nos convoca, como en la ribera del
lago de Genesaret. Al iniciar este nuevo milenio, nos encontramos también nosotros
agolpados junto a Ti, con Pedro y aquellos discípulos, y oímos hoy el murmullo de
las olas del lago de Genesaret, el chapoteo de las barcas junto a la orilla, y el eco
de tu voz amabilísima, Jesús, que nos hablas. Ahora igual que entonces. Nos
gustaría estar en esta tierra santa tan maltratada, pero desde que tú Jesús pasaste
por la tierra toda la tierra es sagrada, santa, como indicaste a la samaritana junto
al pozo de Sicar: es una religión no de la montaña o del templo, sino del Espíritu y
de la Verdad, del amor. De todas formas, la tierra de Palestina forma como un
icono de tu paso por la tierra, Jesús, y fomenta nuestra devoción, como también
otros muchos lugares de peregrinación, y las tumbas, reliquias de los santos, como
el altar que en Roma contiene el cuerpo del que hoy celebramos.
Jesús Nuestro Señor, con la vida de san Josemaría, con su predicación incansable
por todo el mundo, con su labor fundacional que tuvo que romper moldes, con su
trabajo apostólico que hoy palpita en tantos corazones de diversas razas y lenguas,
con sus escritos, está pasando de nuevo y nos enseña, como hacía desde la
barca a la orilla del lago; nos habla a cada uno, y nos dice, como a Pedro:
“Rema mar a dentro -duc in altum-, y echad las redes para pescar ”. La barca
con Cristo es sentirnos hijos de Dios muy queridos y de que hemos de vivir y
comportarnos como tales; que estamos llamados a un encuentro personalísimo con
Él y a tener así una vida contemplativa en medio de los quehaceres materiales de
nuestro día; que nos quiere libres, con la libertad de los hijos, abandonados
alegremente en las manos de su Padre Dios, y al mismo tiempo empeñados en
agradarle; que nos pide que seamos muy humanos precisamente por ser cristianos;
que disfruta viéndonos distintos, y sin embargo unidos, sabiendo convivir, ir del
brazo con todos; que nos espera cada día en el trabajo abnegado, hecho con
deseos sinceros de servir y con la mayor competencia que podamos, por amor; que
debemos ejercer, heroicamente si es necesario, nuestros derechos ciudadanos -que
son deberes- sin involucrar a la Iglesia y sí, en cambio, empeñando la propia
responsabilidad personal; en fin, que nos anima a que demos a conocer a todas las
personas que nos rodean la razón de nuestra alegría...
Pescar es dar la vida y entregarnos como lo hizo Pedro y los demás, y lo
sintió en su llamada san Josemaría, para hacer apostolado y provocar en
muchos un nuevo encuentro con cada uno, que dé lugar a una entrega y a
una correspondencia mutuas ya para siempre. Todo pasa por ese encuentro
personal con Dios: estar frente a frente, cara a cara, delante de Dios; diálogo de Tú
a Tú, sencillo, directo, confiado, con Dios Nuestro Padre, con Jesús en la Eucaristía,
que se entrega totalmente y que se nos queda en esa cárcel de amor que es el
Sagrario. ¡Cómo le enamoraba a san Josemaría! ¡Cómo lo cortejó siempre! Lo hizo
desde muy joven, cuando, allá en Logroño, siendo todavía adolescente, se acercaba
a la iglesia que llaman la Redonda, para acompañarle. Enseguida, en aquellos años,
cuando intuyó que Dios podía querer algo, aun en medio de la incertidumbre y de la
duda, su respuesta fue: Domine, Ut sit! ; Domine, Ut videam¡, Señor que sea esto
que Tú quieres! Que vea tu Voluntad, para hacerla, porque la quiero por encima de
todo... sentirse interpelado como Pedro, y corresponder así a lo que Cristo hizo en
su vida y culminó en la Cruz y en la Resurrección. Vivir de este modo no sólo es
posible, sino que es el secreto de la felicidad: dándolo todo, sin poner condiciones,
y vivir cada día con esta vibración de amor en el fondo de la conciencia: Dios me
llama hoy y ahora, en el trabajo, en la familia, entre mis amigos, en mi
juventud y en mi vejez; a pesar de mis debilidades; en todas las
circunstancias que Él me envía ; con sacrificio, con dolores, con sequedades -si
Dios las quiere-, con un poco de Cruz, que no hemos de exagerar, pero entregados
a Él, a su Voluntad.
Vale la pena. Se lo pediremos en la oracin después de la Comunin: “ Señor,
(...) que cumpliendo tu voluntad en todo, recorramos con alegría el camino
de nuestra vocación ”. Los apstoles dicen “sí”… “Ellos (...), dejándolo todo, le
siguieron”. Santa María es modelo de respuesta generosa, ella nos llevará a
escuchar las palabras que inspiran confianza que Jesús contest a Pedro: “No
temas: desde ahora, serás pescador de hombres”. Así podemos estar seguros.
2. El Génesis (2,4-9.15) nos cuenta que Dios pone al hombre sobre la tierra
“para que lo guardara y lo cultivara”, y así el hombre colabora con Dios en
la creación, a través de su trabajo.
Tú, Seor, nos invitas a hacer contigo esa obra de tu providencia, pues “ si el
Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles ; si el Señor no
guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”… (Salmo126).
3. La carta de los Romanos (8) nos recuerda otro aspecto que impulsó san
Josemaría, la filiación divina, y el mismo Espíritu nos sugiere que llamemos a Dios
“Padre”, y nos lleva con ese dinamismo de hijos: “ los que se dejan llevar por el
Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios ”.
Llucià Pou Sabaté