Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La Parca
El evangelio de este domingo nos presenta la muerte y resurrección de una niña de doce
años, la hija de Jairo, jefe de la sinagoga. La primera lectura nos ofrece la clave de
interpretacin del texto: “Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destruccin de los
vivientes. Dios creó al hombre para la inmortalidad porque lo hizo a su imagen y
semejanza” (Sab.1,13).
La muerte aparece como un desenlace ineludible. El instinto de conservación nos hace
experimentar que estamos hechos para la vida y que la muerte es algo que rechazamos
naturalmente. San Pablo nos enseña que por el pecado entró la muerte al mundo, ya que
Dios es la fuente de la vida y nos la ofrece para toda la eternidad, en Cristo (Rom. 6,23). El
recuerdo de nuestra mortalidad nos sirve para pensar que no contamos con un tiempo
ilimitado, que no existe la reencarnación. La muerte llega de improvisto, sin avisar y me
despoja de todo. A la muerte se le representa con un reloj de arena porque nuestros días
están contados. Nuestra cultura esconde el rostro de la muerte en el interior de las salas de
cuidados intensivos, en las incineraciones inmediatas, pero esta realidad es saludable para
reflexionar en el sentido que tiene la vida. Del mismo modo como vivimos ahora, así será
mañana el momento de nuestra muerte.
Hay muertes hermosas como la de Juan Pablo II, llena de paz y plena lucidez. El mismo día
de su muerte, cuando ya no tenía fuerza ni modo para hablar, quiso despedirse de aquellos
sus más cercanos colaboradores. Resultaba imposible contener el llanto, pero no de tristeza,
sino de gratitud por haber gozado de su amistad, su sonrisa picarona, el brillo de su mirada
y la seguridad de un padre que abrió un lugar para todos en su corazón. Existen otras
terribles como la del joven que pasaba la noche de rumba en un gran yate y estando
borracho perdió el equilibrio y se cayó al agua. El mar se lo tragó casi sin hacer ruido, se
perdió en la densa oscuridad del océano. Abajo las olas se estiraban como los picos de los
polluelos en espera de otra presa.
Me gustaría concluir con una consideración del padre Cantalamessa sobre diversos tipos de
muertes. Dice que no sólo existe la muerte del cuerpo, sino también del alma y del corazón.
La muerte del alma es cuando se vive en pecado, la del corazón es cuando se vive en la
angustia y la tristeza crnica. Las palabras de Cristo a la nia: “Talitha qumi” (Nia,
contigo hablo, levántate) no se aplican sólo a la muerte física, sino a tantos otros que
estando vivos, llevan la muerte en su interior. Yo añadiría también la muerte de la fe, de
aquellos que no creen en Dios o que lo han matado en su interior. ¡Levántate! No luches
contra Aquél que te dio el don de la vida.
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